que mediatizó la inestabilidad subsecuente en la economía-mundo capitalista.
La coyuntura histórico-mundial de movimientos sociales que desafiaron todas las formas de poder (de clase, étnico-racial, cultural, de género, sexualidad, geopolítico) en el sistema-mundo moderno/colonial capitalista tuvo importantes implicaciones para los afrolatinoamericanos. El movimiento de liberación negra de los Estados Unidos y los movimientos para la descolonización en África y Asia produjeron políticas étnico-raciales de liberación que inspiraron a muchos activistas negros a integrar movimientos antiimperialistas y anticapitalistas, mientras enarbolaron nuevas políticas contra el racismo y en pos del empoderamiento negro que en el decenio de 1980 florecieron en la emergencia de organizaciones locales y redes nacionales y regionales de movimientos afrolatinoamericanos, como hemos de demostrar en los capítulos seis y siete de este libro.
Este impulso de cambio adoptó múltiples formas, priorizó diferentes objetivos y articuló una multiplicidad de proyectos. El abanico de actividad que abrió el genio de las políticas étnico-raciales fue mucho más allá de actitudes tendientes a valorizar y reconocer las prácticas culturales afrodiaspóricas y la memoria histórica contra la narrativa racista de nación y región de la hegemonía eurocéntrica, porque alcanzó hasta la organización de congresos transnacionales tendientes a fomentar una agenda para afrolatinoamericanos que permitiese esfuerzos políticos coordinados. La efervescencia de la producción cultural afrodescendiente, sobre todo en arte y literatura, se conjugó con la emergencia de organización política y los primeros vestigios de movimientos sociales, como veremos.
Las gestiones de organización afrodescendiente en países como Brasil, Colombia, Costa Rica, Panamá y Venezuela, produjeron tanto gestión cultural y política como centros de investigación e iniciativas educativas que devinieron lo que luego se denominó etnoeducación y educación inclusiva. Se organizaron varios congresos internacionales que se sucedieron para articular estas iniciativas. El Primer Congreso de Culturas Negras en las Américas tuvo lugar en 1977 en Cali, Colombia, marcando un hito en la organización y liderato afrolatinoamericanos tanto para las políticas culturales como para las culturas políticas afroamericanas en general. Se organizaron también otras conferencias, en Brasil en 1982, en Uruguay en 1984 y en Panamá en 1987. Algunas de estas devinieron asociaciones regionales, como la conferencia en República Dominicana en 1992, donde se gestó la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas y Caribeñas, y la creada por afrocentroamericanos en 1993, que resultó en la Organización Negra de Centroamérica (Oneca). En suma, a partir de esta coyuntura confluyeron las condiciones objetivas y subjetivas, externas e internas, que posibilitaron la emergencia de los movimientos afrolatinoamericanos a nivel local, nacional, regional y hemisférico, interconectados a formaciones más extensas de la diáspora africana global, fenómeno que aún hoy persiste como veremos a través de este volumen.
RECONFIGURACIÓN DE AMÉRICA AFROLATINA EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL
Al inicio de la década de 1980, la crisis del proyecto desarrollista como estrategia para promover el crecimiento, la rentabilidad del capital y el estado de bienestar en la economía-mundo, convergieron con el ocaso de la hegemonía norteamericana (en lo político, económico y cultural) en el sistema global. El establecimiento y la diseminación de políticas económicas neoliberales a lo largo y ancho del planeta, devinieron promotores de economías abiertas al llamado libre mercado, en favor de las inversiones y el comercio para las corporaciones transnacionales. Esto, aparejado a racionalidades políticas de minimización de los gastos sociales del Estado, liberación de regulaciones económicas y reducción de la democracia a sus dimensiones procedimentales, tuvo un efecto devastador en la vida de millones de afrolatinoamericanos.
