jerarquizada de geografías, memorias, culturas y cuerpos. En la Modernidad temprana, en el llamado Renacimiento, este proceso se ha catalogado como “la colonización del imaginario”, es decir, la colonización de las concepciones hegemónicas de tiempo, espacio y subjetividad129. En la denominada Ilustración europea se generalizó el aparejamiento de la voluntad imperial del poder con la voluntad occidental del saber, lo que dio pie a las clasificaciones universales de las especies humanas, de fauna y flora, que fundamentaron la formación cognitiva que llamamos racismo científico como pilar de lo que David Goldberg caracteriza como las culturas racistas de la Modernidad. Uno de los hitos de este logos imperial es lo que el filósofo africano Emmanuel Chukwi Eze define como el color de la razón, para analizar tanto los enunciados llanamente racistas de filósofos como Kant y Hegel, como las lógicas raciales de las concepciones de ciencia, razón, ética, estética, gobierno y espiritualidad que definieron la supuesta civilización occidental como superior al resto del planeta.
Estas epistemes (en el sentido de cosmovisión vinculada a una estructura de dominación) occidentalistas, se fundamentan en una concepción del Hombre que, como bien argumenta Sylvia Wynter, constituye un sujeto imperial, concebido como superior a un entramado de otredades-sujetos coloniales, mujeres, homosexuales, campesinos, trabajadores, niños. Dicha estructura mental correspondiente con procesos de expansión del capitalismo eurocentrado y con el nacimiento de los imperios europeos con la pretensión de ser “los señores de todo el mundo”, fue la fuente histórica de los discursos raciales y de las culturas racistas modernas que articulan jerarquías de color o pigmentocracia con valorizaciones desiguales de cultura, civilización, religión, geografía, conocimiento e idioma.
En resumen, la categoría raza, las formas jerarquizadas de clasificación racial, y los regímenes de dominación racista que le acompañan, son pilares fundamentales de la colonialidad del poder y el saber. Las jerarquías raciales son definidas de forma ambigua e inestable, a partir de criterios múltiples que pueden ser fenotípicos, culturales, religiosos, ecológicos, gnoseológicos y lingüísticos. Es así que esquemas universales occidentalistas como “la gran cadena del ser” (del Medioevo a la Modernidad) comenzaron a dividir las poblaciones del planeta en razas-civilizaciones como “caucásicas”, “asiáticas”, “etíopes” y “amerindias”, deslindando jerarquías en la evaluación de las supuestas etapas evolutivas, los niveles o carencia de humanidad. En la significación de los discursos raciales, el referente universal que sirve como denominador común es el criterio de blanquitud, que es fundamental en la economía de sentidos que define el sujeto moderno occidental como varón, letrado, propietario y heterosexual. En la economía racial moderna, la blanquitud es el equivalente universal, el referente universal que sirve de punto cero, absoluta positividad frente al cual se mide el resto de las designaciones de civilización, cultura e identidad.
La emergencia del discurso racial implicó la primera clasificación universal de los seres humanos, el establecimiento de regímenes raciales de explotación del trabajo y apropiación de poblaciones y territorios, además de la hegemonía de estructuras de conocimiento eurocéntricas basadas en la supuesta superioridad de los saberes imperiales de los colonizadores en detrimento de la memoria y las culturas de las otredades de Occidente. La colonización de la vida material y los imaginarios sociales también implicó la emergencia de nuevas formas de identidad e intersubjetividad y, por ende, también de nuevos modos de lucha y construcción de comunidad que se evidenciaron elocuentemente en los discursos antirracistas y libertarios del siglo XVIII expresos en las revueltas de Túpac Amaru, Túpac Khatari y la Revolución haitiana.
La mentalidad raciológica y la opresión racial se establecieron en el contexto de la conquista de las Américas y la institucionalización de los modos modernos de esclavitud y servidumbre bajo el liderato de los emergentes imperios europeos y sus clases dominantes, aunque tenían precedentes en la península ibérica, como veremos más adelante130.
