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Figura 11. Detalle de la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo, en la ciudad de Tunja, una de las mejores expresiones del barroco en la Nueva Granada. De similar riqueza era la capilla homónima existente en el Convento Máximo de la orden dominicana en Santafé de Bogotá. Fuente: BARRADO José. Los dominicos y el Nuevo Mundo. Siglos XVIII-XIX. Salamanca, San Esteban, 1995, pág. 640.
Como la Virgen del Rosario era, desde mediados del siglo XVII, la patrona de las letras del Nuevo Reino de Granada, en esta capilla era donde daban los actos y lecciones inaugurales y de conclusión del año académico tanto del Convento como del Colegio de Santo Tomás. Allí se reunía el claustro de la Universidad para conferir grados. Las otras capillas estaban dedicadas a San Jacinto, Santa Rosa de Lima (a fines del siglo XVII), San Andrés y Santa Catalina Mártir. Entre las capillas había muchas pinturas distintas entre columnas y frisos.
Si la nave derecha sobresalía por la capilla del Rosario, la de la izquierda lo hacía por la capilla de San Jerónimo, que contaba con otro gran retablo, cuya ornamentación, tanto de la capilla como de toda la nave, había sido hecha a costa de varias familias pudientes de la ciudad. Esta nave contaba además con otras capillas en honor a distintos santos, todas con adornos, retablos y algo muy importante: «dotadas de capellanías». El costo del adorno y dotación estuvo a cargo de donantes y fieles. Las paredes tenían pinturas, frisos, adornos y demás184.
En el piso de estas capillas se encontraban las tumbas de distintos benefactores del convento, y, por supuesto, las primeras sepulturas habían sido destinadas a los maestros de obra del convento185. El coro del templo, situado encima de las capillas, a lo largo de la iglesia, era grande, con capacidad para unas cien personas sentadas. Tenía columnas de nogal pulido, labrado, con cornisas. Sobre estas se encontraban los misterios del Rosario. El coro tenía dos órganos, «con todos los órdenes que caben en su música» y que habían costado ambos catorce mil pesos de plata, más de la mitad de lo que había sito tasada inicialmente la construcción de todo el convento.
El púlpito «es una pieza tan majestuosa, que en su fábrica y adorno hecho todo un ascua de oro, señoreando toda la iglesia, da a entender que es el púlpito de la Orden de Predicadores». Al frente tenía un reloj de apuntación y campana, «con cuatro leones empinantes que lo sostienen entre las garras, obra todo de bronce dorado» y fabricado en Nápoles para el virrey de esa antigua dependencia española y que después sería donado los frailes de Santafé y traído por el gobernador Fernando de Fresneda, caballero de la Orden de Calatrava186.
La puerta principal de la iglesia quedaba sobre la Calle Real, «con tal disposición fabricada que luego que nace el Sol [este] la baña por todas partes», dice Zamora. La capilla mayor de la primera nave remataba en un «famoso retablo de obra primorosa de ensamblaje de tres cuerpos, que descansa sobre sotabancos y columnas dóricas, vestidas de parras, que trepando llenas de racimos suben a las cornisas, en que se detienen, para volver a trepar por toda su altura, formando proporcionadas divisiones a diferentes retablos, en que están los misterios del rosario de media talla, obra de escultura primorosa y gran viveza»187. Entre las columnas se formaban arcos, en que estaban algunas estatuas de santas vírgenes, «con las divisas de sus martirios». El atrio de la iglesia era descubierto y enladrillado, cercado por columnas de piedra labrada.
El campanario de esta primera iglesia conventual rompía los cánones que mandaban que fuera modesto y de baja altura, como signo exterior de respeto a las autoridades eclesiásticas188. Por el contrario, de acuerdo con Zamora, el del Convento del Rosario tenía una torre «fortísima, bastante elevada, con bien dispuesta arquería, en que están cuatro campanas grandes y pequeñas que hacen sonoro ruido, especialmente la que llaman el segundillo, de sonido tan claro y penetrante, que se oye más de una legua en contorno de la ciudad». Esta era la primera campana del convento y había sido enviada por el emperador Carlos V, según aseguraba el cronista dominico189. Ello contradecía el carácter de oratorio público que en teoría mantenía la iglesia conventual y se convertía en un signo del desafío que la orden dominicana mantenía con las autoridades eclesiásticas y otras comunidades religiosas situadas en el vecindario, como los jesuitas.
El esplendor del Convento de Nuestra Señora del Rosario y de su iglesia de Santo Domingo, en sus versiones acabadas, representaban, más que la prosperidad de sus rentas conventuales, el poder y la influencia, en todos los planos, que la orden dominicana tenía en Santafé y en todo el Nuevo Reino de Granada. Artísticamente, dice Téllez, estos edificios eran «duros y sensuales», «mezcla hispánica de claridad deslumbrante y sombra profunda», como el alma de los frailes que los habían hecho posibles190. Desde este lugar los frailes dominicos irradiaron su acción que trascendió el plano estrictamente pastoral, al influir poderosamente en distintos componentes de la sociedad colonial, desde lo estrictamente espiritual hasta lo económico, sin olvidar lo político y lo intelectual. En el capítulo que viene se estudiará este proceso.
21 CODINA Víctor y ZEVALLOS Noé. Vida religiosa. Historia y teología. Madrid: Ediciones Paulinas, 1987, pág. 81. ISBN: 9788428512084.
22 CODINA Víctor y ZEVALLOS Noé. Vida religiosa… Op. cit., pág. 81.
23 HOSTIE Raymond. Vie et mort... Op. cit., pág. 150.
24 No confundir con Fr. Tomás de Torquemada, su sobrino, tristemente célebre por su papel al frente de la Inquisición de Castilla.
25 ULLOA Daniel. Los predicadores divididos. Los dominicos en Nueva España, siglo XVI. México: El Colegio de México, 1977, págs. 38-41. s. r.
26 Ibid., pág. 38.
27 Ibid., pág. 36.
28 Ibid., pág. 37.
29 Ibid., pág. 39.
30 En el siglo XVI, los agustinos (tras la Reforma protestante), y luego los mercedarios, entraron en el mismo proceso.
31 MEIER Johannes. “Las órdenes y las congregaciones religiosas en América Latina”. En DUSSEL Enrique (ed.). Resistencia y esperanza. Historia del pueblo cristiano en América Latina y el Caribe. San José (Costa Rica): DEI - Cehila, 1995, pág. 583. ISBN: 9789977830896.
32 BORGES Pedro. Religiosos en hispanoamérica. Madrid: Editorial Mapfre, 1992, pág. 249. ISBN: 9788471003379.
33 Esta afirmación no significa que la Corona tuviera un espíritu antimonástico, ya que puede verse que los monasterios femeninos sí se establecieron a partir de la segunda mitad del siglo XVI, e incluso se permitió la aparición dentro de las órdenes mendicantes de recoletos masculinos, cuyos miembros se dedicaban a la observancia y la contemplación. Ibid., pág. 241.
34 Citado en Ibid., pág. 248.
35 Las órdenes que se intentaron fundar fueron las de los benedictinos, los jerónimos, los cartujos y los trapenses. Ibid., pág. 246.
36 Ibid., pág. 241.