conjunto complejo en el que todas las partes tienen su especificidad, a la vez que se refieren necesariamente y recíprocamente unas a otras. Aquí el argumento es que en dicho patrón todas las formas históricas de organización y explotación del trabajo social (reciprocidad, esclavitud, servidumbre, pequeña producción mercantil y salario) se articulan en subordinación al capital global. Este planteamiento supone e implica un análisis del capital como una relación social de explotación no solo del trabajo asalariado (como en concepciones eurocéntricas), pero de una pluralidad de formas laborales que convergen en el mercado mundial guiadas por la búsqueda de ganancias a través del proceso global de acumulación de capital119.
Pero este proceso, que nos sirve de entrada para entender las desigualdades en la distribución de riqueza en el mundo, no se explica simplemente con base en las categorías de la economía política. La división desigual de la economía mundial capitalista en tres estratos (centro, semiperiferia y periferia) que surge a partir del largo siglo XVI y de gran manera permanece hasta hoy día, se establece con base en la institucionalización de regímenes raciales de explotación del trabajo, en los que el trabajo asalariado se concentró en las centros occidentales y las formas más coercitivas (como la esclavitud y las servidumbres) en los espacios subalternos periféricos, incluyendo las periferias situadas en los territorios del centro. Esta correlación entre la desigualdad laboral y racial permanece hasta hoy día. Dichas formaciones que Santiago-Valles denomina “regímenes globales-raciales”, integran la estratificación étnico-racial en la explotación del trabajo con la desvalorización de los cuerpos, culturas, conocimientos, historias y territorios de los sujetos racializados negativamente como no-blancos y no-occidentales120.
Estas jerarquías en la distribución global de la riqueza también se corresponde con las divisiones geopolíticas que se han establecido dentro del patrón de poder moderno/colonial. El surgimiento del primer Estado absolutista en 1492, con la mal llamada reconquista de la península ibérica por los castellanos, fecha que marca la configuración de un nuevo espacio global a partir de la colonización del denominado Nuevo Mundo, a la vez dio inicio a la era de los imperios y Estados modernos. Esto implicó una redefinición de los espacios institucionales de poder y de los cuerpos políticos que desembocó primero en la organización de un sistema inter-estatal que se institucionalizó con el Tratado de Westphalia, bajo la hegemonía holandesa en el siglo XVII, llegando después de la Segunda Guerra Mundial hasta las Naciones Unidas bajo la hegemonía estadounidense121. En este escenario, la convergencia de la competencia entre Estados imperiales persiguiendo la dominación político-militar, la hegemonía diplomática e intelectual, y la primacía económica en el sistema-mundo moderno/colonial capitalista, es uno de los entramados principales de la larga duración del proceso que hoy llamamos globalización. En este drama histórico, la gran mayoría de los Estados envueltos en la geopolítica de la matriz de poder moderna/colonial, han sido en algún momento Estados imperiales o Estados coloniales y todos están imbricados en las jerarquías de poder político y económico que establecen las divisiones de riqueza, poder y reconocimiento en el mundo. En este sentido, además de ser Estados capitalistas, son Estados raciales y Estados patriarcales, en la medida que son ensamblajes institucionales que consagran y reproducen la dominación racial y patriarcal122.
El segundo eje de la colonialidad del poder es el de la dominación patriarcal definida por jerarquías de género y sexualidad. A diferencia de la dominación étnico-racial, el patriarcado es anterior a la Modernidad capitalista. El poder patriarcal se redefine una vez articulado al capital en relación con las jerarquías étnico-raciales123, con el orden geopolítico global y las nuevas formas de subjetividad y colonialidad del saber que emergen con el patrón de poder moderno/colonial. Es importante analizar fenómenos como la división sexual capitalista del trabajo a escala mundial, a la vez que es necesario entender cómo los discursos de género y sexualidad configuran el Estado, los imperios y las estructuras moderno/coloniales de conocimiento124.
