una característica particular. Si usualmente la expansión de los frailes y las bases reales de la provincia se daban primero y su institución jurídica después, en esta región la Provincia tomó vida jurídica antes de haber sido organizada en la práctica, lo que, en consecuencia, la impulsó.
Hacen de Santafé de Bogotá su centro
El 7 de abril de 1550 una numerosa comitiva atravesaba las polvorientas calles de la recién fundada Santa Fe de Bogotá. El grupo estaba encabezado por varios funcionarios del imperio español, que venían a instalar allí la Real Audiencia, y por varios religiosos de la Orden de Predicadores. Estos últimos tenían las misiones de fundar un convento en esta ciudad, y en otras poblaciones de la región, y de comenzar el proceso de constitución de una provincia autónoma. Unas semanas antes habían llegado los franciscanos con iguales objetivos.
Todos caminaban lentamente, mientras recibían los saludos y los homenajes de la población. En medio, dentro de un cofre ricamente adornado y protegido por un palio, se transportaba la Real Cédula de fundación de la Audiencia de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada105. La comitiva fue recibida por el cabildo de la ciudad y, como era usual, cada uno de ellos tomó solemnemente el documento, lo tocó con su frente y profirió un juramento de obediencia. Una nueva etapa comenzaba para estas tierras que otrora habían conformado el cacicazgo del zipa de Bogotá.
La capital del Nuevo Reino de Granada
No era casual que los frailes acompañaran a los oidores y demás funcionarios reales. El proyecto de fundación de conventos y del obispado se articulaba al de la Real Audiencia y hacía parte de la estrategia de poblamiento y control territorial que los españoles habían concebido desde los orígenes de la empresa de conquista y colonización.
Al llegar los conquistadores a la que hoy se llama Sabana de Bogotá, se encontraron con una numerosa y pacífica comunidad indígena que mantenía un nivel social desarrollado, con una organización política basada en cacicazgos en proceso de unificación y, por ende, proclives a aceptar la autoridad y el sometimiento. Además la alta densidad de población indígena, la buena calidad de las tierras y el primaveral clima de la región106 fueron visto con buenos ojos por los españoles, quienes pronto buscaron convertir a la ciudad de Santa Fe de Bogotá en un centro político y económico. Efectivamente, la ciudad logró ganar su importancia gracias al control de los recursos agrícolas y mineros, de la mano de obra indígena y esclava, a través del sistema de haciendas y estancias107. Debido a estas posibilidades, advertidas ya por los fundadores, solo doce años después de su nacimiento la ciudad se convertía en sede de la Real Audiencia, de un obispado y de varios conventos108.
Santafé (o Santa Fe) de Bogotá se transformó en la capital del Nuevo Reino de Granada, pese a su ubicación en la cima de un altiplano de más de 2.600 metros sobre el nivel del mar, una zona ciertamente muy rica en recursos y mano de obra, pero muy lejos de los puertos y de muy difícil acceso. La principal vía de acceso desde la Costa Caribe la propiciaba el río Magdalena, en cuya navegación se utilizaban rústicos champanes remolcados por bogas, por lo que el viaje era muy largo (de Cartagena a Honda duraba alrededor de un mes), incómodo, inseguro y agotador.
En cuanto a los caminos que conducían a la ciudad, estos mejoraron muy poco en los tres siglos de dominación hispánica. Adjetivos como «escalas de Jacob», «son más bien para gamos y cabras que para hombres», «cornisas disimuladas sobre precipicios», «trochas colmadas de maraña» o «cuestas agotadoras» son empleados frecuentemente por viajeros y observadores hasta el siglo XIX. Un religioso betlemita en el siglo XVIII decía que en comparación con los Andes neogranadinos, «los celebrados Alpes parecerían apenas alamedas»109.
Figura 6. Santafé y su zona de influencia inmediata (ss. XVII-XVIII). Fuente: elaboración propia a partir de datos proporcionados por DÍAZ DÍAZ Rafael Antonio. Esclavitud, región y ciudad. El sistema esclavista urbano-regional en Santa Fe de Bogotá, 1700-1750. Bogotá: Universidad Javeriana, 2001, pág. 57. ISBN: 9789586833301.
