Julio Rilo

Los irreductibles II


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había dedicado a su sueño. Casi dos horas de ida para llegar al curro y otro tanto de vuelta, más un draconiano turno de trabajo de doce horas, le dejaban a Ricardo nada más que ocho horas libres de las veinticuatro que tiene el día. Y grande fue la sorpresa de Kino cuando descubrió que la mayoría de los días al volver de trabajar en los Estudios Roma, su padre se ponía a trabajar en sus escritos al menos un par de horas antes de irse a dormir. Ahora, en retrospectiva y sabiendo cómo terminaba la historia de Ricardo, había que reconocer que le había echado mucho empeño al haber empezado como un simple conserje para más tarde conseguir todo lo que había conseguido. Empeño y trabajo.

      Poco, poquísimo tiempo libre le solía quedar a Ricardo en su día a día después de escribir, y casi siempre lo empleaba en dormir, aunque fuesen cuatro o cinco horas. Salvo los días que libraba, en los cuales se iba con los amigos que hizo en el barrio, que como Kino pudo comprobar en los últimos momentos de la sesión de la que se acababa de desconectar, efectivamente solían ser los mismos chavales que le habían querido atracar.

      —¡Fumao! —Kino dio un respingo cuando oyó la voz de su amiga—. Despierta, que te habías quedado to apalancao.

      —Ya, tía, yo qué sé —contestó Kino pasándose una mano enguantada por los ojos—. Estaba en mi mundo. Pensando.

      —Ya veo, ya. ¿Y en qué estabas pensando?

      Kino dio un largo suspiro antes de contestar:

      —Pues en que me estaba apeteciendo ver alguna de Indiana Jones.

       VI

      A Kino se le planteaba una decisión que, aunque aparentemente podía parecer fácil, él sentía que no estaba preparado para tomar la alternativa que sabía que era la correcta. El holograma que representaba la ventana abierta del chat flotaba ante él, y muy concentrado pensaba en qué contestar a las escuetas palabras de Rebe:

      «Hola. Qué tal?

      Haces algo mañana??»

      Después de varios meses en los que apenas supo nada de ella (sus conversaciones solían terminar después de intercambiar dos o tres frases, cuando ella decía que estaba ocupada), ahora le contestaba un viernes a la una y veinte de la mañana. «Probablemente se habrá quedado sin plan a última hora», pensó Kino con una extraña sensación de regocijo.

      Mañana él pensaba pasar el día intentando escribir algo más, y se trataba de aferrar a aquella idea, mas sin éxito. Las ideas que se le habían ido ocurriendo durante la semana parecían haber huido de su cabeza de repente. Al ver que Rebe le había vuelto a escribir sintió un nudo en el estómago y no se pudo sacar de su cabeza la suavidad de su piel.

      Uno de los dos problemas principales era que ella pasaba de él como de una colilla tirada en la calle, y que solo le escribía cuando le convenía a ella, cuando le interesaba que le echasen un polvo. El segundo problema era que Kino estaba bastante pillado. Como Rebe era una chica tan fría y seca, a Kino le hacía muchísima ilusión las pocas veces que ella se quedaba a dormir después de haber tenido sexo. Para él aquello significaba que había hecho bien su trabajo, o al menos lo suficientemente bien como para que alguien se quisiera quedar a su lado una noche.

      No hubiese pasado nada si tan solo se dedicase a satisfacer a su compañera sexual para subirse el ego, pero sí que pasaba al sentirse Kino tan solo cuando ella se iba nada más terminar, sumado también a la incapacidad de ser feliz siendo víctima silenciosa de la constante indiferencia de Rebe.

      La tenía idealizada. Según él, Rebe tenía todo lo que Kino buscaba en una pareja, fuese esto cierto o no. La consecuencia que aquello tenía era que su complejo de inferioridad repuntaba cada vez que sentía que no era capaz de mantener cerca suya a una persona que lo tenía tan fascinado.

      Lo que más le jodía a él era encontrarse a sí mismo pensando en este tipo de cosas y ser consciente de que, cada vez más, aquello iba convirtiéndose poco a poco en una relación tóxica. Si es que no lo era ya. Ella desde el principio le había dejado muy claro que no le interesaba tener pareja ni ningún tipo de relación seria, obviando curiosamente el detalle de que cuando estaba deprimida era a él y a nadie más a quien llamaba para que la consolase. Pero cuando ocurría al revés, solía evadirse diciendo que ella lo que quería era disfrutar la vida sin ataduras.

      Kino, aplastado bajo el implacable peso de la soledad, aceptó en su día las condiciones que se le pusieron sobre la mesa. Aunque obviamente no era aquello lo que él quería ni esperaba, desde el principio confió en que si se lo curraba terminaría consiguiendo que ella cambiara de opinión.

      Llevaban ya algo más de un par de años quedando de manera mucho más esporádica de lo que le hubiese gustado a él (algo que también otorgaba cierta libertad a la hora de quedar con otras personas), y parecía que Kino no hubiese conseguido alterar ni un ápice las aspiraciones de Rebe en cuanto a lo sentimental. Aunque él se seguía esforzando como el primer día. Eso sí, ya no le pedía a ella ningún tipo de explicación sobre nada, como nada era lo que le echaba en cara cuando ella le cancelaba repentinamente algún plan, dándole en su lugar plantón. Si lo hacía, Rebe se alteraba y decía que dejase de agobiarla y de estar siempre encima de una puta vez, que ni quería pensar en esas cosas ni él era su novio como para pedirle cuentas de ningún tipo.

      Pensando en cuánto le picaría la sonora colleja que le daría Spiegel si lo viera allí chateando con Rebe, empezó a escribir una respuesta:

      «Heyyy!!!

      Pues no, mañana no tengo planes, por??

      Te apetece quedar y que hagamos algo??»

      Se sintió estúpido por usar un eufemismo de la talla de aquel «hagamos algo». Como si alguna de las veces que habían quedado a ella le hubiese importado algo más que follar, menudos remilgos con los que se venía él ahora. Se sintió ridículo.

      Al menos hasta el momento en el que vio cómo el WhatsApp le avisaba de que Rebe se encontraba escribiendo una respuesta, instante en el que lo invadió la más absoluta felicidad.

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