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La construcción del “mayor y más rico” convento de Santafé
La consolidación de la fundación de un convento se daba con el tiempo. Dependía de la solidez de la comunidad establecida allí, del papel religioso y social que desempeñara entre los habitantes del lugar. Y esto generalmente se reflejaba en el estado y calidad del edificio conventual. Según Rosalba Loreto, los conventos, al igual que las iglesias, comenzaban como «humildes construcciones», que poco a poco adquirían y se consolidaban en estructura material. Las primeras instalaciones no constituían otra cosa que la adecuación de inmuebles adquiridos, pero la construcción propiamente dicha del edificio conventual y su templo anexo generalmente llevaba muchas décadas y a veces siglos135.
El Convento de Nuestra Señora del Rosario no fue una excepción a esta tendencia general. Mientras estuvo en la Plaza de las Hierbas, el edificio conventual no era otra cosa que una estructura pajiza compuesta por una casa de habitación y una capilla pequeña. Una vez formalizada la fundación, los frailes comenzaron a gestionar lo necesario para reemplazar la casa y la capilla pajizas, pero el cabildo paralizó la obra bajo pretextos que no ocultaban la rivalidad entre los frailes y las autoridades locales136.
Al trasladarse al nuevo sitio, cerca de la Plaza Mayor, los frailes adecuaron las casas que habían sido adquiridas, para que sirvieran provisionalmente para vivienda y las actividades religiosas propias de la vida conventual. Tales edificaciones estaban hechas en ladrillo, tapia pisada137y cubiertas con paja o teja de barro138. Estos eran materiales considerados baratos, lo que implica que no se contaba con muchos recursos. Este primer claustro, en el que vivieron los frailes unos treinta años, se componía de dos pisos y tenía poco de artístico y de proporción, «por no tener la rudeza de los oficiales de aquel tiempo»,139 en palabras del cronista Zamora. En 1576, la Audiencia informaba al rey lo siguiente:
La iglesia es de tapias, poco más o menos de un estado de alta y cubierta de paja, la cual se está cayendo; y la demás casas donde viven los religiosos son de tapias y adobes, cubierta de teja, y en ella hay nueve celdas donde habitan los religiosos en lo alto; y en lo bajo está el refectorio y la sacristía y una despensa de prestado, y de fuera han de estar los dichos religiosos dos y tres en una celda cuando se juntan las pascuas y fiestas principales en su convento; tienen necesidad de oficinas que son cocina y un refectorio y enfermería y otro cuarto donde puedan estar los religiosos huéspedes y los que están en las doctrinas cuando se vienen a juntar en este convento140.
Interpretación hipotética del proceso constructivo del Convento de Nuestra Señora del Rosario
1579
Se decía, además, que la casa que servía de convento era deshonesta, por tener ventanas a la calle y no poder tenerlas en otra parte, y se mencionaba que los religiosos estaban muy desconsolados en él por esa causa141. Se tuvo que esperar a que se disipara la decidida oposición presentada a los dominicos, por el obispo Juan de los Barrios, quien murió en 1569. Así, era posible pensar en iniciar la construcción de un edificio conventual de proporciones y estética, que, a juicio de los gestores, mereciera el título de convento máximo de la Orden de Predicadores en la Nueva Granada. Finalmente, los trabajos comenzaron en forma en 1577, cuando el nuevo arzobispo, el también franciscano Fr. Luis Zapata de Cárdenas, bendijo la primera piedra.
1638-1647
1678
Figura 8. Convento del Rosario en 1579, 1638-1647 y 1678. Fuente: dibujos elaborados por Óscar Leonardo Millán, a partir de interpretación realizada por la arquitecta e historiadora Liliana Rueda Cáceres. Tomado del libro PLATA QUEZADA William et al. Conventos dominicanos que construyeron un país. Málaga: Universidad Santo Tomás, 2010, pág. 49.
¿Quién financió la construcción?
