Julio Rilo

Los irreductibles II


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Pero que obviamente pues el protagonista sobrevive.

      —Obviamente.

      —La historia estaría ambientada en 1937.

      —¿En plena Guerra Civil? —exclamó Chicho con los ojos como platos—. Muy arriesgado…

      —Sí, bueno, el protagonista es un exiliado que está escondido en Egipto, y allí sobrevive con otro granuja amigo suyo, Yassine. Hasta ellos dos llega un día una joven…

      —Ah, el interés romántico. La dama que necesita ayuda…

      —No exactamente. Aunque bueno, también. Más que pedir ayuda les contrata. Ella es una mujer de armas tomar y se convertirá en la jefa de los dos cuando les encargue una misión: encontrar a su padre, quien fue secuestrado por los nazis.

      —Oohhh… me encanta lo que estoy escuchando. Me tienes intrigado. ¿Hay un título? Porque no puedes vender un proyecto así sin un título.

      —Claro que sí. —Ricardo hizo una pausa dramática y alzó las dos manos apuntando hacia el vacío delante de ambos—: Mateo Salazar y el oasis de Dakhla.

      Tanto el recuerdo de Chicho como Kino se sorprendieron ante esta declamación. El primero porque reconocía el potencial en la obra que le describía Ricardo, y Kino se sorprendió y dio un respingo al conocer la historia de cómo germinó la idea de la que sería el primer gran taquillazo de la ya de por sí exitosa carrera de su padre.

       V

      —Dime una vez que haya salido bien.

      Spiegel pensó por un momento y luego le apuntó triunfalmente con un dedo mientras exclamaba:

      —¡Higher Ground!

      Después de un corto silencio, Kino hizo de tripas corazón y admitió lo obvio.

      —No sé qué canción es.

      Y tras decir esto se arrebujó bien dentro de su chaquetón de invierno, pues el frío en el patio de la sede seguía siendo infernal. Aunque tampoco lo suficientemente infernal como para que él y Spiegel se abstuviesen de salir a fumar el porro-del-viernes-al-salir-de-trabajar. Que como Kino siempre decía, era el mejor del día.

      —Canciones —corrigió Spiegel mientras recogía el peta que le pasaba su amigo.

      —Bueno, pues canciones.

      —¿Sabes quiénes eran los Chilli Peppers?

      —Sí, claro.

      —¿Y sabes quién era Stevie Wonder?

      —Ahí no, me has pillado.

      —Bien, pues dos cosas. La primera es que ya tienes deberes, porque te tienes que oír su discografía. —Kino desplegó su holo-pulsera y empezó a apuntar los nombres de todo lo que decía Spiegel mientras asentía sonriendo—. Y yo creo que te va a gustar, que tú tienes buen gusto. Era un tío muy funky. Y la segunda es que Stevie Wonder hizo una canción que se llama Higher Ground, que luego la versionaron los Chilli Peppers.

      —¿Y de una canción funky hicieron una versión rock? ¿Una versión buena, me refiero? —preguntó Kino incrédulo.

      —Pues sí, y quedó genial.

      —Vale, lo voy a buscar, porque eso que me dices me parece muy raro.

      —Busca, busca.

      —Pero, de todas maneras, será la excepción que confirma la regla.

      —No te creas.

      —A ver dime otro ejemplo en el que una versión de otra canción no sea una mala idea. Uno que conozca yo ahora.

      —Whiskey in the jar.

      —A mí, personalmente, me gusta más la original. La de Thin Lizzy.

      —Bueno, pero la otra también está bien.

      Kino se encogió de hombros.

      —Yo siempre fui más de AC/DC que de Metallica.

      —Pues entonces deberías oír una versión que hizo Celine Dion de You shook me all night long.

      —¿Quién es Celine Dion?

      —¿Sabes la película de Titanic?

      —Uf, sí —dijo Kino poniendo los ojos en blanco y haciendo una mueca de pereza.

      —Pues es la que hizo la canción de la peli.

      —Ni idea. No la recuerdo.

      —No sé, parece ser que lo petó en su día con la canción esa. El caso es que esta tía también hizo una versión de You shook me all night long que está considerada como la peor versión de una canción rock de la historia.

      —¡Hala!

      —Como lo oyes.

      —Ya es difícil cargarse una canción como esa.

      —¿A que sí?

      —Pues ahora quiero escuchar esa versión. Tengo que oírla.

      Durante un rato, los dos se quedaron en silencio fumando sentados en el mismo banco de siempre, y Kino sin darse cuenta se perdió en la riada de pensamientos y emociones que se arremolinaba en su cerebro.

      Durante toda su vida había criticado las películas de Mateo Salazar por ser un remake a la española de Indiana Jones, pero ahora veía que estaba equivocado. A su padre ya se le había ocurrido la idea varios años antes de que se estrenase En busca del arca perdida, al fin y al cabo.

      Poco antes de desconectarse de la AF01 pudo ver cómo Ricardo le describía a Chicho la historia, y cómo este último abría cada vez más los ojos cuando su padre iba añadiendo nuevos elementos a la trama. El detalle de que los nazis fuesen los villanos le había encantado a Chicho, y se frotaba las manos pensando en lo que habrían dicho los censores de su época si hubiese intentado poner como los malos a aquellos a los que el Régimen había profesado públicamente su admiración. Pero es que aún encima el bueno era un desertor. El hecho de que el encontrar al padre de la chica (llamada Theressa Flanaggan) fuese un engaño para realmente encontrar el oasis de Dakhla, lugar donde se rumoreaba que había una antigua y poderosa arma enterrada, era un giro de lo más jugoso. Pero lo que hizo que Chicho se volviese loco de la emoción fue cuando, llegando al clímax de la historia y después de haber descrito con todo lujo de detalles una explosiva persecución con coches y camiones por el medio del desierto, aparecen los zombis momificados. Y entre las ruinas de una antigua ciudad enterrada por las tormentas de arena tiene lugar el apogeo lleno de tiros y bombazos con los no-muertos en el medio complicándolo todo aún más y sembrando el caos mientras devoran soldados alemanes.

      Fue en ese momento que Chicho Ibáñez Serrador supo que, de presentársele la oportunidad, Ricardo Lázaro se haría un nombre en la industria del cine. Al fin y al cabo, esa manera que Ricardo tenía de recoger elementos de otras películas y mezclarlos para crear algo nuevo y excitante era muy parecido a lo que hacía él mismo. A Chicho le había gustado lo que aquella nueva sangre tenía que ofrecer.

      Y es que, ahora que Kino lo pensaba, eso era lo que había hecho su padre a lo largo de toda su carrera: recoger elementos atractivos y entretenidos de otras obras y mezclarlos de manera que saliese algo que, si no nuevo, sí era original. Si había que ser justos, Ricardo Lázaro nunca hizo remakes.

      A Kino en general le desagradaba la idea de los remakes, o de versiones de canciones. No tenía nada en contra de las reinterpretaciones o de los reboots, ya que al menos en estos casos se pretendía aportar algo nuevo. Pero un remake era volver a hacer lo que ya se había hecho, sin más, y aquello denotaba una falta de imaginación y de mensaje. Y eran esas excéntricas creencias las que habían provocado que, al