Luz Sanfeliu Gimeno

Republicanas


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los cónyuges, puesto que la familia aspiraba a transmitir a sus hijos los ideales republicanos a través de la educación que recibían en el hogar. Además, las ceremonias familiares –registros de nacimientos, matrimonios y entierros civiles– se entendían como la consagración secularizada de eventos puntuales de la vida y, también, un intento de construir materialmente y de dar forma a otras percepciones e interpretaciones de un orden social basados en valores laicos e independientes de la legitimidad de la Iglesia católica. Por ello, el marco familiar, en el que las mujeres tenían asignados importantes cometidos en la sociedad de la época, se fue constituyendo en un espacio esencial de la socialización republicana. Un espacio que conllevaba unas atribuciones distintas a las de los roles femeninos exclusivamente domésticos y asignaba a las mujeres ciertas funciones en relación con las actividades públicas.

      En los discursos masculinos la nueva feminidad difundida por el periódico blasquista El Pueblo disponía a las mujeres a implicarse con las actividades políticas, merced a su participación en determinadas actividades culturales, de protesta y agitación social, a su progresiva instrucción, a la contestación al poder de la Iglesia y a la tímida difusión de un incipiente proyecto de emancipación femenina.

      En relación con este último aspecto, un grupo minoritario de mujeres republicanas y feministas que actuaban en el seno del blasquismo jugó, también, un papel significativo en el paulatino desmantelamiento del modelo de feminidad estrictamente doméstica y en la difusión de la idea de que las diferencias entre los géneros estaban suponiendo un obstáculo al progreso y a la modernización de la nación. Dichas mujeres fundaron en 1987 la Asociación General Femenina reclamando la educación femenina y buscando dar respuesta y superar las diferentes formas de subordinación a las que se sometía a las mujeres. Con el paso del tiempo, las integrantes de la primitiva AGF desarrollarían formas autónomas de organización, actuación y coordinación con otros grupos feministas de características afines, tratando de difundir sus propias visiones de la «realidad» social y buscando también comprometer a los hombres republicanos en la tarea de que las mujeres accedieran a los derechos y a las libertades de la ciudadanía.

      Así, el tema del feminismo comenzó tímidamente a formar parte del debate político y entre los años 1909 y 1911 se publicó en el periódico blasquista El Pueblo una sección escrita por algunas de estas mujeres –relacionadas con la agf– que comenzaron a expresar sus ideas respecto a los problemas femeninos, iniciando de este modo un proceso en el que, como republicanas y feministas, se dotaban de autoridad en los escenarios públicos, a la vez que construían pautas autorreferenciales que legitimaban sus demandas. También los hombres participaron en estos debates, en los que establecieron puntos de encuentro y también de disidencia respecto a las propuestas feministas. Los roles que correspondían tanto a la masculinidad como a la feminidad fueron objeto de debate y discusión, y se establecieron nuevos consensos respecto al papel que debían mantener los géneros en una sociedad progresivamente democrática.

      Las diferenciaciones entre los géneros, que en el imaginario liberal habían relacionado a cada grupo social con un cometido y un rasgo específico dentro de la organización social, se iban reduciendo, y los blasquistas paulatinamente fueron incorporando a su agenda política la preocupación por que las mujeres pudieran aspirar a mayores cotas de protagonismo en los escenarios públicos.