Jacques Delors, se presenta como una de las claves para enfrentar los desafíos del Siglo XXI ya que responde a un mundo de rápidos cambios y de difíciles realidades, donde aprender a vivir juntos, es uno de los mayores propósitos ya que nos permite pensar en conocer a un “otro” en todas sus dimensiones; trabajar juntos en proyectos comunes; buscar juntos soluciones a problemas cotidianos y soluciones a problemas que implican destrabar grandes conflictos.
Delors lo define como “los cuatro pilares de la educación”, como aquellos cuatro aprendizajes fundamentales que, en el trascurso de la vida, deberían sostener el conocimiento. Así como las cuatro patas de una silla, que deben sostener con firmeza el cuerpo de una persona, darle seguridad, estabilidad, equilibrio y armonía.
“Los Cuatro Pilares de la educación para toda la vida”
Centraré “Los Cuatro Pilares de la Educación para toda la Vida”, como los cuatro fundamentos que sostienen el acto educativo, la tesis de Delors más humana y sustantiva, ya que han sido adoptadas por muchos países, casualmente los más desarrollados del planeta, para incluirlas en sus diseños curriculares, programas, proyectos, modelos y enfoques pedagógicos.
El primero, aprender a conocer. Pero teniendo en cuenta los avances de la ciencia y las nuevas formas de la actividad económica y social, conviene compaginar una cultura general suficientemente amplia con la posibilidad de estudiar a fondo un número reducido de materias. Esta cultura general sirve de pasaporte para una educación permanente, en la medida en que supone un aliciente y además sienta las bases para aprender durante toda la vida.
“El incremento del saber (…) favorece el despertar de la curiosidad intelectual, estimula el sentido crítico y permite descifrar la realidad, adquiriendo al mismo tiempo una autonomía de juicio”.
Jacques Delors
También, aprender a hacer. Conviene no limitarse a conseguir el aprendizaje de un oficio y, en un sentido más amplio, adquirir una competencia que permita hacer frente a numerosas situaciones, algunas imprevisibles, y que facilite el trabajo en equipo, dimensión demasiado olvidada en los métodos de enseñanza actuales. En numerosos casos esta competencia y estas calificaciones se hacen más accesibles si alumnos y estudiantes cuentan con la posibilidad de evaluarse y de enriquecerse participando en actividades profesionales o sociales de forma paralela a sus estudios, lo que justifica el lugar más relevante que deberían ocupar las distintas posibilidades de alternancia entre la escuela y el trabajo.
Y sobre todo, aprender a ser. Éste era el tema dominante del informe Edgar Fauré publicado en 1972 bajo los auspicios de la UNESCO. Sus recomendaciones conservan una gran actualidad, puesto que el siglo XXI nos exigirá una mayor autonomía y capacidad de juicio junto con el fortalecimiento de la responsabilidad personal en la realización del destino colectivo. Y también, por otra obligación destacada por este informe, no dejar sin explorar ninguno de los talentos que, como tesoros, están enterrados en el fondo de cada persona. Citemos, sin ser exhaustivos, la memoria, el raciocinio, la imaginación, las aptitudes físicas, el sentido de la estética, la facilidad para comunicar con los demás, el carisma natural del dirigente, etc. Todo ello viene a confirmar la necesidad de comprenderse mejor uno mismo. La Comisión se ha hecho eco de otra utopía: la sociedad educativa basada en la adquisición, la actualización y el uso de los conocimientos. Éstas son las tres funciones que conviene poner de relieve en el proceso educativo. Mientras la sociedad de la información se desarrolla y multiplica las posibilidades de acceso a los datos y a los hechos, la educación debe permitir que todos puedan aprovechar esta información, recabarla, seleccionarla, ordenarla, manejarla y utilizarla.
Finalmente, la educación debe enseñar a convivir, o sea, debe enfrentar las dificultades que como sociedad global se le plantean a la humanidad en el siglo XXI. Nos referimos a la violencia, la discriminación, la desigualdad y la injusticia, problemas que parecen muy difíciles de resolver, pero que aun así deben comenzar a pensarse desde temprana edad.
