al argumento, al acompañamiento. A veces, dadas las reticencias, se procedía a fundar conventos nuevos en otros lugares y dejar que los antiguos se extinguieran en su mediocridad o decidieran, ante el ejemplo, renovarse ellos mismos. En esto, la Orden de Predicadores y las demás órdenes mendicantes se diferenciaron de algunas órdenes monásticas, donde una reforma a veces implicaba vaciar totalmente el monasterio y comenzar desde cero23.
En lo que hoy es España, la reforma comenzó desde la primera mitad del siglo XV. En 1423, el beato Fr. Álvaro de Córdoba, confesor de la Corte de Aragón, se retiró junto con otros hermanos al Convento de Santo Domingo de Scala-Coeli, cerca de Córdoba, en el que además de vivir con rigurosidad la vida religiosa, se preparaba también para la predicación. La Corona de Aragón apoyó la reforma y consiguió beneficios papales para ella, aunque el impulso cedió un poco tras la muerte de Fr. Álvaro, lo que no impidió que el espíritu fuera propagándose a otros conventos y en otras provincias. Fue Fr. Juan de Torquemada (1388-1463)24, cardenal desde 1439 y luego obispo de Cádiz y arzobispo de Toledo, quien actuó decisivamente como impulsor de la reforma dominicana.
Torquemada, reconocido por su obra Summa ecclesia (en la que hace una apología al poder pontificio), dirigió, apoyó y hasta dio de su propio peculio para la reforma. Esta inició en el Convento de San Pablo de Valladolid, y en ella llegó a participar, con protagonismo, un abad de los benedictinos, Juan de Gumiel, quien dirigió la reforma en su primera etapa. A la muerte de Torquemada este convento ya se había revestido del aparato jurídico necesario para hacer frente a los opositores y proseguir la reforma. Así, hacia 1474 el proceso marchaba en muchos conventos de Castilla y Aragón.
Los reyes católicos Isabel y Fernando, en el poder de los territorios integrados desde 1474, también fueron claves en el apoyo a la reforma. Sin embargo, también la perjudicaron, pues comenzaron a entrometerse en los asuntos del provincial, e incluso actuaron por encima de su autoridad en su celo de extender la reforma. Otras dificultades fueron las fricciones entre la congregación o vicaría independiente de conventos reformados y la provincia dominicana de España, cuyo caso más representativo fue la disputa entre el Convento de San Pablo de Valladolid, cuna de la reforma, y el de San Esteban de Salamanca, el mayor centro de estudios de los dominicos españoles, renuente en esos años a incorporarse al proceso, debido a añejos celos frente al primero25.
Daniel Ulloa recalca que la reforma en España estuvo alimentada de cerca por la reforma italiana, especialmente influenciada por la Congregación de San Marcos de Florencia, aquella fundada por Savonarola. El espíritu de este fraile se propagó en la reforma española, aunque con algunos excesos en el rigorismo y la observancia26. La línea reformista ganó más y más adeptos entre los jóvenes, y los conventos que no se integraban empezaron a envejecer. También hay que decir que en la década de 1480 apareció una línea más estricta dentro de los rigoristas que llegó a prohibir a los conventos cualquier posesión inmueble, salvo el propio edificio conventual, bajo la amenaza de caer en una supuesta maldición de Santo Domingo.
Así, a fines del siglo XV y comienzos del XVI la reforma de la Provincia de España se consolidó, cuando esa provincia «casi sin fuerzas, aceptó la fusión de la congregación reformada, en el Capítulo Provincial de Burgos de 1506»27. Menos de tres años más tarde ocurriría el primer desembarco de religiosos dominicos a América. Uno de los religiosos reformados fue Fr. Domingo de Mendoza, quien se convirtió en el primer animador de las misiones en América, al organizar la primera expedición dominicana al Nuevo Mundo28.
La reforma continuó en la primera mitad del siglo XVI, protagonizada por frailes como Fr. Juan Hurtado, prior del Convento de San Esteban de Salamanca en la década de 1520, quien decía que el fruto de la predicación era proporcional a la austeridad de vida del predicador29; uno de sus discípulos fue el maestro de novicios del convento, Fr. Domingo de San Pedro, quien desempeñó este cargo por más de veintiséis años entre 1424 y 1550. Conviene resaltar que, incorporado ya a la reforma, el Convento de San Esteban fue el principal proveedor de religiosos dominicos para América.
