del sistema-mundo moderno/colonial, que informa e inscribe los procesos modernos de etnicización y nacionalización de las identidades, la cultura y la política144. En este sentido, “raza” es uno de los principales “universales del Atlántico”145 en la medida que ofrece una visión general y sirve de referente común a un conjunto de discursos occidentalistas que pretenden dar sentido a la historia, las culturas, la estética, las identidades, la ética, la política y los fundamentos del conocimiento.
CULTURA, PODER E IDENTIDAD EN EL ENTRECRUCE DE RAZA, ETNICIDAD Y NACIÓN
Hasta ahora nos hemos enfocado en la centralidad de los discursos, clasificaciones y estratificaciones raciales en la Modernidad capitalista y su entrelace con desigualdades y dominación de clase, género y sexualidad, dibujando un cuadro de las cadenas de la colonialidad, de los eslabones de opresión que configuran la matriz de poder moderno/colonial. Pero lo racial nunca ha utilizado solo criterios fenotípicos o biológicos (genéticos, ambientales); siempre ha incluido atribuciones culturales y conductuales. En términos generales, nuestro argumento es que la lógica de naturalización y jerarquización de cuerpos, culturas y territorios que aquí conceptualizamos como racialización146 marca fundamentalmente los procesos históricos modernos de clasificación y estratificación de colectividades humanas y, por ende, guía los procesos de nacionalización y etnicización que surgen posteriormente. Laura Doyle (1994) conceptualiza este sustrato histórico de racialización como “la matriz racial de la cultura”147.
De ese modo podemos ver que las identidades culturales/étnico-raciales que surgen en relación con la matriz de poder moderno/colonial, se pueden agrupar en tres categorías generales que sin negar su especificidad se refieren unas a otras: nacionalidad, etnicidad y raza. Las tres tienen un componente cultural en el sentido de atribuciones de comunidad a modos de ser y hacer, a la vez que tienden a la esencialización, jearquización y naturalización de sus sujetos. La categoría “raza” es definida fundamentalmente por la esencialización jerarquizada de cuerpos, culturas, conocimientos, memorias y geografías a partir de la ideología de Occidente y Europa como corazón de la blanquitud, como referentes universales de racionalidad, belleza, excelencia ética y buen gobierno. En este sentido la categoría raza fue la primera en surgir históricamente y el razonamiento raciológico constituye un sustrato a las formas de identificación cultural de la Modernidad capitalista. Las tecnologías de racialización, entre las que incluimos: esencialización, cosificación, corporalización, naturalización e infantilización, también orientan los procesos de etnicización.
Tocando ese tambor, Quijano afirma: “El racismo y el etnicismo fueron inicialmente producidos en América y reproducidos después en el resto del mundo colonizado, como fundamentos de la especificidad de las relaciones de poder entre Europa y las poblaciones del resto del mundo”.
Aquí cabe subrayar la centralidad de la clasificación y estratificación racial en la constelación de poder y en las definiciones de identidad en la Modernidad capitalista y la concatenación entre racialización y etnicización. Para explicar esto con mínima claridad, necesitamos explorar más la relación entre los conceptos de raza y etnicidad y las articulaciones de ambas categorías con las de nación y nacionalidad.
A. RAZA, ETNICIDAD Y CATEGORÍAS ÉTNICO-RACIALES
Comienzo por reafianzar que la racialización de la humanidad y el planeta –de sus sujetos, poblaciones, territorios y saberes– es un eje fundamental en los procesos de globalización capitalista en su longue durée, que informa tanto la configuración del mundo en continentes, regiones, civilizaciones y naciones, como en la definición y división de las identidades –étnicas, raciales, nacionales, religiosas, lingüísticas, de género, sexualidad, etcétera–.
