Agustín Laó-Montes

Contrapunteos diaspóricos


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como resultado la abolición de los códigos legales de castas para finales del siglo XIX. En los dominios institucionales de la política formal del siglo XIX, los afrolatinoamericanos se mantuvieron como clientes de los partidos liberales y conservadores que compartían las alternancias en el poder. En este sentido, las luchas afrolatinoamericanas por inclusión, reconocimiento, recursos y ciudadanía, fueron fuerzas significativas en el debate histórico por la democratización.

      Una arena importante fue contra la desvalorización y la subalternización de las formas culturales y prácticas religiosas afrodiaspóricas a través de políticas estatales y doctrinas eclesiásticas eurocentristas/occidentalistas. En Brasil y Cuba, donde las religiones afrodiaspóricas habían devenido elemento fundamental para la cotidianidad diaria de muchos afrodescendientes, especialmente de los sectores más subalternos, las organizaciones afrorreligiosas como los Terreiros en Brasil y los Cabildos en Cuba, tuvieron que luchar para sobrevivir contra el envilecimiento a que estuvieron sometidos. En ambos países las instituciones de religiosidad de matriz africana se han sostenido hasta el día de hoy como escenarios vitales para las culturas y políticas negras.

      Los afrolatinoamericanos también desarrollaron sus propios espacios públicos para la expresión intelectual y la creación de periódicos, academias y clubes sociales, que eran en gran medida para el estrato medio de la sociedad mulata. Los negros y mulatos libres de clase trabajadora, en la que se destacaron sectores artesanales como tabaqueros y tipógrafos, constituyeron una intelligentsia radical desde finales del siglo XIX que fue importante en la emergencia de un movimiento obrero anarquista y comunista como es notable en el caso de Puerto Rico, donde se produjo una literatura y prensa obrera que constituyó una esfera pública proletaria en la cual se destacó el elemento afrodescendiente85.

      En Cuba, para finales del siglo XIX, las organizaciones sociales y políticas afrocubanas habían obtenido coordinación nacional a través de la creación del Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color. El archipiélago cubano proporciona un claro ejemplo de la formación de dos distintos dominios, aunque interconectados, dos esferas de vida afrocubana con elementos de continuidad hasta el día de hoy: uno guiado por la clase media occidentalizada que actuó por la vía de los canales formales del Estado y la sociedad civil; y la otra se proyecta más como contrapúblico subalterno centrado en las clases trabajadoras/marginadas en los barrios y solares urbanos86. El contrapunteo de estos dos distintos, pero entrelazados dominios, el de la cultura de la clase media intelectual y el de la cultura popular subalterna, configura en sus relaciones dialécticas y dialógicas el sustrato histórico de las producciones culturales y culturas políticas de los afrodescendientes en Latinoamérica.

      Otro terreno histórico central, contestatario y de autoafirmación para los afrolatinoamericanos, fue el elemento económico, ya que después de la abolición de la esclavitud, la mayoría de los negros continuaron en las escalas de más bajo nivel salarial laboral o marginalizados, tanto en el campo como en las ciudades. En países como Cuba y Puerto Rico, donde un alto porcentaje de la clase trabajadora era afrodescendiente, estos grupos tuvieron un papel fundamental en la organización del movimiento obrero. Hacia fines del siglo XIX y principios del siglo xx, un creciente proceso secular de urbanización demandó una masiva migración de afrodescendientes desde el campo a la ciudad, lo cual implicó ya no solo la creación de las clases trabajadoras urbanas y de habitantes de los barrios que estaban considerablemente compuestos por afrodescendientes, sino que igualmente trajo aparejada la marginalización de los empleos formales y la ciudadanía para un alto porcentaje de la población negra. Estos asentamientos en la ciudad fueron también espacios significativos para la producción de culturas urbanas afrolatinoamericanas que tuvieron y tienen impacto nacional y transnacional, cambios que fueron facilitados por el crecimiento de las industrias culturales desde la primera mitad del siglo XX. Aquí se destacan expresiones de música y danza como la samba brasileña, el son y la rumba cubana, y la bomba y plena en Puerto Rico.

