un movimiento de política racial que abogaba por igualdad de derechos, recursos y reconocimiento para que los/las afrocubanos pudieran integrarse a prácticas democráticas en la construcción de la nación88.
Sin embargo, el racismo descarado y ostensible en todos los aspectos de la vida social, desde la distribución desigual de los ingresos y los empleos hasta una seria carencia de poder político y la segregación de facto, motivaron a un sector de los activistas políticos afrocubanos, entre ellos líderes obreros, a organizar el primer partido político en las Américas con una agenda explícita tendiente a empoderar a las personas de color como parte central de un programa de justicia social. El Partido Independiente de Color fue fundado en 1908 y existió hasta 1912, cuando después de ser declarada ilegal la organización de partidos sobre bases raciales, un significativo número de su membrecía fue masacrada por las fuerzas militares del Estado cubano89.
En términos generales, los tipos de acción colectiva que podemos caracterizar como políticas raciales afrolatinoamericanas en las primeras décadas del siglo XX, no tomaron la forma de organizaciones políticas independientes o de políticas para el empoderamiento del sector negro; se proyectaron como clamores por los derechos y recursos a través de los principales partidos políticos y sindicatos. En esa coyuntura, las organizaciones de afrolatinoamericanos se desarrollaron más en la esfera cultural, informalmente, y a niveles locales. La afirmación, el mantenimiento y desarrollo de sus formas culturales y prácticas constituyó un modo de política racial contra las políticas oficiales de modernización y colonización que supusieron una negación de valores y un ideal de eliminar o folclorizar las culturas de Nuestra Afroamérica, presentándolas como atrasadas o exóticas.
Las clases gobernantes criollas y los intelectuales que presidían los jóvenes Estados-naciones latinoamericanos promovieron políticas de modernización que descansaron sobre tesis racistas de la época incluyendo la naciente “ciencia” de la eugenesia y el darwinismo social (Stepan, 1991). La misión civilizadora que guiaba la política racial, cultural y económica de los Estados latinoamericanos, que eran también expresión de la configuración global de la colonialidad del poder/saber, implicó una ecuación tácita entre modernización y blanqueamiento. Así, en los primeros decenios del siglo XX, los gobiernos latinoamericanos llevaron a cabo una política de ofrecer incentivos, como buenos empleos y abaratamientos de costos para traslado, para que los europeos inmigraran, para de este modo cambiar el balance étnico-racial de la población. El efecto inmediato fue una reducción sustancial de las poblaciones negras y el incremento de su marginalización. En lugares como Uruguay, Argentina y el sur de Brasil los esfuerzos fueron relativamente exitosos. Sin embargo, no pudieron transformar de manera sustantiva las demografías étnico-raciales de la mayoría de la región, sobre todo en lugares de mayoría indígena como Bolivia, Guatemala y Perú, o de gran población negra como Brasil, Colombia, Cuba y Venezuela (Andrews, 2004).
El incremento de las migraciones globales y regionales a principios del siglo XX, en el período entre las dos crisis económicas mundiales (la crisis de 1873 y la gran depresión de 1930) y la Primera Guerra Mundial, acompañado de dos revoluciones, la rusa y la mexicana, alrededor de 1917, también implicó movimientos migratorios de la diáspora africana dentro de las Américas. Siguiendo este rastro, las migraciones masivas del Caribe anglófono (y en menor medida del Caribe francófono) hacia América Central y el Caribe hispanófono (especialmente Cuba y República Dominicana), al inicio especialmente como fuerza de trabajo para la construcción del Canal de Panamá y luego como proletariado rural al servicio de corporaciones como la United Fruit Company, recreó la geografía de las diásporas afrolatinoamericanas y caribeñas. Otro elemento importante asociado a esta oleada migratoria fueron los miles de haitianos que emigraron originariamente al oriente de Cuba, fundamentalmente como mano de obra para trabajar en la industria de la caña de azúcar junto a braceros del Caribe anglófono, especialmente de Jamaica. De este modo, el oriente cubano se convirtió en una subregión transcaribeña afrodiaspórica que se centró en la ciudad de Santiago de Cuba. Esto explica en parte por qué la Asociación Universal para el Mejoramiento de los Negros, liderada por Marcus Garvey, quien visitó Cuba dos veces durante el período, tuvo alrededor de 300.000 miembros registrados en Cuba90.