Encontramos, entonces, una relación directa entre el éxito del proceso de reforma en la provincia dominicana de España y la expansión de los frailes al Nuevo Mundo. Los dominicos estuvieron junto a los franciscanos y mercedarios entre los primeros en marchar a América no solo porque su opción carismática se orientaba hacia el anuncio del Evangelio, incluidas las misiones, sino, además, porque esta orden, junto con la franciscana (también reformada) se encontraba en un nuevo amanecer30; existían en ellas espíritus fogosos y dispuestos a ir más allá de las fronteras de Europa. Esto explica la exclusión de las órdenes ecuestres, grandes protagonistas de la Reconquista de la península ibérica, pero que habían entrado en decadencia.
En cuanto a las órdenes monásticas, según Johannes Meier, sus vínculos con las «estructuras agrarias feudales» les impedían tener la movilidad necesaria para hacer frente a tal empresa31. Pedro Borges afirma que «la tendencia a la posesión de grandes y prósperas abadías no podía sintonizar con la naciente, conflictiva y no ciertamente rica sociedad americana»32. Ni el proyecto evangelizador era atrayente para las órdenes monásticas ni tampoco las perspectivas económicas. La Corona tampoco veía útil en su proyecto de conquista y colonización establecer abadías, cuya instalación y sostenimiento eran considerados, además, onerosos para las cajas reales33.
Los monasterios españoles tampoco se preocupaban mucho por buscar la expansión a las nuevas tierras, imbuidos como estaban en un espíritu estático que las hacía «poco proclives al dinamismo anejo a la empresa eclesiástica americana»34. Según Borges, «la falta de entusiasmo de los monjes (españoles) por América» se prueba en que durante toda la época colonial solo se hicieron diez intentos de fundación de monasterios en América hispánica35, de los que fracasaron ocho, no por culpa de la Corona, sino por falta de apoyo de los mismos monasterios españoles36. Además, aunque hubo obispos en América procedentes de las órdenes monásticas en un número abundante (Gabriel Guarda enumera treinta y seis), estos no buscaron fundar monasterios de sus órdenes en sus respectivas diócesis37.
Se expanden a América
Solo hasta la unificación de la Provincia de España con la congregación reformada (1506), es decir, cuando el proceso de reforma interna obtiene su triunfo definitivo, es cuando, en palabras de Ulloa, «comienza a apreciarse en su justo valor la trascendencia de un Nuevo Mundo»38 para los dominicos. Es justamente a partir de esas fechas que se tiene la primera noticia de una misión dominicana a América. Esta aparece en los registros literarios del maestro Tomás de Vio Cayetano, con fecha del 19 de octubre de 1508. Allí se habla de un posible viaje a Indias de Fr. Domingo de Mendoza, quien por entonces residía en la congregación de San Marcos, en Italia.
Según Fr. Bartolomé de Las Casas (¿1485?-1566), cronista de estos hechos, el padre Mendoza había recibido una inspiración divina de viajar a América, apoyado por Fr. Pedro de Córdoba. Ambos persuadieron a Fr. Antonio de Montesinos y Fr. Bernardo de Santo Domingo. Estos personajes fueron a Roma a hablar directamente con el maestro general de su orden, Tomás de Vio Cayetano, quien les autorizó su viaje a las Indias y abogó por esta causa ante las cortes reales españolas. Finalmente, dados las excelentes relaciones entre los dominicos y el rey Fernando, se concedió el permiso de viajar a la isla La Española a un grupo de quince religiosos y tres criados a su servicio, con el fin de «fundar conventos y predicar la palabra de Dios». Es significativo que este mandato venía cargado de penas severas, según las constituciones O. P., en caso de que se intentara impedir su realización39.
No obstante, a pesar del mandato, los priores de los conventos se resistieron a facilitar las personas escogidas, temerosos de ver disminuir el personal de sus conventos, máxime cuando los escogidos, según Ulloa, eran frailes de cualidades especiales40. Por eso, la expedición inicial de quince miembros debió partir en tres grupos. El primero, en 1509, dirigido por Fr. Pedro de Córdoba y en el que iba Fr. Antonio de Montesinos41. El segundo, antes de finalizar 1510, compuesto por cuatro frailes y un criado. El tercer grupo viajó en marzo de 1511, compuesto por seis frailes. No está claro si Fr. Domingo de Mendoza llegó en este grupo o arribó solo en el mismo año42.
Es