se ha tendido a integrar el llamado mestizaje en los discursos de blanquitud156.
En los Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, emergen identificaciones étnico-nacionales como méxico-americanos y puertorriqueños, que devienen en la década de 1980, en la panetnicidad latina/o de los Estados Unidos. Lo común a través de esta historia es que la narrativa nacional hegemónica se define con base en la contradicción entre los relatos de la “república blanca” y “la nación de inmigrantes”, donde a pesar de un supuesto pluralismo cultural prima la eurodescendencia como pilar de una ideología en la que “los étnicos” tienden a ser los otros internos de la nación blanca. Este discurso hegemónico de la república blanca es ejemplificado en las llamadas identidades con guion, como los africano-americanos, mexicano-americanos y asiático-americanos. En este pentagrama étnico-racial el entrelace entre raza, nación y etnicidad se revela en naciones translocales del Caribe hispano –entendido como el traspatio en el imaginario imperial yanqui– como los dominicanos y puertorriqueños, que como sujetos coloniales y neocoloniales son racializados como no-blancos en los Estados Unidos (aun los de piel clara que en Puerto Rico y República Dominicana serían blancos), a la vez que por su nacionalidad son etnicizados como grupos étnico-nacionales y/o con la categoría panétnica latinos de los Estados Unidos que, a su vez, tiene un contenido racial a partir de la distinción civilizacional entre anglos y latinos. Dicha complejidad no debe negar la especificidad de la diferencia afrolatina de las/los dominicanos y puertorriqueños negros, muchos de los cuales han asumido identidades afroamericanas y afrodiaspóricas.
Otro ejemplo revelador de la complejidad y formas variadas como se articulan las categorías de raza y etnicidad en los Estados Unidos son los panameños-antillanos en Nueva York, que por su color tienden a racializarse como “negros” o “afroamericanos”, a la vez que pueden autoidentificarse como nacionales panameños, y con las categorías panétnicas/regionales “latino” y “caribeño”, indicando así tanto la relación necesaria como la distinción relativa de estos constructos identitarios. Este ejemplo de las combinaciones y permutaciones de las identidades afropanameñas en la ciudad de Nueva York demuestra cómo raza, nación y etnicidad son categorías que tienen sus significaciones propias de carácter abierto, ambiguo, complejo e inestable, a la vez que están entrelazadas.
La segunda razón principal por la cual se comenzó a generalizar el uso del lenguaje de la etnicidad a finales del siglo XIX fueron las luchas contra el llamado racismo científico que se cultivó desde las “ilustraciones” europeas –alemana, escocesa y francesa– y que se consolidó con la emergencia de las ciencias sociales y el paradigma cientificista newtoniano desde el siglo XIX hasta principios del XX157. En América Latina fue la era del positivismo que produjo sus propios movimientos de eugenesia (Stepan, 1991).
A contrapunto, fueron madurando ideas antirracistas de nuevas corrientes teóricas constructivistas sobre lo étnico-racial, a la par con movimientos contra el racismo desde niveles locales y nacionales hasta de escala mundial, que abogaban por la equidad y la realización plena de la ciudadanía y la democracia. Un momento importante en esta sinergia de corrientes intelectuales y políticas fue el Congreso Mundial Contra el Racismo, celebrado en Bristol, Inglaterra, en el que convergieron el sociólogo afroestadounidense W. E. B. Du Bois con dos científicos sociales eurodescendientes con posiciones de liderato en la academia norteamericana y a nivel mundial, el sociólogo Robert Park y el antropólogo Franz Boas, ambos antirracistas y que llegaron a tener gran influencia en el surgimiento de la categoría etnicidad como constructo clave en sus respectivas disciplinas. Así, los grupos étnicos llegaron a ser el objeto de estudio principal de la antropología en su acepción como estudio de las alteridades de lo moderno y de la sociología como otredades internas de la nación.