El analizar la división sexual del trabajo hoy día implica mirar procesos de feminización de proletariados periféricos, como es el caso de las maquiladoras en México, mientras leer las lógicas imperiales de género apunta hacia ver las celebradas conquistas de guerra como un modo de afirmación de la supuesta superioridad de la masculinidad blanca eurodescendiente, representada en los Estados imperiales y sus agentes ejecutivos125. La proliferación de feminicidios en lugares habitados mayormente por mujeres negras de sectores subalternos como Buenaventura en Colombia y por indígenas-mestizas de la clase trabajadora como en Ciudad Juárez, en México, son muestras dramáticas de la concatenación de la violencia étnico-racial con la violencia sexual.
Si miramos la imagen ideal del sujeto soberano occidental veremos un hombre blanco, europeo o eurodescendiente, propietario, letrado, padre y marido heterosexual. La soberanía de dicho sujeto, al cual podríamos añadir el adjetivo imperial, radica precisamente en el entrecruce de su definición étnica y racial, su carácter de clase, su género y sexualidad, con el capital simbólico y cultural devengado por su posesión y maestría de la civilización occidental. Esa concepción de la subjetividad, expresa en las categorías del sujeto trascendental de Kant, el sujeto histórico de Hegel y la figura del ciudadano en el discurso democrático de la Revolución francesa, es sustentada, sin así reconocerlo, por la ideología de la inferioridad de las supuestas razas menores, que se enlaza con la supuesta superioridad de hombres sobre mujeres.
En las jerarquías universales del ser inventadas en los discursos eurocéntricos y occidentalistas, un hombre negro de las clases subalternas se localiza en un lugar de mayor subordinación que una mujer blanca de las burguesías. Mas no se trata de establecer un orden preferencial de determinación o una vara para medir la opresión, sino de analizar las formas históricas de articulación de los diferentes ejes, formas y mediaciones de la colonialidad del poder, es decir, se trata de mapear las cadenas de la colonialidad. Al discurso crítico de la matriz de poder moderna/colonial en todas sus facetas que corresponde con una praxis de acción colectiva que constituye una política de liberación contra las cadenas de colonialidad y opresión, se le llama feminismo descolonial como veremos a través de todo este volumen.
El tercer eje que postulamos de manera heurística para explicar la colonialidad del poder es el de la dominación étnico-racial y cultural. Cabe reiterar que no se puede entender la diferenciación y estratificación de la explotación del trabajo y la apropiación de la riqueza a nivel global, sin verlo como un proceso a largo plazo de racialización del planeta, lo que implica un proceso de largo arco, de inversión de sentidos y estratificación racial, de sus cuerpos, culturas, historias, sujetos, saberes y territorios126. ¿Cuál es la importancia de la identificación, clasificación y estratificación racial dentro del patrón de poder moderno/colonial que discutimos? La idea misma de raza y, por ende, el discurso racial y los regímenes racistas son principalmente un producto histórico de la colonización de las Américas y un elemento central en la constitución del sistema Atlántico como centro nodal del sistema-mundo moderno/colonial capitalista. Aquí el argumento principal es que la creación europea de categorías de clasificación racial en conjunto con la emergencia de jerarquías raciales ligadas a la explotación del trabajo, la apropiación de la tierra y la desvalorización de la memoria y la cultura de los sujetos racializados y colonizados son pilares fundamentales del nuevo patrón de poder127.
Quijano argumenta que la diferentia específica de la colonialidad es la invención de la idea de raza como principio de clasificación que orienta las relaciones de poder en la Modernidad capitalista. En este sentido, el concepto de colonialidad enfoca en la centralidad de los discursos raciales en la formación de la economía-mundo capitalista, en la hegemonía occidental (en lo geopolítico y en el liderato moral e intelectual) y en los modos de identificación e intersubjetividad que en conjunto constituyen las constelaciones modernas de poder y saber. La colonialidad en este sentido también significa la división entre Occidente y sus otredades (la africanía, lo amerindio, Oriente, el Caribe, etcétera)128 como un sustrato material y discursivo que corresponde a los modos de dominación, los regímenes de explotación del trabajo, las estrategias de gobierno, las pretensiones civilizatorias, las formas culturales, las lógicas y categorías de conocimiento que priman en el sistema-mundo moderno/colonial