Jordi Corominas

Ética, hermenéutica y política


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mí, por ser el mayor, me tocará el 90 por ciento de sus bienes; mientras que el resto se dividirá entre ustedes por partes iguales. Luego pidió que con el efectivo formáramos una empresa de la cual yo, en cuanto primogénito, seré el director, mientras que ustedes serán mis empleados”. Parece claro que el hijo mayor miente y que sus hermanos sí tenían derecho a saber de él la verdad.

      3.5. La secretaria responde al teléfono: “El licenciado no está” (lo dice por órdenes del licenciado). Ni el licenciado ni la secretaria mienten; hacen una restricción mental: dicen “no está” y piensa aquélla: “No está disponible”.

      3.6. Unos sicarios llegan a un campamento y le preguntan a X si quien está en la siguiente cabaña es fulano de tal, de quien dan su nombre y apellido. Es claro que lo quieren asesinar. X sabe que ahí está, pero para evitar un homicidio dice que no. Algunos dicen que miente, pero lo justifican por el principio del mal menor. Otros dicen que no miente, pues los sicarios no tienen derecho a saber de él la verdad.

      3.7. Un obispo tiene escondido a un refugiado político. Cuando las autoridades criminales le preguntan por esta persona aquél lo niega. Misma solución que en el caso anterior.

      3.8. Para evitar ser violada una dama dice: “Tengo sida” (no tiene). Algunos la justifican por el principio del mal menor. Otros piensan que no es lícito mentir ni siquiera para salvar la vida.

      3.9. En un encuentro casual de dos muchachos gais uno le pregunta al otro si tiene sida, a lo que éste responde que no (sí tiene). En apariencia miente, pues parece que el que pregunta sí tiene derecho a conocer la verdad de su eventual partner.

      3.10. En una celebración familiar con muchos invitados están una dama y su cuñado, hermano del marido. Éste, el marido, todavía no llega. Al calor de las copas el cuñado pide a la dama que confiese que le pone los cuernos a aquél. La dama, con desparpajo, con gracia, con enojo, con elegancia, o de otra manera según las circunstancias, afirma que siempre ha sido fiel y lo sigue siendo con su marido, lo cual no es verdad. La dama no miente, sino que oculta la verdad a quien no tiene derecho a obtenerla de ella.

      3.11. “Padre, ¿me engaña mi marido?”, pregunta una dama al sacerdote que acaba de confesar al marido. El sacerdote podrá decir cualquier cosa, pero no puede faltar al sigilo sacramental. Aquí entran multitud de casos de abogados, dentistas, jefes de policía, etcétera.

      3.12. ¿Mienten los espías? Dejando de lado la licitud de esta ocupación, no parece que aquéllos mientan, pues los países implicados saben que se trata de un juego de inteligencias.

      3.13. Por el caso anterior se ve que puede ser exagerado decir como un absoluto “la mentira es mentira y punto”; pues de ser así serían pecado todos los deportes: pensemos en las fintas del fútbol, básquetbol o béisbol. También parece exagerado afirmar que todas las mentiras jocosas son pecado, pues todo mundo sabe que se trata de un juego para hacer reír.

      3.20. Igual solución sería para el caso de Tamar, nuera de Judá, quien para tener relaciones sexuales con Judá se atavía como desconocida y atractiva sexoservidora con el propósito de seducirlo. Ambos forman parte de la genealogía de Jesús.

      4. REFLEXIONES SOBRE LOS CASOS PRESENTADOS

      4.2. Pero entonces el problema se retrotrae: ¿quién tiene derecho a que el interpelado le diga su verdad? Ése es otro problema y aquí no es el lugar para tratarlo. Me limité a poner ejemplos (casos 4 y 9) de alguien que, a mi parecer, sí tenía derecho a que el interlocutor le dijera la verdad, pero no intenté tocar el conjunto de la doctrina. Y ahora me limito a señalar casos difíciles.