Aunque la obra se calculó inicialmente en unos veinte mil pesos de plata fuerte, cifra ya considerada exorbitante por las autoridades locales142, es de suponer que costó mucho más. Solo los órganos que se instalaron en el coro conventual significaron la suma de catorce mil pesos143. Los frailes por sí mismos no hubieran podido adelantar mucho si no hubieran contado con los cuantiosos recursos económicos proporcionados por una serie de benefactores laicos144; en el caso que nos compete aquí, los primeros dineros salieron de capellanías y donaciones hechas, entre otros, por Francisco de Tordehumos y Juan de Ortega, ambos encomenderos145.
No deja de ser paradójico que los principales benefactores surgieran del grupo de los encomenderos, algunos de cuyos miembros mantenían un constante roce con los frailes por el tema del adoctrinamiento y trato de los indígenas. Una posible explicación a ello tiene que ver con que, a pesar de las disputas “terrenales”, todos pensaban seriamente en que apoyar la construcción de conventos e iglesias reducía la pena que se debía purgar más allá de la muerte, por los pecados cometidos en vida.
La Corona también contribuyó a obtener ayudas para la construcción del convento. En 1559 la Real Audiencia decretó auxilios de mil pesos provenientes de las Cajas Reales, mil pesos de los vecinos y mil pesos del trabajo de los indígenas146. Es decir, que los aborígenes debían ayudar a la construcción del convento sin recibir salario a cambio.
Otra forma de obtener fondos para la construcción de los conventos fueron los estipendios de las misas que se mandaban ofrecer. Los capítulos provinciales dominicanos en América con frecuencia ordenaban cuántas misas debía ofrecer cada sacerdote y a qué convento debía remitirse el dinero obtenido por ese concepto. Cuando un convento estaba en construcción o reparación, se mandaba a los demás conventos de la provincia que entre las misas que ofrecieran destinaran varias de ellas para este fin. Este fue un recurso importante que no debe despreciarse147.
Otra parte del dinero fue finalmente canalizado por los conventos menores de la Provincia, dedicados por entonces en su totalidad a labores de doctrina de indígenas. Estos dineros se obtuvieron a pesar de las críticas y las prohibiciones de los prelados diocesanos que decían que los ingresos de doctrinas y parroquias solo debían gastare en atender a los ministros del altar148.
¿Quién construyó?
La dirección arquitectónica casi siempre quedó en manos de algún fraile149 o seglar español con ciertos conocimientos al respecto, adquiridos generalmente de forma empírica, lo cual redundó en las imperfecciones del edificio, y se convirtió así en “presa fácil” para los temblores y otros fenómenos de la naturaleza. En cuanto a la mano de obra que edificó el convento, esta fue de naturaleza distinta. En la Nueva Granada, como sucedió en otras regiones de América, la mayor parte de los edificios religiosos que se levantaron en los siglos XVI y XVII fueron construidos por los mismos indígenas, utilizados como mano de obra barata y a veces casi gratuita. Para ello se utilizó la institución de los repartimientos150.
No hay duda de que los dominicos constructores del Convento del Rosario utilizaron la mano de obra indígena para sus fines. En 1559 la Real Audiencia había autorizado la concesión de un repartimiento de indígenas para trabajar lo equivalente a mil pesos de plata, que era todo un dineral. Asimismo, en 1594 los frailes propusieron a la Corona la posibilidad de utilizar a indios vacos para el proyecto de construcción de la Universidad Santo Tomás, la cual se pensaba edificar adjunta al convento151.
Por otra parte, es poco probable que estos frailes hubieran sido la excepción de los abusos que se reportaban a Roma y a la Corte Real, cuando ya en 1560 la Corona había enviado una cédula dirigida a los frailes en el Nuevo Reino de Granada en la cual se les pedía moderación en el trato a los indígenas152, lo que indicaba que existían denuncias al respecto. En fechas tardías como 1598 el mismo maestro general de la Orden, Fr. Hipólito María Beccaria, tuvo que ordenar de manera