reflexión ética, más que tratar de tesis universales abstractas, nos muestra un dinamismo que todos los seres humanos poseemos y por el cual podemos iniciar un camino particular de reflexión sobre lo que hacemos, un cuestionamiento acerca de nuestra existencia. ¿Cómo podemos ser más libres, menos sujetos a relaciones de dominación? ¿Cómo podemos estructurar el poder de otro modo? La reflexión ética puede ser una manera de dar a la persona suficiente control sobre sí mismo para manejar sus conflictos. Más que de moralizar, se trata de comprender el contexto de los individuos para que sean más libres en sus situaciones: si un niño está paralizado por el miedo y alguien le dice que tire adelante, no le ayuda; pero si se le da confianza, si alguien lo acaricia, si se siente comprendido, poco a poco perderá el miedo. Si nos compenetramos con los otros, a la vez nos compenetramos con nosotros mismos y poco a poco se evaporan los sentimientos paralizantes. Algunas de las múltiples orientaciones que se desprenden de la reflexión ética son las que a continuación se presentan.
5. DESDE UNA PERSPECTIVA INDIVIDUAL
– Comprender la ambigüedad de nuestras acciones y no paralizarnos por ello. Una de las verdades del psicoanálisis es que en las diferentes actuaciones humanas se mezclan la ternura, la agresividad, el odio, los celos, el deseo, la creatividad, la regresión, la generosidad y el egoísmo. Es imposible decir cuál de estos sentimientos tiene que estar más o menos presente en el amor. Toda conducta es una síntesis de diferentes deseos y sentimientos. Lo decisivo en el dinamismo ético es si uno puede llegar a ser suficientemente sincero consigo mismo y con los demás, y aceptar sus debilidades y limitaciones, o si, por el contrario, necesita dominar arbitrariamente a otros para no ser, hasta para sí mismo, un don nadie. De hecho, aun la mejor “servicialidad”, si nace de una angustia interna, puede asumir rasgos verdaderamente terroristas. La sabiduría popular dice que con los santos nadie quiere vivir. (15)
– Ser más libres. Nietzsche hablaba de la moral de los esclavos: no se atreven a vivir por ellos mismos, (16) defienden sistemas éticos, justifican su dependencia y la valoran expresando su resentimiento por la gente libre, no se pueden imaginar tomando decisiones propias y tienen que legitimar sus acciones por unos determinados códigos morales, religiones o incluso a través de las ciencias. Estos esclavos se suelen identificar con los códigos que castigan a quienes no los aceptan. Puede haber, por ejemplo, mujeres muy agresivas contra mujeres feministas que no aceptan el rol de dominadas, así como pobres que admiran más al capitalismo que accionistas conscientes del mecanismo que permite su fortuna. Los que sufren el poder son a veces los que más propagan una determinada ideología; legitiman su propia opresión. Los cambios siempre producen inseguridad y muchas veces preferimos la comodidad de lo antiguo que el cuestionamiento de las relaciones de dominación.
– Confiar en la acción. Por más que analicemos, tenemos una percepción limitada de nuestras acciones y de sus consecuencias. Siempre hay un momento de riesgo. Siempre estamos mitificando; desmitificado para remitificar. Hay que aceptar los límites de la racionalidad. (17) Sin una cierta confianza el pensamiento crítico es estéril. La gente bien integrada acepta las cosas como son. El análisis lleva adelante la sospecha, lo que suele constituir una dificultad para el activista, pues la vida sólo es feliz en una especie de abandono a la realidad. Hay siempre un difícil equilibrio entre el análisis y el vivir la vida, en tanto un camino solamente crítico es paralizante. Además, los análisis siempre acaban cansando, ya que pueden arrojar sospecha de todo: ¿no es cierto que muchas personas que creían salvar el mundo en realidad luchaban contra fantasías parentales o de otro tipo? No es fácil hacer la distinción entre problemas personales y el deseo de cambio. ¿No es la ayuda a los países pobres otra forma de explotación? ¿No es la ONU una manera de evitar la crítica política al sistema? Sin un cierto grado de confianza, de espaldas anchas, de valoración de la acción por la acción misma, no moveríamos nunca un dedo. Y una confianza total provoca actuaciones perversas y degradantes con la mejor de las conciencias. (18)
– Descubrir el valor gratuito de la acción. ¿Estamos haciendo algo realmente eficaz? Nunca podemos estar muy seguros de la eficacia de nuestra acción. Esto suele ser duro de aceptar cuando ya de por sí sentimos que nuestra acción es poca cosa. ¿Cuánto tiempo parece que se pierde para conseguir un poco de democracia real en un pequeño grupo, en un proyecto en un país pobre, al lado de la “eficacia” de una compañía transnacional, de los grandes proyec- tos de ayuda? Pero cuando nos “encontramos” con otros, las acciones valen por sí mismas.