La primera modernidad que trazamos al largo siglo XVI, cuando se creó la figura del hombre-moderno occidental a partir del principio “conquisto y luego existo” y la Modernidad como “gerencia de la centralidad”, como plantea el filósofo Enrique Dussel (2000), tuvo como uno de sus elementos fundamentales un nuevo universalismo planetario cuya voluntad de saber estuvo ligada a la voluntad de dominar el mundo. En concordancia con los discursos occidentalistas hegemónicos apócales sobre sujeto, historia, civilización y cultura –el humanismo renancentista del siglo XVI, la revolución científica del siglo XVII, la Ilustración en el siglo XVIII, el positivismo en el siglo XIX– se inicia una práctica de clasificación jerarquizada y naturalizada de los poblaciones, los territorios, las culturas y los cuerpos del planeta, a partir de una racionalidad raciológica131.
A estos procesos de jerarquización y de inversión de significación racial a sujetos, relaciones, instituciones y estructuras, los denominamos como de racialización (más tarde también llegaron a ser de etnicización). A las ideologías, prácticas y regímenes de poder que le corresponden los significamos y analizamos con la categoría “racismo”, como veremos.
Las geografías, las identidades, los cuerpos (físicos y políticos), las economías, los discursos de civilización y las formas culturales y cognitivas que componen los procesos de globalización en su larga duración, emergieron y se desarrollaron en relación con dichos procesos de racialización (Bonilla-Silva, 1997). En este curso se crearon y transformaron categorías y jerarquías raciales que han sido claves desde aquel momento hasta ahora en la configuración de las instituciones principales (economía mundial capitalista, Estado moderno, universidad, Iglesia) y procesos centrales (dominación y resistencia política, producción cultural, estructuras de conocimiento) del sistema-mundo moderno/colonial capitalista132.
En el contexto de la transformación histórico-mundial significada en la fecha 1492, que marca el doble desarrollo de construcción moderna de Estado e imperio (el primer Estado absolutista y el primer imperio de la Modernidad), se revela la racialización en estos procesos con la expulsión de los judíos sefarditas y los moros como sujetos racializados de la península ibérica junto con el mal llamado “descubrimiento del nuevo mundo”. En el contexto de la conquista y colonización del nuevo continente llamado América surgió un imaginario racial de acuerdo con el cual se crearon nuevas categorías de identidad que le fueron de importancia crucial a la naciente matriz de poder moderna/colonial. Así se crearon categorías globales como “indio”, que agrupó singularmente a una gran variedad de identidades locales a través de todo el llamado “hemisferio occidental”, como por ejemplo “Aymara”, “Navajo”, “Guaraní”, “Apache”, “Mapuche”, “Zapoteca” y “Quiché”. También se creó la noción de “negro”, que condensó violentamente una inmensa pluralidad de identidades grupales como “Ashanti”, “Kongo”, “Yoruba”, “Carabalí”, “Dingo” y “Mandingo”, que emergieron del continente africano, el cual a su vez vino a ser definido como la zona negra al sur del Sahara. Estas categorías raciales se crearon a partir de una violencia epistémica de agrupamiento y supresión de las diferencias que se correspondió con una avalancha violenta de apropiación de territorios, explotación del trabajo, violación de cuerpos y desvalorización de memorias, culturas y conocimientos.
En las nuevas tierras de conquista equivocadamente llamadas las Américas133, la compleja interacción de culturas y genes fue codificada en la lógica racialista por constructos de hibridez étnico-racial que, para el siglo XVII y XVIII, se articularon en categorías como “mestiza”, “mulata” y “zambo”, que comenzaron a establecer, en el mundo hispanoamericano, lo que denominamos como un sistema de castas. La mentalidad racialista y los procesos de clasificación/estratificación racial que constituyeron los regímenes racistas que son claves en las constelaciones de poder, las categorías de identidad y alteridad, y las instituciones principales de la modernidad/colonialidad –Estado, corporaciones, universidades, familia nuclear, territorio, espacios culturales–, se configuraron en una lógica eurocéntrica de supremacía blanca, en la que el hombre blanco se asume como equivalente universal de racionalidad, belleza, ética y buen gobierno.
Esta suerte de arqueología que da cuenta de las condiciones de emergencia