Ana González Pereira

P.E.I.demia: Crónica de una crisis educativa anunciada


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Decreto Provincial no hace referencia a la suspensión de clases en ninguno de los niveles, hasta tanto las autoridades sanitarias hagan mención expresa del mismo. Esto implica redoblar y extremar los cuidados para la prevención tanto de DENGUE como de CORONAVIRUS, en los salones de clases, patios y lugares de mayor circulación de personas.14

      Eran los primeros movimientos con que las escuelas iniciábamos esta Pandemia. El mismo 12 de marzo de 2020, cerca de la medianoche, llegó una nueva comunicación del SPEPM:

      A través de la presente, informamos a los Equipos de Conducción de todas las Instituciones Educativas (Nivel de Educación Inicial- Nivel de Educación Primaria- Nivel de Educación Secundaria- Nivel de Educación Superior de Formación docente o de Formación Técnica) que, de acuerdo con lo planteado por el Gobernador de la provincia, las clases en todos los niveles educativos de la Jurisdicción se suspenden por el término de quince (15) días a partir del día 13 de marzo/2020.

      No había tiempo de informar a las familias ni a los estudiantes de la suspensión de las clases, por lo que el viernes 13 de marzo se transformó “literal”, en el último día de clases del 2020.

      Lo que comenzó siendo un “receso escolar sanitario” de quince días se convirtió en ASPO - Aislamiento Social Preventivo Obligatorio. Pasaron las semanas, los meses y el año escolar 2020 completo…cinco cuarentenas, si las pensamos de cuarenta días.

      El Covid-19 ya estaba entre nosotros, era una realidad incuestionable. Vino para quedarse por tiempo indefinido y para desacreditar cualquier método pedagógico presente. Lo cierto es que estudiantes, familias, docentes tuvimos que quedarnos en casa aislados de nuestra vida normal. Las escuelas, los institutos y universidades debieron cerrarse, también los trabajos considerados “no esenciales” ¡estábamos simplemente acorralados!

      Los primeros quince días de confinamiento, los tomamos como algo pasajero, algunos pensaron que era un pequeño “presente” de extensión de las vacaciones. No nos detuvimos a pensar en lo que tendríamos que hacer si esto continuaba. El remezón fuerte llegó cuando se declara la primera cuarentena. A los veinte días iniciales de receso, se le suman cuarenta… y la incertidumbre se apoderó de nosotros ¿Cómo haremos para trabajar? ¿Con qué? ¿Y cómo vamos a hacer con los más pequeños? ¿Y cómo vamos a motivar a los adolescentes? ¿Cómo nos vamos a comunicar con las familias? ¿Y las tareas? ¿Y la evaluación? Comenzó la desesperación por trasladar las clases normales al trabajo online, los que tenían acceso. Una lista interminable de Apps, programas, plataformas hasta ese momento desconocidas, aparecieron para apoyar la labor de los docentes. La idea era intentar llevar a las casas lo que se podía de la actividad educativa presencial y así garantizar la continuidad pedagógica: contenidos, tareas, ejercitación, trabajos de lectura, reflexión y aprendizaje para no perder, hasta ese momento, los dos primeros meses de clases.

      Durante la primera cuarentena, todavía algo incrédulos, veíamos con horror los datos acerca del Covid-19 que la televisión arrojaba día tras día de Europa y otros continentes, una cuenta interminable y asustadora de contagios y muertes. El mundo definitivamente paró…

      De la noche a la mañana, la docencia se convirtió – junto a los trabajadores de la salud, la seguridad y la limpieza – en lo que se llamó “trabajadores esenciales”. Docentes de todos los niveles comenzamos a buscar, las que consideramos mejores herramientas, para llegar a nuestros estudiantes. Se jugó a partir de allí el liderazgo directivo, la gestión, la supervisión, la comunicación, la determinación del docente, la creatividad, la innovación y la transformación. Los cambios habían llegado a la educación imprevistamente, ya no serían “para más adelante” como siempre se planteaban. Pensándolo bien, nunca las escuelas tuvieron mucho tiempo para parar a pensar en innovaciones, transformaciones o cambios durante el Ciclo Lectivo. Año tras año, de principio a fin, se dedicaban a impartir clases con el extensísimo diseño curricular, haciéndole pequeñas e insignificantes modificaciones; lo mismo con los proyectos educativos anuales, proyectos artísticos, con fechas y formatos preestablecidos. Comenzaban el año con el calendario bien afinado, contando días de clases, feriados, reuniones de PEI, Formaciones Situadas, Actos Escolares, Ferias de Ciencias y Pedagógicas, etc., todo bien armado una semana antes de empezar las clases. Ahora, lo que se dice “tiempo” para pensar en una verdadera transformación educativa al interior de la escuela, raras veces sucedió.