6. DESDE UNA PERSPECTIVA SOCIAL
– Reconocer nuevos contrapoderes. Las privatizaciones han mermado la capacidad de incidencia económica de los Estados nacionales, al mismo tiempo que el contrato social tradicional entre capital, trabajo y Estado se ha roto por la presión de unos mercados que son globales. De ahí que los sindicatos y los partidos políticos, que se definieron a sí mismos frente al Estado nacional o frente a un capital nacional, hayan perdido la capacidad de tomar iniciativas innovadoras. Ahora bien, hay movimientos que proporcionan identidad y que, según algunos sociólogos actuales, constituyen el principal desafío a la dominación en el capitalismo global: los fundamentalismos religiosos, nacionalismos, localismos, separatismos étnicos, comunas culturales, feminismo y ecologismo. Lo común a todos ellos es el hecho de que, frente a la lógica prevaleciente y omnipresente de los mercados globales, incapaces de proporcionar identidad, se ven obligados a reconstruir un sistema de valores completamente diverso que, de hecho, se convierte en una identidad de resistencia frente a las nuevas formas de dominación. Se trataría de identidades que generan proyectos viables para el conjunto de la sociedad, poniendo las modernas técnicas bajo el control racional humano y al servicio de las necesidades de las personas. Se ven los gérmenes de estas identidades proyecto en muchos grupos diferentes: cooperativas, grupos de feministas, grupos ecologistas, nuevos indigenismos y grupos de defensa de derechos humanos. Como la vida individual, la vida social es ambigua; pero esto no obsta para que todos podamos reconocer grupos muy diversos que se sustraen de las lógicas dominantes.
– Ensayar lógicas de poder diferentes. Lo interesante de muchas identidades de resistencia es que no están primeramente caracterizadas por la pretensión de participar en las estructuras de poder económico, político o militar de la sociedad global. Quieren enfrentar o transformar de alguna manera el poder donde éste se ejerce, en las instituciones donde vivimos: el lugar de trabajo, la universidad, la escuela, etcétera, desarrollando dinámicas creativas de participación. Precisamente en una sociedad mundializada lo local cobra más importancia que nunca.
Cabe otra concepción de la política: una política desde abajo. No en el sentido de planear desde abajo la toma del poder en los órganos del Estado, ni en el sentido de que los antiguos dominados sean ahora los dominadores. Frente a los poderes mundiales creo que es posible un contrapoder muy plural que arranque de sus dependencias a los oprimidos por el sistema y los sitúe en una nueva red de relaciones humanas. Seguramente, en todo tipo de movimientos sociales populares alternativos (feministas, LGBTI, ecologistas, antirracistas, etcétera), por extraordinarios que sean, subsiste la fascinación por el poder y la violencia; pero también emerge la conciencia de la necesidad de nuevas formas de relaciones humanas, con lógicas de poder diferentes. No se necesitan líderes que tarde o temprano acaben abusando del poder, sino personas participativas. Desde abajo, sin pretender el poder pero en relación con él, es obvio que cientos de iniciativas prácticas son posibles; desde la misma constitución de grupos hasta la constitución de redes de solidaridad globales. Por ejemplo, los movimientos ecologistas y feministas globales (19) no pretenden convertirse en una vanguardia política destinada a regir los destinos de un Estado (nacional o global), sino que tratan, más bien, de influir en las políticas globales desde abajo, llamando la atención sobre los problemas y presionando públicamente para solucionarlos. Frente a la uniformidad teórica y práctica pretendida por los movimientos de liberación nacional en el pasado, los movimientos ecologistas y feministas aceptan como un contenido positivo su intrínseca pluralidad.
Estos grupos suelen defender estrategias no violentas, en tanto la no violencia activa es muy poderosa; pero hay que estar muy preparado y ser muy valiente y creativo para