Óscar Rodríguez Barreira

Miserias del poder


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percibían en la Iglesia y sus símbolos. Acabar con ellos cumplía, al menos, dos funciones: secularizar el espacio público y demostrar, en la práctica, que estas acciones no acarreaban castigos divinos. En este sentido, cabría resaltar que, precisamente, la mayor saña se dirigió contra las imágenes que habían sido reverenciadas y aclamadas durante la Semana Santa. La pretensión que había detrás de las acciones era clara: arrumbar definitivamente los restos de la ciudad levítica.52 La nueva era popular convirtió así el espacio público en un territorio hostil a toda simbología, actitud o manifestación piadosa. A pesar de su espectacularidad, lo peor estaba por llegar y no serían, precisamente, los incendios. Desde los primeros momentos de la guerra se asoció catolicismo con facción y los rumores acerca de los arsenales escondidos en los templos e iglesias facilitaron los registros y asesinatos indiscriminados. Los avisos y llamamientos en la prensa contra la farsa clerical eran rotundos:

      Salud, bravos «cristobicas», que habéis echado por tierra los templos donde se representaba la gran farsa clerical. Los que un día se mofaban de vosotros han desaparecido de nuestra vida. Ojala desaparezcan para siempre y así conseguiremos libertarnos del yugo opresor, formado por la cadena de la reacción.53

      Aquellos que antaño se mofaban ahora sufrían por su traición al pueblo. El fuego que tanto usó el clero en tiempos de la Inquisición se había vuelto contra ellos y, como defendiera Andreu Nin, en unos pocos días la cuestión religiosa había quedado resuelta. La actitud violenta e intransigente ayudó mucho a que las calles se convirtieran a la nueva religión –la del mono azul–.

      ¡Hay que combatir en el frente y en la retaguardia! Allá pegando tiros, aquí organizando la caza del fascista. Donde sepas que se oculta uno de esos criminales, haz tu acto de presencia, reúne pruebas contra él, préndelo y entrégalo al comité.54

      Como ya vimos más arriba, no fue esa la manera como los requetés interpretaron los hechos. Para ellos, la verdadera Almería era católica y los tres años de martirio fueron en realidad un castigo divino que la redimía de su gran pecado: la República.

      Yo la vi claudicar; yo la he visto sufrir y yo la he contemplado arrepentida, triste, limpiándose las llagas como una leprosa, con temor a ser vista, con miedo a que su mal se contagiara.

      Voy a contar sus penas y sus gozos, sus actos de fe, sus actos de heroísmo, que ellos han sido muy grandes y profundos y por los cuales ha alcanzado la gracia de verse redimida, de ser Ciudad de Franco.55

      La represión republicana se «cebó» con los religiosos. De los 465 asesinatos por represión republicana en Almería, 105 eran personas vinculadas al ámbito religioso, ¡casi la cuarta parte! No se respetó ningún tipo de estamento ni vinculación; las muertes englobaron a todos los sectores: 2 obispos, 84 sacerdotes, 7 hermanos de las Escuelas Cristianas, 5 dominicos, 3 jesuitas, 2 operarios diocesanos, 1 franciscano y 1 sacristán. Para ser plenamente conscientes del drama, a esta centena larga habría que añadir las víctimas afiliadas a partidos confesionales como Acción Popular (68) o la Comunión Tradicionalista (18).56

      La furia anticlerical de los periódicos se fue difuminando a partir de octubre de 1936 y se hizo más evidente a mediados de 1937 –consecuencia de la política de control impuesta desde el, por fin, restaurado gobierno republicano–. Pero ni a partir de esas fechas las organizaciones obreras pretendieron levantar la mano. ¿Cómo entender si no que el jefe de la fiscalía republicana tuviera que justificar ante los responsables políticos la supuesta levedad de las penas impuestas? La respuesta es clara: por un lado, se imponía el concepto de total movilización a favor de la República y de castigo ejemplar a religiosos, fascistas y derrotistas y, por otro, la reconstrucción del Estado republicano se realizó cooptando a muchos de los supuestos incontrolados del verano sangriento del 36.