En suma, reafirmo que este concepto de raza no se reduce al color y tiende a incluir criterios culturales como valorizaciones de conducta y criterios estéticos y civilizatorios en los que se postula una alegada superioridad de la civilización occidental sobre los llamados “orientales” y por encima de África, entendida esta como el continente oscuro en las tinieblas y sin historia. De aquí la expresada relación entre racialización y etnicización. Entonando esa clave que articula marcadores corporales y culturales hablamos de categorías étnico-raciales y argumentamos que existen relaciones de determinación recíproca entre raza, etnia y nación.
El concepto de etnicidad suele entenderse como una agrupación histórica de carácter cultural y tiende a distinguirse de lo racial argumentando que corresponde más fidedignamente con los procesos de formación de comunidad e identidad. Pero como argumenta Fredrick Barth (1998), las fronteras étnicas son construcciones históricas148. Más aún, los procesos de etnización tienden a establecerse con base en lógicas de naturalización y jerarquización entre colectividades histórico-culturales análogas a los procesos de racialización. Históricamente, el concepto de etnicidad surge en el siglo XIX, a partir de luchas históricas y desarrollos epocales, lo que le da mucho menos antigüedad que el constructo raza que hemos trazado al largo siglo XVI149.
Hay dos fuentes principales en la emergencia de la etnicidad como categoría clave en el discurso intelectual y político. El primer fenómeno es la maduración de los discursos nacionalistas entre mediados y finales del siglo XIX, en los que la “comunidad imaginada” que es la nación se representa en los discursos hegemónicos como una cultura nacional que funciona como una especie de etnicidad ficticia que subordina a sus otredades internas que, en esa lógica, son calificados como “grupos étnicos”150. En Europa los ejemplos más notables de dichas otredades étnicas en el interior de cada nación son los rom o gitanos y los judíos a través de toda la región. En Estados plurinacionales como España, hay formaciones de pueblo con su propio lenguaje e identidad como los vascos y los catalanes151.
La nación como comunidad político-cultural y la nacionalidad como identidad que le corresponde tienden a fundamentarse en discursos esencialistas de acuerdo con lógicas de reducción y exclusión de corte racial152. La cultura nacional se erige como etnicidad ficticia a través de un quehacer identitario que suprime las diferencias en su interior y excluye otredades internas raciales, de clase (campesinos y obreros) y sexuales (homosexuales en los discursos patriarcales y de mujeres en las representaciones homoeróticas de nación); a la vez que se construye a partir de lógicas racialistas en las que a los sujetos nacionales se les atribuyen rasgos fijos y uniformes de personalidad, como cuando se afirma que los chinos son laboriosos y los puertorriqueños vagos. La nación como forma histórica surgió articulada con referentes raciales. Los Estados naciones del vasto territorio que hoy llamamos América Latina nacieron en el terreno disputado de ideologías racistas occidentalistas que asociaron las incipientes repúblicas como herederas de la civilización occidental europea, como corazón de la blanquitud, a contrapunto de discursos criollos descoloniales como los del puertorriqueño Betances, y de los cubanos Martí y Maceo, que esgrimieron un americanismo crítico en el que el indio y el negro no eran problema, sino fuente vital de identidad y cultura153. A contrapunto, en Estados Unidos prevaleció la ideología de la nación-imperio como la “república blanca” que persiste hasta hoy día, como se demuestra en la retórica del recientemente electo presidente Trump (Laó-Montes, 2003).
En Estados Unidos, las denominaciones étnicas han sido de gran elasticidad histórica debido al carácter nutrido y continuo de las inmigraciones, acompañado por la persistencia del blanqueamiento como estrategia de nacionalización. Es así que a principios del siglo XX se consolidaron cambios en la definición étnico-racial llamando no-blancos a grupos como los italianos e irlandeses, que eran considerados fuera del criterio anglosajón de blanquitud, que ahora se racializaron como blancos caucásicos154. Como consecuencia de estos procesos de blanqueamiento, la etnicidad de los nuevos blancos, como italianos e irlandeses, en gran medida se absorbió en sus adscripciones raciales155. A contrapunto, las ideologías de blanquitud en la región que hoy conocemos como América Latina, tendieron