pueblos y culturas de una zona de la diáspora africana en este territorio del mundo accidentalmente llamado las Américas.
En vista de lo dicho, entendemos los afrolatinoamericanos como una diáspora dentro de una diáspora mayor, como producto de la dispersión global de las poblaciones africanas por todo el mundo desde el inicio del sistema-mundo moderno/colonial capitalista, y en particular dentro del sistema Atlántico, con múltiples herencias y diversidades identitarias en diferentes niveles/escalas: desde lo local-nacional-regional, hasta lo hemisférico y global. Ciertamente, deberían ser interpretados como una compleja constelación de diásporas, un conjunto de historias locales que están ligadas por sus comunes trayectorias histórico-mundiales de desarraigo y destierro, de esclavización y resistencia, de discriminación racial y de participación protagónica en luchas contra el racismo, y de ancestralidades africanas; condicionantes todas que tendieron a la creación de múltiples géneros de expresión cultural, contribuciones a los procesos de formación nacional y, en momentos posteriores, a proyectos transnacionales por justicia, democratización y liberación.
AFROIBERIA Y LA INVENCIÓN SIMULTÁNEA DE EUROPA, ÁFRICA Y LAS AMÉRICAS
Un escrutinio general de las historias, las culturas y políticas afrolatinoamericanas nos llevaría hasta la época medieval europea en la península ibérica; la presencia de los oriundos de África subsahariana en dicho marco geográfico puede rastrearse hasta la antigüedad.
Tenemos clara información de la presencia africana en el contexto de la creación de la región islámica llamada Al-Ándalus en la ciudad sureña de Córdoba, aproximadamente en el 711 a. C.61. Esta subregión particular dentro del universo histórico que Janet Abu-Lughod conceptualiza como el sistema-mundo del siglo XIII62, estuvo presidida por el Islam, y constituyó un escenario clave del conflicto histórico con la cristiandad. En el disputado terreno militar, cultural y de guerra religiosa, los originarios del África subsahariana fueron subyugados –en gran cantidad– como soldados o mano de obra esclavizada. La mal llamada guerra de La Reconquista (nombre que fue usado para representar casi ocho siglos de batalla entre la armada islámica y la cristiana por el control de la península ibérica), llevó a los llamados moros (africanos del norte que lideraban la península)63 a la incorporación de soldados subsaharianos en sus filas.
Para finales de la Edad Media la península ibérica era un universo cultural diverso, una zona de contacto de una pluralidad de civilizaciones, religiones y tradiciones culturales. En este contexto, las grandes divisiones entre Islam, Judaísmo y Cristianismo proveyeron las condiciones para la producción del discurso proto-racial de la “pureza de sangre”, originado a partir del imperativo impuesto por la jerarquía eclesiástica y la monarquía de profesar la religión cristiana o la conversión a ella, como veremos más adelante.
Para 1250, la mayor parte de la península ibérica estaba ocupada por fuerzas cristianas, que durante el largo siglo XVI constituyeron los dos primeros Estados absolutistas europeos e imperios modernos: España y Portugal. Los portugueses, por su cercanía al oeste de África en el contexto de la crisis del feudalismo europeo y el surgimiento del capitalismo mercantil, desarrollaron el intercambio comercial con el continente africano y se inició la extensión de Europa al circuito de la trata de esclavizados (sobre todo entre el Magreb y el África subsahariana) que dio comienzo a la agricultura de plantaciones, basadas en la mano de obra esclavizada en las Islas Madeiras y las Islas Canarias a mediados del siglo XV, es decir, antes del año histórico de 1492.
Los historiadores calculan que para finales de dicha centuria había más de 50.000 subsaharianos en la península ibérica. Su papel como soldados en el Al-Andaluz se demuestra en ejemplos como la organización de los Guardianes del Honor Negro, fundada por el líder Al Hakan, aproximadamente en el 961 d. C.64.
