Sebastián Blaksley

Elige solo el amor: La morada santa


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es manifestación de eso que unos llaman el campo de energía y otros el alma. Todo es energía.

      IV. Sanación y dulzura

      No existe realmente una distinción entre materia y espíritu. Ambos son una unidad. El campo que da existencia a la materia y la materia que este forma son una unidad inseparable. Todo vive en la unidad. Nada existe en la separación porque es un estado imposible. Dicho esto, las heridas crean heridas puesto que son un campo energético, y como tal moldean lo que pueden moldear, que en su caso es dolor. Es una regla simple, aunque poderosa. Todo campo de energía se manifiesta de una forma u otra. Esto puedes observarlo fácilmente en el medio físico que te rodea. ¿De dónde surgen los objetos que ves en tu habitación, en las aguas del río o en los bosques que te rodean? Del campo de energía que les da existencia.

      Las palabras que salen de tu boca, o que escribes con tus dedos, el lápiz que usas para dibujar palabras, el pincel con el que pintas o el piano en el que entonas dulces melodías, todo surge desde un campo de energía que en última instancia es espiritual. Nada nace en lo material sino que la materia surge desde lo inmaterial. Lo in-manifestado se manifiesta en la forma.

      Las asperezas en el uso de la palabra, los gestos o las acciones y omisiones son la expresión visible de la energía de una falta de perdón. Surgen de las heridas no sanadas. Es decir, de lo no perdonado. Es por ello que el perdón es tan importante. El ego entra al alma por las hendijas de las heridas. Por eso es que las causa. A estas alturas seguro que ya te has dado cuenta de que el ego tenía una sola meta y era causar daño, mortificar, herir. En otras palabras, infligir dolor o, si prefieres, crear sufrimiento. Herir es la facultad única del ego. Con esta capacidad ilusoria, las heridas nunca son reales aunque parezcan serlo. El ego se asegura ingresar a tu mente y de allí dominar tu voluntad y tu ser.

      Las heridas, que son siempre un estado procedente de las ilusiones, causan una energía dentro de tu alma y esta crea un campo, o dicho con más precisión, son un campo de energía. ¿Qué otra cosa puede crear eso sino heridas a uno mismo y a los demás?

      Un corazón lleno de heridas no sanadas, uno en el que no existe el perdón, no puede expresar la dulzura del amor a pesar de que Cristo habite en él eternamente. Esto se debe a que un corazón resquebrajado es uno que llora en silencio, sumergido en los abismos de su inmensidad.

      Sanar las heridas se convierte ahora en el fundamento sobre el cual la ternura del cielo se manifestará a través de lo que eres. Para ello, no solamente debes tener en cuenta tus propias heridas y llevarlas ante la luz del perdón y del amor donde el Cristo viviente que vive en ti las transforman en mayor consciencia del amor que eres. Debes también sanar las heridas de tus hermanas y hermanos. Dicho llanamente debes ser un sanador. Solo los sanadores pueden ser tiernos. Y solo los tiernos viven en el amor.

      En esta sesión estamos hablando de tu capacidad de sanación. Esto es algo que debe aclararse. Muchas veces se asocia la sanación con poderes extraordinarios o con milagros que más que amor, expresan el deseo de ser especial. Recuerda que estáis llamados a orar por los milagros y vivir en la mentalidad milagrosa de tal modo que seas literalmente un obrador de milagros. Esa es tu función. No debe quedar dudas al respecto. Sin embargo, es importante que comprendas el propósito de esta función.

      Obrar milagros para ganar prosélitos o seguidores, o para reforzar un aparente respeto humano u obtener admiración es algo tan fuera de lugar en el cielo que la sola idea de algo así es digna de compasión amorosa. Nada de eso forma parte del sistema de pensamiento de la verdad.

      Los milagros que obré tenían un alto contenido simbólico. Ninguno fue al azar. Fueron siempre expresiones de amor sanador. Sané heridas y cuerpos. Incluí a los que habían sido dejados al costado del camino por medio de la discriminación. Uní lo que estaba separado. Hice recobrar el movimiento a lo que estaba tullido. Enseñé sanación. Lo mismo debes hacer tú y, en efecto, ya lo estás haciendo. Con estas palabras lo único que estamos haciendo es traer lo que ya sabes a la memoria y reforzar tu nuevo sistema de pensamiento veraz en la consciencia.