      En contestación a su escrito de 23 de julio de este debo comunicar a V que esta Fiscalía cumple rigurosamente con su saber manteniendo la acusación en los juicios contra fascistas siempre que debe ser mantenida. Si alguna benignidad existiera no es precisamente a Fiscalía a quien hay que imputársela. Existen otros elementos a quien puede hacer la recomendación de su escrito referido.57

      Sofía Rodríguez coincide en señalar octubre del 36 y mediados del 37 como puntos de inflexión, si bien matiza esta afirmación mostrando que en las publicaciones ácratas el tinte anticlerical nunca desapareció completamente. Pero ni los deseos, ni las disposiciones legales del gobierno, ni los periódicos reflejan el clima vivido en las calles. Mientras Negrín defendía en la prensa y ante la opinión pública internacional la libertad de culto en la retaguardia republicana, en las representaciones teatrales de las organizaciones obreras se escuchaban versos de este tenor:

      Detrás de los traidores

      están Tomás nuestros explotadores

      el burgués despreciable

      el cacique, el banquero

      el cura, la beata, el usurero

      esas gentes malditas

      que hacen del Cristo grande un pobre eunuco

      y el báculo y la mitra

      trocan en un puñal y en un trabuco

      son dos Españas, dos, ¡valga la frase!

       una España que muere. Otra que nace.58

      Los primeros precedentes de quintacolumnismo en Almería debemos buscarlos en los primeros momentos de la sublevación. Como explica Sofía Rodríguez, «la detección de una “quinta columna” o de la existencia de espías derechistas infiltrados en las organizaciones proletarias fue casi paralela al inicio de la guerra».59 En cualquier caso, y a pesar de que ya en esos momentos las redes de sociabilidad derechistas y religiosas se pusieron en marcha, lo que realmente se vivió durante el tórrido verano del 36 fue persecución, terror y paranoia. Era, en palabras de Martín del Rey, el momento del delirio de las almas cobardes.60

      El contexto popular anticlerical y antifascista favoreció la proliferación de dos actitudes sociales: el pánico por parte de los sectores sociales afines a la Iglesia, el capital, el Ejército y, sobre todo, a los partidos políticos derechistas. Y, por otro lado, la persecución, delación y, por qué no decirlo, paranoia conspirativa entre los sectores obreristas y republicanos que convirtieron en delito de lesa traición cualquier indicio de religiosidad o acomodación.

      Dado el clima inhóspito, muy tempranamente se articularon redes de ayuda a los perseguidos.61 Las principales redes que se pusieron en marcha fueron las familiares, las de las asociaciones confesionales y las de los partidos políticos derechistas. Sería más adelante cuando se activaran otras redes más potentes, capacitadas y efectivas: las de los burócratas y funcionarios del Estado. De momento, en agosto de 1936, el peligro, a decir de la propaganda obrerista, provenía de dos religiones: la católica y la fascista:

      Es altamente loable la labor depuradora que está llevando a cabo la Policía popular de Almería. Diariamente detiene a individuos adscritos a Falange Española y Acción Popular; algunos de los cuales son el pasmo y sorpresa de obreros y republicanos, al ver que han convivido con reptiles del fascismo encuadrados en círculos republicanos y en organizaciones obreras, de las que eran espías y delatores.62

      En este contexto no puede desengañarnos que las primeras redes con ciertas connotaciones de oposición a la comitecracia fueran las de los aledaños al Palacio Episcopal y las de los consulados y embajadas.63 Si bien en esos momentos, más que de oposición antirrepublicana, cabría hablar de la creación de espacios protegidos para poder articular el discurso oculto, a fin de preservar la identidad, y de mera lucha por la supervivencia. Serán esas mismas personas y redes las que, meses más tarde, articularían la verdadera Quinta Columna. El terror a los paseos, las checas y al Servicio de Inteligencia Militar (SIM), así como la incapacidad para concebir la vida social sin la práctica religiosa fueron hechos objetivos que se convirtieron en los marcos de injusticia que facilitaron la acción colectiva antirrepublicana.64

      Empero, veamos testimonios que refrendan la construcción de una identidad de víctima y cómo percibían los derechistas y católicos los primeros