Consecuentemente, después de 1492, cuando los españoles iniciaron la conquista de la parte del globo terráqueo que luego se denominó América, una diversidad de personas de descendencia africana que ya eran parte del mundo ibérico vinieron con los conquistadores. Afroíberos formaron parte de la tripulación de Cristóbal Colón y no solo sirvieron como navegantes, sino también como intermediarios y traductores. Estas son dimensiones de la historia que tienden a permanecer ocultas en los relatos del mal llamado descubrimiento de las Américas65. Al analizar las condiciones que posibilitaron la gran expansión y desarrollo de la trata de esclavizados y de la agricultura plantacionista, debemos registrar que ya la trata y la plantación se habían iniciado por los portugueses y los españoles en las islas Madeira, Canarias y Fernando Po, situadas entre el mar Mediterráneo y la costa oeste de África.
En el contexto histórico novel emergido como consecuencia de los “descubrimientos” de 1492, y la unión de la naciente economía-mundo capitalista con los emergentes discursos imperiales-coloniales que envolvieron la racialización de sujetos, memorias, culturas, conocimientos, cuerpos y territorios a través del planeta, se produjo la invención simultánea de las Américas, África y Europa como categorías geohistóricas modernas y, por ende, como construcciones continentales de civilización y raza66. Este conjunto de cambios profundos articuló una matriz de poder moderna/colonial que configuró el proceso de globalización de larga duración, desde los 200 años del largo siglo XVI (circa 1450-1650) hasta hoy día, la cual caracterizamos con el concepto de la colonialidad del poder y el saber.
La conquista/colonización de América y la institucionalización de la trata de esclavizados, estableció la condición histórica de la forzada transportación de millones de personas desde el continente africano a las Américas y en menor grado a Europa. El nacimiento de la diáspora africana como condición y proceso que enmarca los lugares ocupados por las personas afrodescendientes en el mundo moderno debe investigarse en relación con estos momentos fundamentales de violencia, desenraizamiento y dispersión a consecuencia del cambio oceánico de 1492. La gran mayoría de los africanos que vinieron a las Américas eran capturados y comprados como esclavizados para trabajar en las plantaciones que devinieron en cruciales para la expansión de la creciente economía-mundo capitalista. Sin embargo, no todos los afrodescendientes que arribaron a las Américas vinieron esclavizados porque hubo comercio paralelo dirigido por africanos, además de los que vinieron libres en tripulación.
En esta zona de contacto mediterráneo centrada en la península ibérica, que se extendió al mundo atlántico, tenemos también registros escritos de intelectuales afrohispanos como Juan Latino, africano de nacimiento que se convirtió en gramático del latín y en poeta, y quien, a pesar de hacerse miembro de la nobleza por matrimonio con una mujer blanca, y lograr un gran reconocimiento intelectual, afirmaba una identidad negra africana a contrapunto de la blancura hegemónica (Piedra, 1991). El lugar de enunciación y la política de autodenominación de este fascinante personaje que llegó a ser catedrático de poesía en la Universidad de Granada, debe ser una plantilla histórica para cualquier genealogía de las afrolatinidades. Desde “ladino”, designación común para los sujetos españoles de bajo estrato que demostraban buen desempeño en la lengua del imperio (castellano), tomó el nombre de “latino” para establecer “un linaje del antiguo imperio y una genealogía basada en sus propios méritos lingüísticos” como maestro del latín clásico (Fra-Molinero, 2004). A pesar de ascender los escalones de raza y clase mediante un capital cultural adquirido, Juan Latino no podía despojarse de su personificación de diferencia afrohispana. Su relativo blanqueamiento mediante la latinización lingüística no podía borrar su cuerpo negro de ser inscrito en el régimen somático-visual moderno/colonial de la pigmentocracia que enmarca la condición ontoexistencial que Fanon llama “la condición existencial de la negritud”67.
Desde nuestra perspectiva presente, en la medida en que esta historia muestra algunas correspondencias y contradicciones claves en la relación entre la latinidad, la hispanidad y conceptos incipientes de la blancura occidental, Juan Latino podría ser considerado una encarnación temprana de la especificidad de la diferencia afrohispana y una primera expresión de la subjetividad afrodiaspórica a comienzos de la Era Moderna.
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