      Para transformar es necesario replantear el proceso de enseñanza y de aprendizaje, y eso lleva tiempo de reflexión, de debates y consensos, de capacitación, tiempo que casi nunca nos tomamos ¿Podríamos considerar esta pandemia una oportunidad? ¿Es esta la oportunidad que esperábamos para hacer cambios profundos en la forma de enseñar y aprender en la escuela? Esta pandemia ¿Nos está ofreciendo ese tiempo para pensar?

      Expertos del mundo educativo se hicieron presentes a través de charlas online para debatir todos los asuntos inherentes a estas cuestiones. ¿Cuál será la escuela de la post pandemia? ¿Cuáles serán los cambios que deben realizarse? ¿Hacia dónde se encaminará la educación? Muchas preguntas con pocas o iguales respuestas: transformación, innovación y cambio.

      En esos primeros meses nos preocupaban mucho los estudiantes ¿Qué estaría pasando con ellos en sus casas? ¿Cómo se sentirían encerrados sin poder asistir a clases? ¿Y los padres? ¿Cómo estarían haciendo los padres para ayudar a sus hijos para no perder el año? Vamos a ser sinceros, hasta este momento, siempre fue responsabilidad de la escuela lo que aprendían los estudiantes y cómo lo aprendían: de la maestra y de los profesores, del proyecto educativo; muy pocas familias asumían el rol que les compete de acompañar el proceso educativo de sus hijos, este es sin dudas un momento de muchos aprendizajes.

      La situación de aislamiento, confinamiento y enfermedad resultó por demás extraña, incomprensible, inimaginable. No hubo tiempo de planificar, el apuro por acatar la normativa que exigía el confinamiento no dio lugar a reuniones de equipos directivos para consensuar el rumbo de la institución en este mar de incertidumbre. Tardamos en reaccionar y darnos cuenta de las herramientas digitales que teníamos a mano para seguir adelante.

      La única certeza que tuvimos desde el principio, directores y docentes, es que era imprescindible dar a los estudiantes herramientas para afrontar esta situación difícil de profundos cambios. ¿Cómo lo haríamos? muchos desconocían las herramientas digitales, salvo el Aula Virtual, las demás herramientas nunca las habíamos utilizado, porque en la presencialidad no eran una prioridad. Una especie de negación y dificultad se hizo presente; el “encierro” iba más allá de estar atrapados dentro de las paredes de nuestra casa; era un “cierre” mental que surgió como un mecanismo de defensa ante la imposibilidad del manejo de la tecnología sugerida o exigida por la contingencia. Aún hoy, después de un año con las escuelas cerradas, existen docentes con dificultades en el aprendizaje digital. ¿Cómo haríamos para enseñar desde lo desconocido? Obviamente, primero teníamos que aprender nosotros. Surgieron así, los primeros instructivos de utilización del Aula Virtual y de las redes sociales.

      La meta era sostener y fortalecer los vínculos con las familias y estudiantes, permanecer cerca, hacer sentir que, a pesar de todo, la escuela estaba allí, en cada docente, en cada casa, en cada pantalla al margen de las innumerables dificultades. En este sentido Inés Dussel señaló en su ponencia, “Clase en pantuflas: reflexiones a partir de la excepcionalidad”, lo siguiente:

      “Hay que hacer escuela en estas condiciones, hay que dar clase en pantuflas, hay que disponerse lo mejor que podamos en este tiempo tan raro para dar lo mejor de nosotros, para que el día de pasado mañana, en julio, agosto o septiembre, quién sabe, volvamos a vernos las caras en el aula, volvamos a compartir risas y chistes, y los chicos sepan y nosotros sepamos que estos no fueron meses perdidos, sino que fue un tiempo excepcional en el que estuvimos dispuestos, contra viento y marea, que en nuestro caso se llaman virus y crisis, a seguir aprendiendo y construyendo algo juntos. Que sepan que ellos nos importan, que nosotros importamos, y que al final lo que tenemos es eso: el nosotros. Si aprenden eso, si aprendemos eso, vamos a estar bien”.

      Los docentes en general, nos lamentábamos día a día por los proyectos que habíamos imaginado para la presencialidad y que quedaron suspendidos;