      Sanar corazones es tu meta para sanar plenamente el tuyo, o dicho con mayor exactitud, para hacerte consciente de que tu corazón ya ha sido sanado. Ciertamente tus heridas fueron sanadas. Yo mismo las ungí con el ungüento de mi amor.

      Ser un sanador es tu destino, no solo en la tierra sino en el cielo. Esto se debe a que, si bien en el cielo no es necesaria la sanación, dado que existe solo la pureza perfecta, sanar significa que sabes que tu hermano y todo lo que te rodea tienen un corazón, el cual cuidas como el tesoro sagrado que es. En otras palabras, la sanación que en esta obra se propone es la de ser siempre ungüento de los corazones. Es decir, tratarlos con la ternura propia de los hijos de Dios y la prudencia de los ángeles.

      Sanar no solo consiste, dentro del marco de esta obra, en la restauración de los corazones que te son encomendados, sino de sostenerlos dentro del abrazo del amor que Cristo es. Los verdaderos sanadores no solo sanan, sino que nunca lastiman. Son inofensivos. Pueden hacer esto porque se aman a sí mismos con amor perfecto.

      Hijos de todos los rincones del mundo. Vosotros que recibís estas palabras, del modo en que hayan llegado hasta vuestros corazones y vuestras mentes. Vosotros sois llamados a ser verdaderos sanadores. Sanadores de los corazones. Para ello, debéis usar la única medicina que calma al alma: la ternura del amor. Sed dóciles a la llamada del amor, sed tiernos en vuestros tratos, pensamientos y sentimientos. Sed dulces con todos, sin importar qué cosa hagan o dejen de hacer vuestras hermanas y hermanos en Cristo.

      No os preocupéis acerca de cómo se desenvolverá la historia del mundo. Eso no es asunto de vosotros. No es para cambiar al mundo para lo cual os estoy llamando. Mi llamada en esta obra es a que vayáis por el mundo desde ahora y por siempre sanando los corazones heridos, restaurando lo que está roto dentro de las almas. Uniendo lo que está separado. Levantando a los caídos. Amando a quien no es amado. Incluyendo a los excluidos, dentro del abrazo del amor. Iluminando las mentes oscurecidas para que resplandezcan en toda su gloria y esplendor. Recordad a menudo que somos una sola mente, un solo corazón, un solo ser santo. Unidos somos la concordia del mundo.

      Los sanadores tiernos de corazón son los sanadores por excelencia. De nada sirve sanar un cuerpo y dejar un alma herida. De nada sirve un encuentro del cual tu hermano no sale más feliz y mejor. Hay muchos que buscan sanar y tienen el deseo sincero de hacerlo. Y, en efecto, muchos lo hacen en cierto grado. Pero solo los que sanan desde el amor de Dios que vive en ellos, es decir, los que sanan en la santidad de la verdad, pueden ser considerados verdaderos sanadores. Esto no es motivo de desunión, ni se explica para que unos se crean superiores a otros.

      Los que viven en la verdad saben que no existe la separación y que nada ni nadie es superior a nadie. También saben que el universo necesita de múltiples formas de expresión del amor. La sanación también. Por lo tanto, no juzgan nada. No examinan otras formas de sanación. Simplemente se dedican a su función, que es sanar los corazones que Dios mismo envía a sus caminos en sus vidas tal y como estas son.

      Los verdaderos sanadores saben que nada es casualidad y que no están donde están porque sí. Allí donde están sanan, porque son la expresión viva del amor de Dios. No hacen nada por sí mismo, simplemente se ubican en el lugar que les corresponde como canales del amor de Cristo. Dejan que el espíritu santo sane a través suyo. No hablan, más bien permiten que el amor hable a través de ellos. Son Cristo. Han venido al mundo a liberar, a sanar, a iluminar y lo hacen con su sola existencia.

      En la ternura de Dios reside el poder del cielo. Por lo tanto, en ella reside toda gloria y toda potencia verdadera. No hay nada que la dulzura del amor no pueda hacer en favor de la verdad, la paz y la santidad. Solo los fuertes pueden darse el lujo de ser dulces, porque en el mundo es más fácil ser cruel que bondadoso. Por lo tanto, es necesario que estés alerta en favor de Dios para que los hábitos del mundo no te lancen nuevamente a la aspereza.

      Dado que el sistema de relaciones del mundo está fuertemente basado en la relación ataque-defensa, es decir, en la lucha por la supervivencia, los patrones de ternura y amor han sido dejados a un lado. Sin embargo, esto no debe ser motivo de preocupación. Puedes abrirte a