En el presente hay algunas comunidades en el oriente de Cuba que reafirman su ancestralidad haitiana: hablan creole haitiano mezclado con el español, y muchos de sus miembros practican una variante cubana del vudú, así como la interpretación de música y bailes similares a los que se practican hoy en Haití. Muchas personas que pertenecen a este linaje particular aún claman por la doble nacionalidad identitaria, haitiana y cubana, en busca de una identidad que se expresa afrodiaspórica y transcaribeña.
En regiones específicas de países como Costa Rica, hubo migraciones que arribaron de las llamadas Indias Occidentales (West Indies), sobre todo el Caribe anglófono, en gran medida para suplir una fuerza de trabajo a compañías como la United Fruit Company. En Costa Rica ellas facilitaron la creación de lo que se convirtió en una vibrante comunidad negra con su producción cultural propia, destacadamente en literatura, que devino en movimiento político centrado en la ciudad costera de Limón, pero eventualmente con influencia y presencia en todo el país y en el universo de la diáspora. En Costa Rica, se eligió a Epsy Campbell, en 2017, como la primera mujer negra que ocupa un cargo de vicepresidencia en la región.
Las comunidades afrodescendientes en América Central también crecieron en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá. En Honduras, Guatemala, Belice, y Nicaragua hubo una historia más antigua de Garífunas (en la vieja antropología conocidos como “Caribes Negros”) asentados en la región forzosamente desde finales del siglo XVIII (alrededor de 1789), cuando los colonialistas británicos los expulsaron de las islas San Vicente y las Granadinas, al percibir que estos grupos de cimarrones afrodiaspóricos e indios caribes eran imposibles de colonizar. Estos son pueblos quinta-esencialmente diaspóricos, dado que mantienen su identidad étnica transnacional como Garífunas donde quieran que estén. Muchos viven en ciudades globales metropolitanas como Nueva York y Los Ángeles, al mismo tiempo que mantienen distinciones nacionales identitarias como guatemaltecos, beliceños y hondureños. Las comunidades afrocentroamericanas han producido una robusta literatura en la que se destacan escritores como Quince Duncan y Shirley Campbell en Costa Rica, y movimientos sociales que se han agrupado en una red llamada Organización Negra de Centroamérica-Oneca desde 1993.
En suma, una nueva ola de migraciones redibujó la geografía de las Américas en los terrenos históricos de Afroamérica en general y de las diásporas afrolatinas en particular.
En este conjunto de historias, un episodio importante fue la masacre en 1937 de cerca de 20.000 haitianos en la República Dominicana, por orden del dictador Rafael Leonidas Trujillo quien, agresivamente, desplegó una campaña a favor de una definición negrofóbica de identidad dominicana fundada sobre sentimientos antihaitianos. La dictadura de Trujillo fue instrumento en el desarrollo de una peculiar postura racista antinegra en la República Dominicana, basada en el desplazamiento de la negritud hacia Haití, mientras los intelectuales desarrollaban un discurso hispanófilo de nacionalidad dominicana y una nomenclatura indigenista en la cual todos los dominicanos de piel oscura (negros y mulatos) eran clasificados como una especie de “indios”91.
La situación de República Dominicana es singular dada su proximidad a Haití, como ilustran las celebraciones oficiales de la independencia, no de España; sino de la ocupación haitiana que abolió la esclavitud en todo el territorio insular en 1822 y que constituía en parte una respuesta defensiva contra los esfuerzos imperiales que se unificaban para ahogar a la Revolución haitiana92.
A comienzos del siglo XX también se sucedieron oleadas migratorias relativamente grandes procedentes del Caribe Anglófono, especialmente por concepto de mano de obra para la industria azucarera de San Pedro de Macorís. Algunos miles de estos nuevos inmigrantes, que eventualmente fueron denominados como Cocolos, en el lenguaje coloquial, también se unieron a la Asociación Universal por el Mejoramiento de los Negros fundada por Garvey. Los miedos anti-negros contra los inmigrantes de las Indias Occidentales estaban presentes no solo en la República