y su representación, sino que es una facultad de hacerse de una regla de la razón la causa determinante de una acción (mediante la cual un objeto puede ser realizado). Por consiguiente, das Gute o das Böse son referidos propiamente a acciones y no al estado de sensaciones de la persona [...]. (5)
Que el bien y el mal se refieran a acciones que no están determinadas por su objeto implica que la libertad no consista en tan sólo regular las pasiones del cuerpo, ni en que éstas sean la fuente del mal. Dicho de otra manera, el mal no depende del cuerpo, sino que es la razón, en tanto facultad teórica o práctica, la que puede mover a la voluntad y establecer reglas que contribuyan a la ejecución o negación del imperativo categórico. Al establecer que el cuerpo y las pasiones no son necesariamente la fuente del mal, sino que éste depende de la acción de la razón práctica, se puede decir que Kant declara las bases para formular una “metafísica del mal”. (6)
De capital importancia para la comprensión del problema del mal resultan las siguientes consideraciones de Kant en torno a la especie humana:
Que en el orden de los fines el hombre (y con él todo su ser racional) sea un fin en sí mismo, es decir, que nunca pueda ser utilizado sólo como medio por nadie (ni siquiera por Dios), sin ser al mismo tiempo fin; que por lo tanto, el género humano, en nuestra persona, deba sernos sagrado, es algo que ahora se sigue de sí, porque el hombre es el sujeto de la ley moral, y por lo tanto, de lo que es santo en sí [...]. (7)
En este sentido, suele reconocerse el rigorismo de Kant en torno al “deber–ser”, ya que en su consideración ética en torno a los seres humanos éstos son fines en–sí mismos. No obstante, en el orden de la vida cotidiana se presentan relaciones en las que las personas pueden ser medios (por ejemplo, para realizar un determinado trabajo); empero, la visión kantiana se enfoca en las relaciones éticas y, en este sentido, enfatiza el respeto y la dignidad en las relaciones con los otros y con uno mismo. Es en este orden de ideas, conectadas con la capacidad de la razón práctica para obrar con respeto hacia los demás y hacia sí mismo, como se puede entender el poder explicativo de esta teoría. Más adelante Friedrich Schelling expondrá las consecuencias del asunto.
Sobre estas bases kantianas se puede inferir que el problema del mal ha sido colocado sobre una plataforma moral. No es necesario establecer un nexo entre el mal físico y el mal moral. Menos aún se puede plantear un mal metafísico a la manera de Leibniz. El mal es fundamentalmente un problema moral.
La concepción kantiana sobre el problema del mal se complementa con la acuñación del término “mal radical”, que formula nuestro autor en su libro La religión dentro de los límites de la mera razón. El mal radical alude a una propensión del alma a actuar conforme al mal —digamos que guarda cierta semejanza con la noción cristiana de pecado original—, por lo que es prácticamente inevitable que el ser humano tienda, en algún momento de su vida, a realizar un mal de carácter moral.
Para nosotros lo fundamental de esta visión que Kant nos proporciona de la razón es:
a) Que la razón no es meramente teórica o científica, sino que puede ser práctica, es decir, orientar la acción.
b) La razón práctica puede formular postulados capaces de guiar la conducta ética del hombre, a pesar de no ser teóricamente cognoscibles.
Las aportaciones de Kant tuvieron su influjo en los pensadores del idealismo alemán, Fichte, Schelling y Hegel, de quienes a continuación indicaremos sus posiciones ante el problema del mal.