La formación social, moral y ética de las nuevas generaciones no depende sino de su educación a manos de las anteriores. Por eso se hace indispensable educar en función de la armonía en el descubrimiento del otro, y en un sentido profundo de comunidad que permita resolver las diferencias habidas o por haber de una manera civilizada, responsable y sobre todo ética.6
Situémonos otra vez, en el año 2020. La pandemia por Covid-19. El sistema educativo juega hoy un rol crucial en los nuevos retos sistémicos a los que nos enfrentamos como comunidad; un desafío colectivo en el que participan gobiernos, ciudadanía, instituciones públicas y privadas y todos los actores de la educación. Hoy el informe Delors nos parece actual, como armado para la contingencia. La tensión entre el largo plazo y el corto plazo nos marcó profundamente, tuvimos que movernos a un ritmo inesperado, en tiempos acelerados y ampliados, con herramientas digitales desconocidas, sin capacitación y con mucha ansiedad y desconcierto. Pongámonos una mano en el corazón, las políticas educativas poco han contribuido en afianzar estos pilares por lo que, en muchos países, continúan siendo una utopía. Tal vez algún día, pasada la crisis de salud mundial, podremos decir que nos hemos acercado un pasito.
Los Desafíos para el Siglo XXI
A las tensiones descritas en el Informe Delors, se le suman los desafíos que debe enfrentar la educación en el Siglo XXI de acuerdo con la OCDE7 y la ONU8 que, en Latinoamérica principalmente, han venido aparejados con la expansión industrial en desmedro del medio ambiente, el crecimiento económico desigual, el crecimiento de populismos, la inequidad laboral, los problemas de género, entre otras tantas cuestiones.
Como verán, este siglo estaba lejos de plantearse como un camino recto y feliz, avanza, según los expertos e investigadores, lleno de curvas y contracurvas, de precipicios, de tensiones y desafíos para los que la educación debía y debe aún prepararse para dar respuesta. Como espacio de formación de los ciudadanos del futuro, la escuela como institución y la educación como proceso, tienen el gran desafío de ponerse a la vanguardia de la transformación, para poder así, enfrentar estos grandes retos y cambios que se nos plantean y con urgencia, implementar un nuevo paradigma educativo que prepare a los niños y adolescentes para enfrentar los retos, de los cuales nos vienen alertando. Son los siguientes:
1 Cambio climático y calentamiento global.
2 Problemas de salud mundial (epidemias, pandemias).
3 Crecimiento de la población.
4 Migraciones.
5 Impactos en el desarrollo de la economía global.
6 Contaminación del aire.
7 Conflictos internacionales.
8 Hambre y malnutrición en distintas partes del mundo.
9 Causas de la pobreza.
10 El acelerado tiempo de cambio tecnológico en el mundo.
11 El impacto del envejecimiento de la población.
12 Igualdad entre hombres y mujeres.
13 Consecuencias de la tala indiscriminada para otros usos del suelo.
A la exclamación de Xavier Aragay “¡Quién nos habría dicho, hace unos años, que en estos momentos nos moveríamos de esta forma!” puedo responder que desde hace muchos años nos están advirtiendo que debemos tomar precauciones y estar preparados para afrontar grandes movimientos o crisis mundiales, ya sea por el cambio climático, por el rápido cambio tecnológico, las migraciones, las pandemias y epidemias, la deforestación que impacta de lleno en el cambio climático, etc. Vuelvo a las preguntas antes formuladas: ¿Ha evolucionado realmente el sistema educativo argentino hacia uno más adaptado a las complejidades del siglo XXI? ¿Nos preparamos o preparamos a nuestros niños y adolescentes para enfrentar los desafíos que nos presenta este siglo? ¿Hemos adaptado los modos de enseñar a estos desafíos? En el año