partió de la iniciativa de los mismos frailes, que venían de experimentar un proceso de reforma interna. Eso no significa que la Corona estuviera desentendida del asunto: María Milagros Ciudad Suárez dice que durante la época de la Conquista43 el Gobierno español fue el que más se interesó en promover directamente el envío de religiosos a América. En 1527 se puede encontrar una carta del emperador Carlos V al maestro de la Orden, Fr. Silvestre de Ferrara, para que hiciera todo lo necesario de manera que se animara y facilitara a los frailes el arribo a América y que nadie impidiera o desanimara este tipo de viajes44. Pero, una vez que los primeros misioneros se asientan en las Indias y se hacen las primeras fundaciones, «serán los propios religiosos quienes pidan el pase de más hermanos de hábito; e incluso llegarán a encargarse de organizar las expediciones ante el vasto territorio por cristianizar y la escasez de sus miembros. Así, también solicitan de las autoridades civiles y eclesiásticas que escriban a la Corte informando de aquella realidad»45.
Los viajes de los dominicos a América fueron organizados generalmente por los provinciales españoles, delegados a tal fin por el Capítulo General de 1508. Las expediciones se constituían al atender las peticiones de los mismos frailes o de autoridades civiles y eclesiásticas. En la primera mitad del siglo XVI, estos viajes no contaban con mayor regulación por parte de las autoridades, salvo la limitación del número de religiosos que debían acudir.
A partir de mediados del siglo, el Consejo de Indias expidió una serie de requisitos para controlar el acceso de frailes al Nuevo Mundo, de modo que cada religioso necesitaba su respectiva licencia real. Tras la autorización del Consejo, se relegaba a la Casa de Contratación sufragar los gastos de los religiosos y realizar las nóminas de estos, con señas personales, listados que eran enviados a las autoridades americanas. La Real Hacienda (es decir, las Cajas Reales) pagaba todo el viaje desde convento de salida hasta el convento de llegada46. Los requisitos exigidos a los frailes eran tener voluntad, contar con una preparación intelectual suficiente y buenas cualidades morales. A partir de 1530 aparece también en los documentos la palabra calidad47. Hacia 1571 toda la responsabilidad de aprobación de las expediciones quedó por cuenta del Consejo de Indias48.
La Corona centralizó, burocratizó y controló cada vez más los viajes de religiosos a América, con la intención no solo de disminuir y regular los gastos que ocasionaban a las Reales Cajas, sino, además, de esperar que la Iglesia establecida en el continente produjera sus propias vocaciones nativas entre la población criolla. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, en raras ocasiones fue el Consejo el que tomó la iniciativa de enviar las expediciones. Sin embargo, las apoyaba, debido a que los frailes significaban la posibilidad de extender la presencia hispánica en la región y así ampliar las fronteras del Estado. Isabelo Macías agrega, aunque sin decir las razones, que con ello la Corona también intentaba “erradicar” de la península a un excedente de religiosos que existía allí. Las cifras muestran que más de más de 29.000 clérigos seculares y 32.000 regulares existían solo en Castilla a fines del siglo XVI. Si se comparan las cifras con América (5.000 clérigos y religiosos masculinos, en el siglo XVII) resulta que en ese continente la presencia clerical era ínfima, en proporción al territorio49. Es lógico pensar que las autoridades buscaran reducir este desnivel.
En cuanto al número de dominicos arribados al Nuevo Mundo, el cálculo es bastante difícil50. Autores como Agustín Galán, Isabelo Macías y Pedro Borges, quienes han trabajado a partir de datos de archivo, no se ponen de acuerdo para definir ni el número de expediciones ni el número de frailes que fueron registrados en la Casa de Contratación entre los siglos XVI y XVII. Por ejemplo, solo para el siglo XVII, si Borges habla de 16 expediciones, Agustín Galán se refiere a 4951, e Isabelo Macías contabiliza 3352, cifras que difieren ampliamente entre sí. Pese a ello, existe un acuerdo (especialmente en Macías, Galán y Ciudad Suárez) en que el número de dominicos registrados entre los siglos XVI y XVII superó los 1.700, cifra un poco superior a la expuesta para el caso de los jesuitas (alrededor de 1.400), pero muy por debajo de los franciscanos (aproximadamente 5.000), según los cálculos hechos por los historiadores de estas órdenes53. Los destinos principales de las expediciones eran las zonas menos integradas a la colonización, que eran las que requerían más religiosos (Filipinas y Guatemala, por ejemplo), mientras que los principales centros coloniales redujeron poco a poco el número de envíos procedentes de España54.