      LA EMERGENCIA DE POLÍTICAS AFROLATINAS Y EL AUGE DE LAS EXPRESIONES CULTURALES NEGRAS

      Las primeras décadas del siglo XX constituyeron el escenario para la creación de las primeras organizaciones que explícitamente abogaron por una política racial tendiente al empoderamiento de los pueblos y sujetos de Nuestra Afroamérica: el Partido Independiente de Color (1908) en Cuba y el Frente Negra Brasileira (1931) en Brasil. Numerosas condiciones histórico-mundiales confluyeron dando origen a una coyuntura cualitativamente distinta para los afrodescendientes en América Latina. La primera a considerar es la guerra hispano-cubana-américo-filipina en 1898, conflicto que marcó el nacimiento del Imperio norteamericano como potencia mundial, a la vez que fue referente mayor para la emergencia del latinoamericanismo en tanto que discurso consciente de regionalidad, articulado por intelectuales y por hombres de Estado del mundo iberoamericano.

      La Guerra Hispano-Cubana-Américo-Filipina de 1898 marcó la dominación político-económica de los Estados Unidos en el hemisferio y el establecimiento de formas de poder colonial y neocolonial en el Caribe y Centro América. Puerto Rico fue anexado como una colonia con el título legal de “territorio no incorporado”, mientras que Cuba se mantuvo como neocolonia bajo la Enmienda Platt. En el nuevo discurso imperial estadounidense, el Caribe y América Central se convirtieron en “patio trasero” y se articularon nuevas categorías de clasificación étnico-racial. La civilización racializada comenzó a dividir “anglos” y “latinos” lo que, como hemos dicho, originalmente fue producto histórico de la competencia por la hegemonía mundial entre los Imperios británico y francés en el siglo XIX; pero esto devino en una cuestión central en las Américas en el contexto de 1898[87]. Las élites criollas blancas, tanto de los Estados Unidos como de los países latinoamericanos, afirmaron ser los herederos de Occidente en las Américas y en sus reclamos por la hegemonía, en el caso de los latinoamericanos en términos intelectuales, estéticos y éticos, definieron sus identidades en relación a sus otros externos (por ejemplo, los europeos y los norteamericanos) y en contra de sus otredades internas: los negros, los indios, los asiáticos, el campesinado, los homosexuales. Esta división identitaria hemisférica y las diferencias articuladas por las élites criollas generaron los parámetros del discurso imperial estadounidense, por un lado, y de la hegemonía latinoamericanista de las élites criollas, por el otro. En esta coyuntura histórica, Cuba y Puerto Rico, como los únicos remanentes coloniales de España en las Américas, tuvieron un camino en particular.

      Los luchadores anticolonialistas cubanos y puertorriqueños habían organizado el Partido Revolucionario Cubano en 1892 en la ciudad de Nueva York. José Martí, la voz más lúcida del período en las luchas anticolonialistas y antirracistas, vivió en Nueva York un tercio de su corta vida. Desde allí escribió algunos de sus más importantes ensayos incluyendo Nuestra América, un texto fundacional del latinoamericanismo. Como figura histórica, Martí fue en sí mismo parcialmente producto de las luchas democráticas de los afrocubanos en el movimiento anticolonial que generó tres guerras de liberación nacional desde 1868 hasta la invasión norteamericana en 1898, que inició la guerra hispano-cubana-américo-filipina (Ferrer, 1999). Procede analizar a José Martí como una voz transamericana, que hablaba desde los asentamientos latinos en los Estados Unidos para todo el hemisferio, y fue representante de una corriente de latinoamericanismo crítico que defendía la prédica de “el indio” y “el negro” contra todos los poderes dominantes. En este sentido, resulta también crucial señalar el rol fundamental que desplegaron los afropuertorriqueños como Arturo Alfonso Schomburg y Sotero Figueroa en el Club Dos Antillas, afiliación que compartieron con Martí y que constituía una de las células más importantes del movimiento por la independencia de Cuba y Puerto Rico y radicada en Nueva York a fines del siglo XIX. Este grupo estaba, fundamentalmente, compuesto por afroantillanos (Hoffnung-Garskof, 2019).

      En Cuba, el siglo XX comenzó con el establecimiento de una república en la cual los afrocubanos fueron sometidos a un doble racismo: por parte de los Estados Unidos, y bajo el régimen cubano, que se basó en la dominación racial, nacional y de clase. Los clamores por la igualdad de ciudadanía y la definición democrática de nación, por lo cual se luchó