Así, no se debe considerar a Santa Fe como una ciudad en cuya función se articulaban las regiones. En la época colonial no existió una red regional en función de la ciudad. Dice Rafael Antonio Díaz que «es cierto que la ciudad, como sede de los poderes, leía el territorio, quizás y desde ya, con óptica urbana, y que las disposiciones que de ella emanaban influían decididamente en las dinámicas internas provinciales; sin embargo, ello no obsta para reconocer dinámicas propias e internas de sentido local y regional. De la misma manera, ni todos los caminos ‘conducían’ necesariamente a la ciudad, ni todos los caminos ‘pasaban’ por ella y su región adyacente»110.
De hecho, la integración regional fue casi inexistente. Pese a todo, Santa Fe logró ser el centro de una vasta zona que comprendía la Sabana de Bogotá y las mesetas ubicadas al norte de esta111, el valle del adyacente río Magdalena, la región de Mariquita e Ibagué y, al final del periodo colonial, el piedemonte llanero.
El talante de la ciudad de Santa Fe se definió, en gran parte, por su condición de capital de la Audiencia, declarada en los años de 1550. Esto significó concentrar una serie de dignidades políticas, eclesiásticas y militares, lo que le dio la «impronta de una ciudad burocrática y eclesiástica, que reunía a estas casas de letrados y jueces, de clérigos y frailes, las cuales influyeron definitivamente en el talante de su sociedad»112.
No es descabellado decir que las pretensiones, títulos y linajes de los vecinos de Santa Fe colonial fueron mayores que su desarrollo urbano, que fue bastante pobre, sin alcanzar la magnitud de otras capitales, especialmente de Lima o México. En medio de esas realidades geográficas y económicas, la aparición de esta ciudad que dominara el territorio representó ante todo el establecimiento de un centro político-administrativo y religioso, que, sin embargo, «tuvo que enfrentar desafíos y compartir el poder económico con ciudades rivales de otras regiones»113.
Fundación del Convento de Nuestra Señora del Rosario
Fr. Domingo de las Casas había sido el capellán de la expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de la ciudad de Santa Fe, y había celebrado la primera misa en la iglesia pajiza construida rápidamente en el sitio original de fundación. También había sido el primer doctrinero en esas tierras, junto con el clérigo secular Antonio de Lescamez (1537-1539). Fr. Domingo de las Casas se marchó luego con Quesada, Nicolás de Féderman y Sebastián de Belalcázar, cuando estos se devolvieron a España a reclamar los derechos de los territorios conquistados. La doctrina de Santa Fe quedó encargada a Juan de Verdejo, sacerdote secular, quien luego la pasó a Fr. Juan de Torres, dominico que había llegado a la zona en 1540, junto con otros frailes de su orden, de San Francisco y de La Merced. En 1543, Torres entregó la doctrina de Santa Fe a don Diego de Riquelme. La retomó de nuevo hasta 1546, donde quedó definitivamente en manos de los seculares.
La cantidad de población indígena susceptible de evangelizar requería la presencia de muchos religiosos. Por ello, en esos años se pensó seriamente no solo en la posibilidad de establecer un convento de estudios, sino también de hacerlo sede de una provincia independiente. Los frailes, según lo expresa el propio Quesada en una carta enviada a la Corona, debían constituirse además en bastiones para que se consolidara el obispado, que también se proyectaba crear114.
La idea de fundar un convento dominicano en Santafé había nacido con la ciudad. Sin embargo, según Zamora, varios encomenderos que tenían problemas con los frailes por las críticas que ellos hacían a la explotación de los indígenas intentaron detener dicha fundación (y también la del Convento de San Francisco) o buscar que esta se hiciera a las afueras de la ciudad, como era costumbre en Europa115. El cabildo, integrado en su mayoría por encomenderos, se negó por un tiempo a permitir el asentamiento de los frailes en «lo más principal de la ciudad», pero al fin en 1545 cedió116. No obstante, ni los dominicos ni los franciscanos tenían personal ni licencia para organizar formalmente sus conventos.
Por eso en 1547 los dominicos, establecidos en Cartagena y Santa Marta, enviaron a Fr. Juan José de Robles