entre dos formaciones de raza y nación. Los Estados Unidos, una república blanca y esclavista en contraste con Haití, una república negra reconocida así en su constitución, fundada en un proyecto universal de emancipación de la esclavitud163.
En este contexto, entre cuyos referentes históricos se destacan la Guerra México-Americana de 1846-1848 y la Guerra Cubano-Hispano-Americano-Filipina de 1898, se creó una frontera norte-sur sustentada por discursos de diferencia racial-civilizacional entre “anglos” y “latinos”, producidos tanto por intelectuales orgánicos del Imperio francés (como Ernest Renan) en competencia con los británicos por la hegemonía del sistema-mundo moderno/colonial capitalista, como por arquitectos de proyectos occidentalistas y eurofílicos de región y nación (entre los que se destaca el uruguayo Rodó)164 en oposición tanto a los llamados “Calibanes del norte” (los Estados Unidos) como a los alegados bárbaros dentro de la nación: negros, indígenas, obreros y campesinos165.
En este dibujo de fronteras imperiales y nacionales se configuró una “zona de contacto” de intercambios desiguales y combinados, de transculturaciones asimétricas en las que se establecieron distinciones como la de las dos Américas de Martí –la América sajona y Nuestra América– con base en dinámicas geopolíticas como la designación de Centroamérica y el Caribe como el “patio trasero” de los Estados Unidos y la doctrina de Monroe, que declara en claro tono imperial “América para los americanos”, nutridas por discursos regionales y nacionales, oponiendo barbarie-civilización y tradición-modernidad, fundamentados en lógicas étnico-raciales. En estos procesos de producción histórica de región y nación “las identidades nacionales se han construido en términos raciales y las definiciones de raza han sido moldeadas por procesos de construcción nacional” (Appelbaum, Macpherson & Rosemblatt, 2003). El entreteje de raza, etnia y nación son, como argumenta Quijano, “cuestiones abiertas” que constituyen una intricada madeja cuyas articulaciones y efectos han de ser investigados históricamente y, por ende, ni raza ni nación son constructos estables o de universalidad uniforme.
El carácter consustancial de las construcciones de nación con las formaciones étnico-raciales indica la necesidad de establecer distinciones de cómo se articulan raza, nación y etnicidad en diversos contextos locales, escenarios de país y fronteras regionales (tanto sub-nacionales como supra-nacionales) en vista de la historicidad de estos procesos. Una distinción importante en este trabajo es entre países donde prima lo afrodescendiente como Brasil, Colombia y Cuba, a contrapunto de países de mayoría indígena como Bolivia y Guatemala. El caso de Cuba es sumamente revelador de las formas de articulación y negociación de nación y raza. Una serie de condiciones históricas como un alto por ciento de negros y mulatos libres, el carácter tardío de la lucha de independencia, la escala y poder de la plantación industrial capitalista sustentada por el trabajo africano esclavizado y la presencia extraordinaria de generales y soldados afrodescendientes en el ejército libertario, promovieron la emergencia de discursos antirracistas de nacionalidad que nunca fueron suprimidos y que solo pudieron ser subordinados a la supremacía blanca luego de la invasión yanqui en 1898, y la fundación de una república en complicidad entre la élite criolla y el Estado imperial estadounidense166.
La imagen de la nación como la casa de Jano, una parte mirando hacia el pasado y la otra hacia el futuro, para significar el carácter contradictorio de la forma-nación y de los nacionalismos167, adquiere relieve en Cuba, donde lo nacional ha servido tanto como escenario de democratización como de espacio de ejercicio del poder despótico burgués y el racismo institucional, como lo demuestra la masacre contra el Partido Independiente de Color en 1912 a nombre de la unidad nacional. Sin embargo, este carácter contradictorio de la forma-nación no es peculiaridad de Cuba, sino característico de lo nacional. La ambigüedad de lo nacional se basa en parte en que la nación tiende a imaginarse y a vivirse de maneras distintas, dependiendo de los actores que la inventan y reproducen168. Por estas razones es necesario distinguir “las raíces históricas de las expresiones populares (de discursos) de élite (articulando) raza e identidad nacional” (Appelbaum, Macpherson & Rosemblatt, 2003).