Por otra parte, dado que las expediciones de dominicos registran un índice mucho menor de estudiantes y hermanos legos respecto a los sacerdotes, parece que el nivel cultural o educativo de los misioneros dominicos era alto, lo que confirma las referencias hechas en crónicas y otros documentos sobre la calidad intelectual de los religiosos55. En cuanto a los lugares de origen, hay que decir que, según las investigaciones, la mayor parte de los registrados en la Casa de Contratación procedían de conventos castellanos, entre los que priman Salamanca y Valladolid), y andaluces en segundo lugar. El aporte de otras regiones como Cataluña es ínfimo56.
En este punto es bueno preguntarse qué llevaba a los religiosos a viajar a América. Seguramente, el afán de salvar almas, misionar y difundir el Evangelio fue una motivación muy importante, sin duda. Esto es evidente especialmente durante el siglo XVI, siglo de renovación y empuje para las órdenes dominicanas, franciscanas y agustinas. No obstante, según Ciudad Suárez, otros motivos se agregaron con el tiempo, tales como mejorar la situación dentro de la orden, conocer nuevas tierras o simplemente el deseo de la aventura57. Hay que tener en cuenta las características diversas de los misioneros, que mantenían visiones divergentes no solo de la tierra que pisaban y la gente que trataban, sino, además, de la Iglesia y la orden a la que pertenecían. En los primeros años de conquista y evangelización pareció existir un punto de acuerdo.
La primera comunidad dominicana establecida en América (en la actual República Dominicana) es muy famosa en la historia, tanto por sus dotes intelectuales como por sus calidades humanas y religiosas. Aunque es cierto que algunas crónicas asumen un discurso claramente hagiográfico, muchos testimonios tomados de diversas fuentes coinciden en puntos esenciales. Según ellos, los frailes vivían la pobreza con celo evangélico. Se dice que los primeros grupos que llegaban ayunaban siete meses al año, vivían en chozas (aunque hay que decirlo, no había construcciones más sólidas) y se mantenían con muchas limitaciones. En parte, esto era así porque se trataba de grupos de reformados y también porque las condiciones del medio así lo exigían. Según Medina, «La pobreza debía hacerles aptos para la máxima disponibilidad, a la vez que los presentaba totalmente desinteresados ente españoles y naturales. Su predicación sería totalmente libre, sin supeditación a personas o instituciones que pudieran acallar la verdad de sus palabras. Para que la verdad fuera completa, decidieron en común no pedir limosnas»58.
Las reformas internas experimentadas habían hecho de esta primera comunidad dominicana en América una comunidad muy preparada intelectualmente, muy observante y de espíritu abierto. Esa mentalidad le ayudó a no acomodarse fácilmente, sino que estudiadas las situaciones conflictivas y novedosas se proponían formas o métodos de trabajo pastoral59. Su accionar era libre y no tuvo miedo en enfrentarse a los poderes civiles o eclesiásticos. De hecho, según autores como John Phelan, estas primeras comunidades estaban influidas por un espíritu carismático que implicaba imágenes sobre la Iglesia primitiva y el fin del mundo, lo que llevó a algunos a creer que la cristianización de los indígenas americanos era el inicio de la edad del Espíritu Santo, donde todo el mundo sería convertido al cristianismo y reinaría la paz evangélica60.
En esta comunidad fue donde se gestó el famoso sermón del 21 de diciembre de 1511, pronunciado por Fr. Antonio de Montesinos, repetido en muchas obras históricas y tomado como modelo de anuncio profético. Este sermón había sido originado de la confrontación hecha por los frailes entre el método de conquista utilizado y la evangelización que se pretendía ofrecer. Al sermón le siguió el alboroto y la acusación de que los frailes se oponían a la Corona y a sus intereses. Los encomenderos presionaron a los frailes, buscaron que se retractaran, pero ellos no lo hicieron. La defensa de su posición, es decir, el Evangelio predicado sin imponer la fe, sin dominar y sin utilizar la violencia llevó a la formulación de lo que se conocerá como derecho de gentes. Fr. Antonio de Montesinos y Fr. Pedro de Córdoba gastaron su vida en la defensa de esta causa. Fr.