Daniel Cestau Liz

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hacen malabarismos con cinco bolas que arrojan al aire. Son: el trabajo, la familia, la salud, los amigos y el espíritu. Pronto se darán cuenta de que el trabajo es una bola de goma. Si se cae, rebota.

      “Pero las otras cuatro bolas: familia, salud, amigos y espíritu, son de vidrio. Si dejan caer una de esas, van a quedar irrevocable-

      mente dañadas. Nunca volverán a ser las mismas.

      “Compréndanlo y busquen el equilibrio en la vida. ¿Cómo?

      “No disminuyan su propio valor comparándose con los otros. Es porque somos todos diferentes, y cada uno de nosotros es especial. No fijen sus objetivos en razón de lo que los otros consideran importante. Sólo ustedes están en condiciones de elegir qué es lo mejor para ustedes. No den por supuestas las cosas más queridas del corazón.

      “Apéguense a ellas como a la vida misma, porque sin ellas la vida carece de sentido. No dejen que la vida se les escurra entre los dedos por vivir en el pasado.

      “Si viven un día a la vez, vivirán TODOS los días de su vida.

      “No abandonen cuando todavía son capaces de un esfuerzo más. Nada termina hasta el momento en que uno deja de intentar. No teman en admitir que no son perfectos. Ese es el frágil hilo que nos mantiene unidos.

      “No teman enfrentar riesgos. Es corriendo riesgos que aprendemos a ser valientes.

      “No corran tanto por la vida que lleguen a olvidar no sólo dónde han estado sino también adónde van.

      “No olviden que la mayor necesidad emocional de una persona es la de sentirse apreciado. No teman aprender. El conocimiento es liviano, es un tesoro que se lleva fácilmente.

      “No usen imprudentemente el tiempo o las palabras. No se pueden recuperar.

      “La vida no es una carrera, sino un viaje, que debe ser disfrutado a cada paso.

      “Ayer es historia, mañana es misterio y hoy es un regalo, por eso se lo llama Presente”.

      1.11

       ALGUIEN NOS HA PATEADO LA VACA

      Dicen que una vez un maestro de la sabiduría paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un paraje de apariencia pobre y decidió hacer una breve visita al lugar.

      Durante la caminata, le comentó al aprendiz sobre la importancia de las visitas, el conocer nuevas personas y las oportunidades de aprendizaje que surgen a través de estas experiencias.

      Cuando llegó al lugar, constató la pobreza del sitio: los habitantes, (un matrimonio y sus tres hijos) vestían con ropas sucias y rasgadas, carecían de calzado y vivían en una vieja choza de madera.

      Entonces el maestro se aproximó al señor, (aparentemente el padre de familia) y y le dijo lo siguiente:

      - En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni centros comerciales, ¿cómo hace usted y su familia para sobrevivir aquí?

      El señor, calmadamente, respondió a continuación:

      - Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de este producto lo vendemos o lo cambiamos por otros alimentos en la ciudad vecina, y con la otra parte producimos queso y mantequilla para

      nuestro consumo. Y es así... como vamos sobreviviendo.

      El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, luego se despidió y se marchó.

      En medio del camino, volteó hacia su fiel discípulo y le ordenó:

      - Busque la vaca, llévela al precipicio de allí enfrente y empújela al barranco.

      El joven miró al maestro con espanto y le cuestionó la orden. Sobre todo porque la vaquita era el único medio de subsistencia de esa familia. Pero percibiendo el silencio absoluto del maestro, cumplió temeroso la orden y empujó a la vaca por el precipicio, viéndola despeñarse y morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria del joven durante mucho tiempo.

      Años después, el discípulo resolvió dejar a su maestro y regresar a aquel lugar para contarle todo a la familia, pedir perdón y ayudarlos.

      Así lo hizo y, a medida que se aproximaba al lugar vio todo muy bonito, con árboles floridos, un auto nuevo en el garaje de una gran casa recién construida, y varios niños jugando en el hermoso jardín.

      El joven se sintió triste y desesperado, imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y cuando llegó a la casa fue recibido por un señor muy simpático. El joven preguntó por la familia que vivía ahí hace unos cuatro años, el señor respondió que seguían viviendo ahí.

      Consternado, el joven entró corriendo a la casa y confirmó que era la misma familia que visitara años atrás, con el maestro. Elogió el lugar y le preguntó al señor:

      - ¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar radicalmente su vida y la de su familia?

      El señor le respondió entusiasmado:

      - Nosotros teníamos una vaquita, pero un día, no sabemos

      cómo, se cayó por el precipicio, de ahí en adelante nos vimos en la necesidad de movernos, de hacer nuevas cosas y desarrollar otras habilidades que ni siquiera sabíamos que teníamos.

      Así es que, de esa manera, alcanzamos la prosperidad que sus ojos vislumbran ahora.

      1.12

       LOS PEQUEÑOS GRANDES DETALLES

      Durante una fiesta en la ciudad de París, a fines de 1865, el escultor Fréderic Auguste Bartholdi y su anfitrión Édouard-René de Laboulaye, concibieron la idea de que Francia debía obsequiarle a los Estados Unidos un monumento para su centenario en 1876.

      En el año 1871 Bartholdi visitó América para buscar inspiración y ayuda. Antes de que su nave atracara en el puerto de Nueva York, él había acabado sus primeros bocetos para una estatua colosal de más de 90 m de altura.

      La innovación importante del maestro francés era construir un “caparazón” de finas placas alrededor de una estructura de acero robusto para “darle vida” a la obra de casi 225T. El equipo de Bartholdi trabajó más de 300 hojas de cobre, a mano, para terminar el caparazón. La estructura interna fue supervisada por Alexandre Gustav Eiffel, que construiría más adelante la gran

      torre de París.

      Volando hoy sobre la estatua de la Libertad se pueden observar, con asombro, los detalles de terminación de la obra del francés. Cada mechón, cada rizo del pelo en la parte superior de la cabeza, fue tallado y pulido por el equipo de artesanos con el mismo cuidado que todo el cuerpo y vestimenta.

      Sin embargo, cuando en 1884 Fréderic Auguste Bartholdi terminó (con la construcción de la base) de dirigir su magnífica obra, faltaban aún nueve años para que se inventara el aeroplano.

      Nadie, hasta donde él sabía, vería la parte superior de su estatua, por lo tanto, no era necesario tallar y pulir cuidadosamente la parte más alta del monumento.

      Sólo alguien perfeccionista, con amor propio, creyente del trabajo bien realizado, decidiría un esfuerzo tan innecesario. Y es en esos “pequeños grandes” detalles, con mucha más frecuencia de lo que nos imaginamos, donde está la diferencia entre lo mediocre y lo excelente, entre el éxito y el fracaso.

      Pese a la devastación que la ciudad de Nueva York sufrió el martes 11 de septiembre de 2001, la obra de Bartholdi, a pocos metros del desastre, nos sigue enseñando un rumbo desde la excelencia de su construcción, y a la vez un derecho con el que nacemos todos los seres humanos: la libertad.

      1.13