entre ellas una conferencia dictada en conjunto con su compañero de militancia, el carpintero y periodista obrero Ricardo Guerrero, para los herreros y cerrajeros santiaguinos que a la sazón se hallaban en huelga108. Como era de suponerse, se contrajo igualmente a la fundación de un “diario obrero demócrata” para respaldar su labor parlamentaria y propender al “restablecimiento del equilibrio social”, y seguramente también para ganarse el sustento en una época en que los diputados no recibían dieta109. Fue este el famoso periódico La Reforma, primer medio informativo obrero de aparición propiamente diaria, que actuó por largo tiempo como uno de los principales portavoces de la opinión política popular.
La llegada de Recabarren también coincidió, sin embargo, con nuevas turbulencias al interior de su partido, desencadenadas por los desplazamientos y negociaciones que ya comenzaban a provocar las elecciones presidenciales que debían verificarse ese mismo año. Balmacedistas y conservadores habían levantado la candidatura del liberal Fernando Lazcano, en tanto que una poco usual alianza de radicales, nacionales y liberales (denominada “Unión Liberal”) proclamaba al nacional (“montt-varista”) Pedro Montt, quien eventualmente obtendría la victoria. En su propia convención presidencial, inaugurada el 4 de junio de 1906, el Partido Demócrata se debatió entre tres alternativas: apoyar a uno u otro de los dos candidatos “principales”, o levantar una candidatura propia. De acuerdo a una práctica bastante establecida, la dirigencia “reglamentaria”, encabezada por el caudillo Malaquías Concha, se inclinó por la opción lazcanista, a la que calificó de la “menos dañina” para los intereses obreros.
En la opinión del historiador “oficial” de ese partido, Héctor de Petris Giesen, su propia pequeñez y carencia de medios obligaban a la Democracia a pactar con las coaliciones dominantes para “conservar siquiera una mínima parte de la representación parlamentaria”, expresión de “cordura” y de “instinto de conservación” que supo encarnar consistentemente el liderazgo de Malaquías Concha110. “Las características del juego electoral de la época”, concuerda hasta cierto punto Sergio Grez, “empujaron a reglamentarios y doctrinarios a implementar las más variadas políticas de alianza [...], so pretexto de obtener y defender cupos de concejales y parlamentarios para las fuerzas de ‘la Democracia’”111. En esta ocasión, sin embargo, y pese a que su fracción “doctrinaria” no fue consistentemente adversa a ese tipo de componendas, los flamantes diputados obreros Recabarren y Veas no compartieron dicho diagnóstico. Así, al triunfar la postura lazcanista levantaron su propia convención demócrata para proclamar la candidatura autónoma de su correligionario Zenón Torrealba, de larga trayectoria asociativa (como se vio, había sido uno de los pilares del Congreso Social Obrero) y fuerte prestigio entre las filas del partido (tres años después se convertiría en diputado demócrata por Santiago). Se renovaba así el ya crónico cisma entre “reglamentarios” y “doctrinarios”, que de alguna manera presagiaba el surgimiento de un partido identificado explícitamente como socialista no muchos años después112.
Al mismo tiempo que se verificaba la nueva ruptura demócrata, la resistencia de Veas y Recabarren a prestar el juramento reglamentario para ocupar sus sillas parlamentarias provocó un incidente premonitorio de otros más serios por venir. En palabras de Bonifacio Veas, dicho juramento constituía “una cuestión de conciencia que la Cámara no puede imponer a cada uno de sus miembros. Nosotros no creímos necesario jurar en nombre de creencias o mitos que no aceptamos”. Haciendo por su parte una acalorada apología de la verdad como “máxima virtud que debe poseer y cultivar el ser humano”, Recabarren argumentaba que “respetuoso de las creencias ajenas, he presenciado el juramento que en conjunto prestaron los señores diputados; pero al mismo tiempo declaro que, en mi conciencia, no existe Dios, ni existen los Evangelios”. Y concluía, desafiante: “Yo he venido a este recinto en virtud de la voluntad popular y no tengo para qué invocar el nombre de una divinidad en la cual no creo, para que esa divinidad sea testigo de mis promesas”. Este despliegue de honestidad fue aprovechado por la bancada conservadora para impugnar la incorporación de los diputados obreros a la Cámara, puesto que a su entender no se había cumplido un requisito fundamental para validar dicho acto. Tras una larga discusión, la mayoría de la Cámara se dio por satisfecha con el juramento nominal y condicionado que terminaron prestando Recabarren y Veas, y aprobó su incorporación113.