Fichte escribe El destino del hombre y elabora una serie de reflexiones que son de interés para la consideración del tema. Y al igual que Kant, propone la primacía de la razón práctica sobre la razón teórica, lo que equivale a decir que no es suficiente contar con el conocimiento científico y tecnológico, sino que se requiere, más aún, de un desarrollo en la conciencia moral, ya que el progreso científico y tecnológico, si no va acompañado de un progreso moral, puede conducir a situaciones de peligro para la supervivencia de la especie humana. En conexión con esto, Fichte declara: “Pero no es la naturaleza, es la libertad misma la que produce los mayores y más terribles desórdenes en el género humano: el más terrible y cruel enemigo del hombre es el hombre mismo”. (8)
Dicho en otros términos, ya Fichte señalaba con claridad que la razón teórica (científico–tecnológica) necesita de la razón práctica, es decir, de la aplicación del imperativo categórico, puesto que, si se presenta un progreso científico–tecnológico sin el acompañamiento a la par de un desarrollo moral, la libertad puede producir los más terribles desórdenes en el género humano. Estas consideraciones de Fichte son relevantes para la comprensión del tema, sobre todo si se las traslada a los acontecimientos bélicos del siglo XX. Esto se comprenderá mejor tras la presentación de Schelling.
Schelling es autor del libro Sobre la esencia de la libertad humana y los temas con ella relacionados. Siguiendo el pensamiento de Kant y de Fichte, formula con relativa claridad el asunto, pues “la libertad es facultad del bien y del mal”. (9) En esta definición subyace un trasfondo kantiano: se puede hablar, por tanto, de una “metafísica del mal” dado que el hombre, en cuanto ser libre, trasciende el ámbito de los fenómenos naturales. En consecuencia, no es posible evadir la responsabilidad ante el mal mientras que se pretende reducir el comportamiento maligno a un actuar conforme a las pasiones, emociones o instintos. En todo caso, esta alusión explica la conducta maligna en el nivel de la causa material, pero no en el nivel de la causa formal. La razón puede proporcionar la causa final en torno a acciones que son juzgadas como moralmente malas; mientras que las pasiones y los deseos no son considerados como la fuente del mal, sino que, en todo caso, pueden servir de soporte material.
Con todo esto, Schelling ofrece claridad en torno al problema del mal a la luz de la inversión del sentido de la segunda formulación del imperativo categórico. En efecto, si se considera el bien moral como la posibilidad de actuar conforme al imperativo categórico, entonces también se puede comprender el mal moral si se invierte el sentido de éste. La segunda formulación del imperativo categórico propone ver, en el ámbito moral, a las personas como fines en sí y no sólo como medios. Entonces existe la posibilidad de ver a los demás como medios y no como fines —no sólo en el ámbito de las acciones práctico–cotidianas—. Se puede ir más lejos y considerar racionalmente a los otros exclusivamente como medios; más aún, reducir su condición de personas al plano de la cosificación —un ejemplo se encuentra en los campos de concentración de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial—.
Las reflexiones de Fichte y de Schelling nos colocan en una perspectiva que permite re–considerar los acontecimientos bélicos del siglo XX, es decir, del mal contemporáneo. Si se toman en cuenta las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, así como los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, concluimos entonces que Fichte se anticipó a tal realidad histórica al señalar que el progreso científico y tecnológico debería ir acompañado de un progreso moral. Esto equivale a decir que la razón establece los medios para realizar el mal moral. Y dado que, siguiendo a Schelling, la razón es causa formal del mal, se deriva que en los campos de concentración las personas no fueron respetadas en su dignidad en tanto seres humanos. Y si bien sólo algunos llegaron a ser considerados instrumentos para el trabajo, la mayoría de las personas fueron degradadas a la condición de cosas, si tomamos en cuenta la escasa compasión con la que se les torturó, humilló y asesinó. Este genocidio se operó con base en el desarrollo tecnológico y en función de una causa final que era el exterminio. Preguntémonos ¿qué serían las personas en los campos de concentración sino meros medios e instrumentos para una destrucción considerada como un fin (telos) en sí mismo? Desafortunadamente no son los únicos ejemplos que nos proporciona la historia contemporánea.
Antes de proseguir en la exposición daré una idea en torno a uno de los últimos intentos de teodicea dentro de la modernidad. En la Fenomenología del espíritu Hegel da seguimiento a las ideas de Leibniz y traslada la teodicea al ámbito de la historia. En la obra aludida Hegel plantea el objeto de estudio de la filosofía, así como el método adecuado para su