Junto a la exacerbación de las tendencias ya existentes para minar la propiedad sobre la tierra de agricultores pequeños y medios, la globalización neoliberal también promulgó la privatización y mercantilización de los recursos fuentes de materia prima como el agua y los bosques, que en varios territorios rurales de comunidades negras de la región eran propiedad social y/o habían sido ostensiblemente poco palpados por la lógica del capital. De este modo, subregiones habitadas por comunidades negras como la costa pacífica de Colombia y Esmeraldas en Ecuador, regiones ambas que luego de la colonización inicial habían sido relativamente abandonadas por el maridaje de Estados centrales y el gran capital y, por ende, tenían relativa independencia de ser recolonizadas por los capitalistas en busca de ganancias, se convirtieron en blanco de la explotación de la tierra, fuerza de trabajo y recursos naturales. Como resultado, desde la década de 1990 se produjo la emergencia en estos sitios de movimientos sociales que impulsan demandas en pos de la valorización de sus identidades, memoria y cultura como afrodescendientes en sus contextos nacionales, articulando proclamas contra los intentos de expropiar su tierra y explotar su fuerza de trabajo, mientras se movilizan a favor de la biodiversidad, la integridad ecológica y el derecho para permanecer en sus territorios ancestrales. Estos movimientos de autoafirmación afrodiaspórica, sobre todo en Colombia, Ecuador y Honduras, se acompañan con demandas ecológicas contra la apropiación de la tierra y en oposición a la expropiación de las comunidades por las corporaciones trasnacionales103.
La proliferación de terrenos de lucha politizados que caracterizan los nuevos modos de hacer política, ganadas por los nuevos movimientos sociales en auge desde la década de 1980, abrieron el espacio político para los movimientos afrolatinoamericanos emergentes. Una coyuntura clave en la emergencia y articulación de los movimientos afrolatinoamericanos fue la Campaña Continental de 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular en 1992. Otro proceso crucial fue el camino hacia la Tercera Conferencia Mundial Contra el Racismo, organizada por las Naciones Unidas en Durban, Sudáfrica, en el año 2001, que marcó la elaboración de una agenda regional para los movimientos negros en América Latina y el Caribe. El proceso hacia Durban sirvió de mecanismo de articulación para construir redes tendientes al logro de mejor coordinación, y para discutir y negociar proyectos históricos y agendas políticas. Todo esto tuvo el efecto de ganar un sentido más claro y formas organizacionales para un movimiento hemisférico de afrodescendientes en Latinoamérica. El liderato afrolatino en la conferencia de Durban, a nivel tanto de Estado como de sociedad civil, a través de todas las Américas (incluyendo Estados Unidos y Canadá), le confirió a este esfuerzo un carácter afrodiaspórico muy particular, una suerte de articulación de Nuestra Afroamérica. Sin embargo, el período pos-Durban reveló tanto las limitaciones de organizar agendas políticas y proyectos históricos en el marco institucional imperante en el orden global, como las diferencias en el campo político afrolatinoamericano, como veremos en algunos de los próximos capítulos.
El terreno y las opciones políticas (desde y en relación con) afrolatinoamericanos en la era de la globalización neoliberal, no fue solo guiado por los movimientos sociales desde las comunidades de afrodescendientes y las redes sociales, sino también por los estados nacionales y las instituciones transnacionales. Así, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo formulan políticas étnico-raciales y emiten reportes acerca del estado de los afrolatinoamericanos. De acuerdo con dichos reportes, los afrolatinoamericanos se cuentan entre las poblaciones más pobres de las Américas104. Las Naciones Unidas tienen un registro más antiguo en la promoción de investigaciones y en la propuesta de estrategias para afrolatinoamericanos. La cuenta regresiva se remonta a los programas de la Unesco en la década de 1950. Igualmente, algunas instituciones eclesiásticas como la Iglesia católica han emitido cartas pastorales y programas de desarrollo a favor de los afrolatinoamericanos105.
En los escenarios nacionales también se han producido avances importantes en el período actual. La mayoría de ellos fueron resultantes del trabajo de los grupos y movimientos sociales negros de la región. En Nicaragua se aprobó una constitución en 1987 que reconoció derechos colectivos y autonomía étnico-racial, en gran medida a partir de las luchas de afrodescendientes e indígenas en la Costa Atlántica del país. En Colombia, la constitución de 1991 estipuló derechos culturales y sociales para los grupos étnicos, especialmente para comunidades negras e indígenas. Hubo un desarrollo similar en Guatemala, donde en 1994 la Constitución por primera vez situó