El contrapunto entre discursos de élite y proyectos populares de nación, etnicidad y raza adquiere formas particulares en tiempo y espacio. En el período fundacional de las naciones de América Latina y el Caribe hispanófono en el siglo XIX, los intelectuales y hombres de Estado –aquí decimos hombres porque eran y en gran medida son escenarios de poder patriarcal– buscaban realizar un proyecto de región (patria grande) y nación (patria chica) moderna en el sentido occidental, lo que implicaba subalternizar, y en el mejor de los casos modernizar, los supuestos vestigios de tradición y barbarismo cuyos portadores principales eran los “indios” y “negros”, cuyas localizaciones sociales tendían a converger con el campesinado y proletariado. Mirando la historia desde abajo, desde mediados del siglo XVII se dieron resistencias y rebeliones amerindias como Túpac Amaru/Túpac Khatari, y afroamericanas como la Revolución haitiana, que se levantaron contra la subordinación social, política y étnico-racial de afrodescendientes e indígenas, y que implicaban otros proyectos de ciudadanía, identidad, justicia y libertad, a contrapunto de los proyectos occidentalistas del moderno Estado nación, y/o de su pretensión hegemónica como identidad cultural y comunidad política.
El entrelace de discursos de raza, etnicidad y nación ha facilitado la dominación política, social y económica y la hegemonía cultural de las élites criollas blanco-mestizas, que han querido definir identidades y culturas a su imagen y semejanza, A la misma vez que han informado la autoidentificación y formación de conciencia y organización colectiva de las/los sujetos subalternos en los regímenes de capitalismo racial de las modernidades coloniales y periféricas. Por ende, estas cuestiones abiertas de raza, etnicidad y nación son quintaesencialmente políticas, es decir, su carácter y contenido se definen en los escenarios de lucha dependiendo de la agencia histórica de los actores en pugna. En vista de esto, el concepto de racismo adquiere un relieve fundamental, porque definido como el sistema de poder correspondiente a la clasificación y estratificación étnico-racial en los escenarios mundiales, regionales, nacionales y locales de la Modernidad capitalista, constituye el espacio inmediato de la política racial. Antes de explorar más el tema de la política racial, adentrémonos más en la cuestión del racismo.
EL RACISMO COMO CATEGORÍA NECESARIA PARA EL ANÁLISIS Y EL CAMBIO HISTÓRICO
Extendiendo el planteamiento de Joan Scott (1996) sobre el género169, argumentamos que el racismo es un categoría histórica fundamental para analizar y combatir la opresión y las desigualdades, especialmente las formas de dominación que se configuran y ejecutan por mediación de la racialización de sujetos, espacios, e instituciones. Entendemos el racismo como una formación global de poder, un “sistema mundial racial” que reproduce dominación racial de corte cultural, político, económico, epistémico y psicológico, como un componente clave del sistema-mundo moderno/colonial capitalista170.
La estratificación racial global y las constelaciones de racismo en el mundo son diversas y complejas, variando desde el antisemitismo, la islamofobia, el orientalismo y los racismos contra los indígenas y antinegros, cada uno con sus tiempos y espacios propios, a la vez que en relación entre ellos. En este libro enfocaremos en el racismo antinegro, en sus múltiples expresiones, combinaciones y permutaciones.
El golpe de gracia originario, la herida histórica más profunda que constituyó la marca mayor de la centralidad del racismo antinegro en la Modernidad, fue la institución de la esclavitud capitalista con la trata negrera desde el largo siglo XVI hasta el XIX. La forma de esclavitud que desde el largo siglo XVI hasta el XIX se hizo pilar en el eje Atlántico del sistema-mundo moderno/colonial, conjugó cosificación, deshumanización y racialización con explotación capitalista de esclavizados/as plenamente asumidos como mercancía171. La racialización de los cuerpos, culturas y territorios, ennegrecidos en las ideologías y prácticas racistas consustanciales a la institución de la esclavitud, representa una de las dimensiones