Luz Sanfeliu Gimeno

Republicanas


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sucediese en España. El establecimiento de la igualdad, de la justicia, la incorporación de los trabajadores a la vida política para gobernar en beneficio propio, eran principios que motivaban a los republicanos para comprometerse en la revolución política aún pendiente en España; pero eran también principios que, desde su punto de vista, debían propiciar la necesaria revolución social.

      Vemos en el establecimiento de la República Española la consagración de los derechos hoy vulnerados; vemos principio de igualdad que el privilegio imperante desconoce; vemos mayor ilustración de las masas y à los obreros ocupar puestos en los municipios y en el Congreso, legislando en beneficio de sus compañeros; vemos, en fin, los primeros albores del sol de la justicia iluminar el horizonte, y à las negras brumas de la noche de la tiranía capitalista disolverse, huir en ligeras volutas para dejar libre el cenit de la equidad.

      Porque, tras los problemas políticos del sistema de la Restauración, según la visión de los blasquistas, se ocultaba también el enfrentamiento entre dos concepciones diferentes no sólo de la política, sino también del desarrollo y del progreso que debía tener la vida social. Sus objetivos, por tanto, eran también establecer las bases intelectuales y simbólicas de lo que los blasquistas concebían como una sociedad moderna, secular y democrática.

      Por eso, en la mayoría de artículos que publicados en El Pueblo hacen repetidamente mención, además de a las dos concepciones políticas que existen en el país, a las dos mentalidades en conflicto que cohabitaban en España: una que, pese a los intentos liberales, defendería muchos de los modos y de las costumbres estamentales del antiguo régimen, y que se apoyaría en la ideología sustentada por la religión católica; y, otra que, ya en el futuro como las naciones más prósperas de Europa, había abandonado los servilismos de la religión y vivía preocupada por las cuestiones sociales. Los republicanos, por tanto, buscaban transformar todo un conjunto de valores sociales que hacían referencia a una sociedad de súbditos dominados por la sociedad monárquica y clerical y sustituirlos por los valores propios de una nación de ciudadanos.

      Por ello, tras el triunfo del blasquismo, los movimientos de intencionalidad social y política popular, articulados fundamentalmente alrededor del republicanismo y del incipiente movimiento obrero valenciano, encontraron un espacio propio que les permitió caminar políticamente por una vía moderada y estable; demostrando que un proyecto basado en el laicismo, en el librepensamiento, en el cientifismo y en un progresismo populista y obrerista, podía no sólo renovar la vida social y las identidades de los ciudadanos, sino también estabilizar y profundizar el propio sistema liberal, incorporando las «masas» a la política y encauzando ordenadamente sus demandas. Como decía en 1897, Remigio Herrero:

      Con el paso del tiempo el blasquismo como movimiento social vio cómo se agotaba su razón de ser. Las fuerzas sociales que en su origen le habían dado el triunfo y el empuje se agruparon alrededor de otras referencias, puesto que como partido no se había creado una base social propia, amplia y consistente. Su acción política y social fue eficaz y necesaria en un largo período de disgregación de unas fuerzas sociales y de nacimiento de otras, pero le faltaba una base social sólida sobre la que asentarse como partido.

      Siguiendo de nuevo el análisis de Reig:

      Con su exclusivismo, cortó la posibilidad de un valencianismo moderado y los sectores cercanos al valencianismo fueron capitalizados por otros partidos políticos más conservadores. El republicanismo «serio» acabó desconfiando de su exaltada demagogia; y el movimiento obrero, a medida que fue adquiriendo formas propias de organización, aunque en la mayoría de los casos continuaba votándoles, dejó de necesitarlo para apoyar sus demandas laborales.