Detrás de esta confrontación, sin embargo, había mucho más que una simple diferencia religiosa. Así quedó demostrado pocas semanas después en la propia Cámara de Diputados, cuando el radical Enrique Rocuant impugnó la elección de Recabarren por Tocopilla y Taltal, representando a su correligionario Daniel Espejo, derrotado en dichos comicios. La reclamación había sido entablada meses antes por el propio Espejo, alegando incorrecciones e irregularidades varias en las mesas receptoras de Sierra Gorda, Caracoles y Tocopilla. Ausente por enfermedad, Recabarren no pudo asumir su propia defensa (lo hizo un radical contrario a la impugnación), y cuando la materia se llevó finalmente a votación quedó excluido de la Cámara por una mayoría de 38 votos contra 1, más 19 abstenciones. Indignado, Bonifacio Veas abandonó la sala antes de la votación, protestando violentamente por “la conducta de los que desconocen los derechos de los representantes de las clases trabajadoras”. Incorporando de inmediato (aunque “presuntivamente”) a Daniel Espejo en el lugar arrebatado a Recabarren, la Cámara dispuso la repetición de la elección cuestionada para fines de agosto114.
Contrariamente a lo que pudiera pensarse desde una perspectiva actual, no fueron necesariamente las ideas “disolventes” de Recabarren las que motivaron esta doble tentativa, a la postre exitosa, de impedir su acceso a la Cámara de Diputados. Sin considerar que las mismas ideas eran sostenidas por Bonifacio Veas, quien sí pudo conservar su silla parlamentaria, la reacción de una parte importante de la prensa “burguesa” en defensa de Recabarren sugiere que también influyó en esta coyuntura la disputa presidencial que ya había fracturado al Partido Demócrata. Así, El Mercurio de Santiago –partidario de la candidatura Montt– censuraba en su edición del 22 de junio el acto de “ciego partidarismo político” en que una “mayoría ocasional” de la Cámara, movida por “odios sectarios”, había privado de su investidura a “uno de los pocos hombres en Chile que ha llegado hasta el Congreso exclusivamente en virtud del voto popular, por la simple, libre y espontánea voluntad del pueblo elector”. Podían condenarse “sus principios considerados como destructores del orden social”, podía incluso lamentarse que “tales principios se hayan abierto tanto camino en el pueblo como para impulsarlo a enviar al Congreso al representante más genuino de las ideas agitadoras”, pero no podía en función de esas prevenciones cometerse la injusticia de excluirlo de un cargo para el cual había sido legítimamente elegido. Por su parte, El Ferrocarril de Santiago, sin compartir “las ideas antirreligiosas del señor Recabarren”, ni el “credo filosófico de este ilustrado representante demócrata”, igualmente fustigaba a la “mayoría ocasional” (los mismos términos de El Mercurio) que había desconocido su investidura parlamentaria, refugiándose en “simples prescripciones reglamentarias para festinar el debate sobre las elecciones de Antofagasta”115.
Incluso el diario radical La Ley, uno de cuyos correligionarios había sido favorecido por la maniobra (promovida además por un diputado de igual militancia), calificaba la exclusión de Recabarren como algo que debía ser “sinceramente lamentado por el país”. “A su ingreso a la Cámara”, afirmaba en su editorial del 21 de junio, “el diputado demócrata había dado muestra de una presencia de espíritu, de una energía de carácter y a la vez de una facilidad de expresión que revelaban en él condiciones llamadas a hacerlo un miembro útil y distinguido del Congreso”. Como si eso fuera poco, el afectado representaba “tendencias nuevas” en el Partido Demócrata, que prometían llevar a “este joven partido por rumbos diversos de los que ha traído hasta ahora, acercándolo realmente a los intereses y aspiraciones populares”. Lamentablemente, a la postre habían primado consideraciones mezquinas de la “fracción lazcanista” que, empeñada en castigar al emergente líder demócrata por no plegarse a esa candidatura, había desconocido su legítimo triunfo electoral116.
La atribución de su exclusión de la Cámara al bando lazcanista fue corroborada por el propio Recabarren en una nota publicada