medida que la comunidad creció y la construcción también, estas se separaron y se aislaron unas de otras, de manera que cada fraile poseía su propia celda a fin que pudiera estudiar tanto de día como de noche. Los estudiantes más brillantes, los profesores y directivas tenían el derecho a una celda totalmente cerrada y aislada de las demás.
En la parte baja se encontraba la portería, la cual tenía, además de la respectiva celda de los porteros, una capilla «bien adornada», dispuesta de manera que permitiera su acceso a cualquier hora de la jornada171. Cuando visitantes externos masculinos llegaban al convento, estos eran acogidos en una pieza particular, situada a la entrada principal del convento. Allí tenían lugar las entrevistas con el fraile requerido y desde allá se accedía a la iglesia o a la sala capitular. Esta última posibilidad era reservada solo a los más ilustres visitantes.
También, en el primer piso, se encontraba un gran refectorio, que acogía a toda la comunidad para el almuerzo y las comidas. Las mesas eran alineadas a lo largo de los muros, de suerte que el medio de la pieza permaneciera vacío. El claustro contaba con dos escaleras en piedra para subir de la primera planta a la segunda. Cada una de ellas estaba adornada con cuadros de santos de la orden.
El lugar central era la sala capitular, de amplias proporciones, que servía, además, para enterrar a los religiosos. La sala capitular era el lugar donde los religiosos tomaban decisiones, donde se reunía el Capítulo o Consejo del convento. Era un lugar particularmente sagrado. En el Capítulo solo podían ingresar los frailes sacerdotes miembros de este. A fin de que toda la comunidad pudiera sentarse y tener al tiempo la vista sobre los oficiantes de la reunión, el lector y el prior, las sillas o los bancos se situaban junto a los muros. Esta disposición necesitaba una sala de grandes dimensiones, según la importancia numérica de la comunidad172.
La sala capitular del convento santafereño contaba con sillería de nogal, y tenía un retablo que contenía la estatua de un gran cristo crucificado, acompañado de María y San Juan, y un sagrario con el Santo Sacramento. Había otros dos retablos adjuntos, el primero dedicado a la muerte de San Francisco, y el segundo, a Santo Domingo. Todas las paredes estaban vestidas de brocateles. En las cuatro esquinas de la sala capitular había otros retablos dorados dedicados a la vida de Santo Domingo173. El patio de ese claustro era una plaza enladrillada. En la mitad había una fuente de agua, «que con el ruido de su abundancia, que arroja por diversos caños, sirve de entretenimiento y alegría con su hermosura a este primer claustro»174. En efecto, la existencia de la fuente era tradicionalmente considerada indispensable para el descanso físico y psicológico de los religiosos175.
Entre el primer y el segundo claustro se encontraba la casa de los novicios, con sus respectivas celdas para los frailes novicios. A ellos se les prohibía el acceso a las celdas de los frailes profesos y a las habitaciones de los profesores. Los novicios no tenían derecho a celdas cerradas. Esta casa tenía su oratorio y contaba con dos pisos. El segundo claustro tenía tres corredores altos y bajos, sobre columnas de piedra labrada, similar al primer claustro. El piso alto servía como vivienda y en el bajo se encontraba la cocina «que es la mejor y más capaz que hay entre las grandes que tienen los otros conventos de la ciudad». También tenía su propia fuente de agua con algunos caños que iban dirigidos a la calle, para «beneficio de la vecindad»176.
El lugar de estudio era el mismo edificio construido para servir de sede del colegio y universidad, ubicado junto al convento, al suroccidente de este. Este contaba con corredores altos y bajos, capilla independiente y «viviendas altas para el rector, vicerrector, colegiales y otros ministros. Tiene tránsito al convento para que vayan a leer los catedráticos, con puertas a la calle para los estudiantes seculares»177. El convento y la iglesia estaban adornados con pinturas y esculturas y retablos de pintores reconocidos local y regionalmente, como Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos o Gaspar Núñez de Figueroa, y de autores europeos, como el italiano Angelino Moro178.
Figura 10. Plano de la primera iglesia del Convento de Nuestra Señora del Rosario. Fue elaborado en 1785 por el arquitecto Domingo Esquiaqui, y en él se evalúan los daños sufridos en el Convento a causa del terremoto de ese año. Constituye el único plano que existe de la primera iglesia conventual. Fuente: Archivo General de Indias, Mapas y Planos, Libros Manuscritos, n.° 7.