Esto ocurrió luego de que ganara terreno intelectual y político la crítica del racismo científico que había orientado tanto a la antropología como a la biología evolutiva en el siglo XIX158. Una de las influencias mayores en dicho giro político epistémico fue la sociología de Du Bois, quien influyó incluso a su profesor Max Weber. Los argumentos pioneros de Du Bois sobre raza como construcción histórica entraron en diálogo con los planteamientos de figuras como Boas y Park, quienes propusieron remplazar “raza” por “etnicidad” como categoría básica de identidad cultural. A contrapunto de Boas y Park, Du Bois llegó a proponer un concepto de raza abierto, complejo y cambiante, capaz de incorporar criterios culturales y corporales, de ancestralidad y localización histórica, sin reemplazarlo por el de etnicidad, que como hemos argumentado, conlleva la misma carga esencialista, naturalista y jerarquizante159. Du Bois consideró el racismo como fundamental en las constelaciones modernas de poder, como también en sus formas culturales, modos de conocimiento e identidades individuales y colectivas, también a contrapunto de Boas y Park.
Volviendo a enfocar el análisis en América Latina y el Caribe, es importante acotar que hay una marcada tendencia, tanto en el mundo académico como en la esfera política, de relacionar lo indígena con la etnicidad y lo afrodescendiente con la raza160. Dichas distinciones categóricas que tienden a cosificar los conceptos, tienen implicaciones importantes en procesos de inclusión y exclusión ciudadana, en leyes respecto a derechos colectivos –por ejemplo, de propiedad de la tierra, de educación intercultural, de representación política– y efectos significativos en la negación de reconocer tanto las identidades colectivas afrodescendientes como la presencia patente del racismo contra los indígenas.
Aquí argumentamos que es menester tanto analizar el carácter diferenciado de los procesos de racialización y etnicización entre afrodescendientes e indígenas, como entender los espacios históricos compartidos –por ejemplo, tanto de esclavitud, servidumbre, peonaje, subempleo y marginalidad urbana, como de participación en movimientos antisistémicos– y las formas comunes de racismo que ambos han experimentado como otredades en cada nación y a través de la región. La racialización diferencial comienza dese la era colonial con dos hitos: 1) el establecimiento de la división entre “República de Blancos” y “República de Indios”, en la que no se reconocía identidad y derechos propios a los negros; 2) la pigmentocracia, como diferencia específica que estableció la negrofobia como elemento particular del racismo antinegro, como veremos. Si la agenda de Durban contra el racismo ha sido abanderada principalmente por activistas afrodescendientes, también ha ofrecido un espacio común para indígenas y afrodescendientes luchar contra el racismo.
Es necesario destacar que tanto indígenas como afrodescendientes han desarrollado de manera particular y diferencial sus propios espacios históricos y formas de socialidad (culturales, políticos y económicos) en un entrejuego y negociación de estar dentro y fuera de los términos hegemónicos de Estado nación, país y región. En este sentido calificamos ambos como formaciones de pueblo, es decir, colectividades histórico-culturales que a partir, tanto de su condición de subordinación relativa en escenarios nacionales, regionales y globales, como de sus modos particulares de ancestralidad (ya sea continuidades milenarias del Abya Yala, ya sea “huellas de africanía”)161, han producido formas propias de identidad, comunidad, expresión cultural, organización social y política. Estas formaciones de pueblo se articulan de forma compleja e históricamente contingente en el entrecruce de las tres categorías mayores de identidad cultural en la Modernidad: raza, etnicidad y nación162.
B. NEGOCIANDO NACIÓN, RAZA Y ETNICIDAD EN DOS AMÉRICAS
Saco utilizaba la voz raza como sinónimo de pueblo: raza cubana, española, africana, anglosajona.
(en Carranzca Fuentes et al., 2011, Las relaciones raciales en Cuba)
Las estructuras tanto materiales como mentales del racismo occidental moderno, en sus dimensiones globales y locales e institucionales y cotidianas, orientaron la producción histórica de los Estados nación a partir de las luchas de independencia del siglo XIX en las Américas, que comenzaron con las gestas