Andrea Blasco

La sexualidad en el siglo XXI


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y cuando esta ambigüedad termina se establece el núcleo estable en la identidad de género. Concluyó entonces que la identidad de género estaba determinada por las fuerzas psicológicas posnatales, publicando el término “identidad de género” en 1966, para establecer esta nueva clínica para transexuales (11).

      El sexo biológico en el siglo XIX se transforma en género en el XX, y será el discurso del Otro; deseo y goce del Otro como determinantes. Sin embargo, desde el psicoanálisis podemos hacer dos objeciones a lo anterior:

      ¿Qué lugar queda para la elección en lo subjetivo?

      El descubrimiento de Freud del inconsciente, es la muestra de que se elige y se rechaza al mismo tiempo algo, de un gozar y sufrir de lo mismo. Es el sujeto del inconsciente en el síntoma histérico por ejemplo. Freud lo circunscribe en su trabajo “La sexualidad en la etiología de la neurosis”, de 1898, y lo reitera al final de su obra en “Escisión del yo en los procesos de defensa”, donde propone una elección desde el sujeto del inconsciente que determinará su destino en una estructura: neurosis, psicosis, perversión, es decir, una organización defensiva a partir de la cual el sujeto dispondrá o no de los recursos que le permitirán ubicarse en una posición sexuada desde donde dirigirse al Otro sexo.

      La elección propuesta por Freud es constitutiva de lo subjetivo, anterior y necesaria a la estructuración subjetiva para la definición sexual. Elección planteada por Freud en la primera infancia, de donde en la neurosis, en términos de elección, es un no elegir, el sujeto conserva la satisfacción y la restricción permitiendo ambas satisfacciones, al precio de sus síntomas, la histeria o la neurosis obsesiva, que no es lo mismo que decir, posicionarse como una mujer o como hombre respectivamente. En las psicosis: alucinaciones, delirios, fragmentación corporal, el sujeto del inconsciente eligió el rechazo del Otro, la libido queda en el yo, no es posible dirigirla al Otro, no le es posible el lazo, se encuentra fuera de discurso y de la posibilidad de ubicarse como hombre o como mujer respecto de su goce. O en la perversión, fundamentalmente en el fetichista, en la que no hay más que la fijación libidinal, la repetición de una escena fantasmática siempre la misma en la que el objeto es no humano, aunque lleve sus marcas. Prescinde aquí no sólo de su posición sexuada sino hasta del cuerpo del otro.

      Encontramos así que la anatomía no es destino para todos, aunque importe, y que sólo en la neurosis existiría la posible diferencia sexual, la posibilidad de dar una significación a la satisfacción que se siente en el cuerpo, Freud la llamó significación fálica, que exige una necesaria articulación a la ley, ley que remite al amor al padre, a la palabra, al lenguaje, que introduce la castración del goce elevando el órgano a una función, la función del falo.

      Sin embargo, para Freud, en “Metamorfosis de la pubertad”, esta función fálica que da estabilidad a la identidad sexual recién se alcanzaría en la genitalidad, es decir es pos-puberal. Genitalidad: que es el tiempo dos, de verificación, de puesta a punto de la pulsión respecto de un tiempo Uno, infantil, inicial, primario, asexuado, perverso-polimorfo. Genitalidad que daría para él, lo “normal”, la norma-male, “norma macho” y tanto hombre como mujer están en relación a ella y resultan de una significación: tener o no tener el falo.

      Podemos plantear la siguiente pregunta: ¿Es el encuentro con una madre –no toda madre– la que da el acceso al hijo a una mujer en el encuentro sexual y lo significa como hombre? O, ¿es el encuentro sexual el que significaría el goce como hombre o como mujer?

      ¿No es en el encuentro de los cuerpos a través del llamado acto sexual, justamente allí, en el encuentro con el Otro sexo, que se juega de modo más irreductible lo que llamamos castración, lo que según Lacan llama “No hay proporción/relación sexual”? No es el acceso al acto en la adolescencia enfrentarse muchas veces a la frustración, el fracaso, el malestar, precisamente por ser el encuentro con lo hétero.

      Es que hubo para Freud un tope, la existencia de una satisfacción no localizable que llamó “Continente negro”: lo femenino que quedó sin resolver.

      El Edipo freudiano sólo permite pensar la posición sexuada inconsciente desde la identificación dejando fuera la posición de goce.