La iglesia conventual situada al lado del claustro, unida a él, mantenía una estructura común adecuada a las necesidades de la liturgia dominicana y a la predicación a los fieles. Al mirar planos de distintas épocas, en distintos lugares, puede concluirse que la organización espacial del templo-convento era casi el mismo en todas partes. El plano rectangular estirado era rigurosamente aplicado. Por lo demás, la función predicadora que tenía el templo, imponía la abolición de toda estructura arquitectónica que perturbara el esquema primario. Por ejemplo, los deambulatorios fueron eliminados sistemáticamente. En este mismo propósito, se evitó que la iglesia conventual fuera muy ostentosa por fuera179. De hecho, la iglesia estaba protegida por todos sus costados salvo la entrada, así: al sur, con un edificio anexo que circundaba la calle; al occidente, con edificio que servía de sede al Colegio y Universidad de Santo Tomás; y al norte, con el primer y segundo cuerpo del convento. De esta forma, desde la calle solo sería visible la torre, la fachada de la entrada y la parte alta de los muros laterales.
El primer gran templo conventual, llamado Santo Domingo, fue consagrado en 1621, y permaneció hasta 1785, cuando un terremoto lo derrumbó, luego de haber sufrido los rigores de un incendio en 1761. Era una iglesia grande, decorada al estilo barroco americano y que seguía patrones similares a los de otros conventos de la ciudad y de la región. La iglesia conventual estaba separada en dos partes: una para los frailes, justo al lado o cerca del altar, y la otra para los fieles. Esta separación se materializaba por una reja cuya altura y tamaño variaba según el lugar, que tenía como fin impedir que los fieles miraran directamente a los frailes, pero al mismo tiempo era lo suficientemente abierta como para permitir seguir el rito de la misa, la elevación y la predicación. En medio de esta clausura se encontraba generalmente una puerta por medio de la cual los frailes salían a la nave principal en procesión, cantando la salve.
Todos los templos dominicanos crearon con el tiempo unas capillas laterales para la celebración de misas privadas en honor a santos y vírgenes que eran objeto de devoción particular de benefactores del convento y las cofradías. Estas capillas nacían generalmente después de la fundación del convento, tanto por voluntad de los cofrades como para responder a la necesidad de celebración de misas privadas. También correspondía al deseo de los benefactores de ser enterrados en capillas propias, algunas de las cuales adquirían su propio coro180. Según Rosemarie Terán, las capillas constituían «espacios sagrados apropiados de manera jerárquica por la sociedad laica [...] en las capillas los laicos realizaban la reproducción espiritual de sus linajes, instalaban allí las sepulturas familiares al cobijo de lo sagrado»181. La distribución y el adorno de las capillas y su configuración en el espacio reflejaban bien los rasgos jerárquicos y estamentales de la sociedad de esos tiempos.
La nave derecha del gran convento dominicano de Santafé era grande y contenía doce capillas, entre ellas la dedicada a la Virgen del Rosario, de riqueza similar a la que hoy existe en el Convento de Santo Domingo de Tunja. La capilla del convento santafereño tenía un «famoso retablo» con un trono en plata, «riquísimamente labrada», que había sido donado por el gobernador Francisco Álvarez de Velasco. Debajo de ese trono estaba un «riquísimo sagrario», con el Santísimo Sacramento, pues esa era la capilla más visitada de la iglesia. Esa capilla tenía su propia sacristía y había sido ornamentada de tal manera que, según Zamora, era «una ascua de oro, desde el suelo hasta los techos, con tan grande lucimiento y hermosura, que manifiesta la cordial devoción que tiene toda la ciudad a esta milagrosa imagen, que como más antigua en ella es la primera en veneración»182. En esa capilla estaba entronizada una imagen de la Virgen del Rosario, que existe en la actualidad, y que había sido traída a mediados del siglo XVI para “fundar” con ella las cofradías del Rosario en la ciudad. La construcción de esta capilla había sido impulsada por Fr. Francisco de Garayta, quien, según la leyenda, habría tenido una visión en la cual la misma