Prácticamente todas las morales filosóficas están de acuerdo: no mentir; también el no manipular la verdad, que en muchos casos es peor que mentir. Es famosa la frase de Santo Tomás de Aquino: “Nunca hay que creerle al Diablo, aunque diga la verdad”. (6) Tampoco mintió la serpiente (7) del paraíso, sino que manipuló la verdad.
1.4. Lo comprueba la moral cristiana que nos pide vivir participando de los atributos de Dios. Nuestra palabra reproduce la verdad divina, y Jesús es la verdad. Hay varios textos bíblicos al respecto, por ejemplo: Éxodo 20, 16: “No des falso testimonio”; Salmo 5, 7: “Destruirás a los mentirosos”; Salmo 118, 142: “Tu ley es la verdad”; Sabiduría 1, 11: “La palabra mentirosa mata al alma”; Efesios 4, 25: “Dejando la mentira, cada quien diga la verdad con su prójimo, pues somos miembros unos de otros”, y Primera carta de San Juan: 2, 21: “Ninguna mentira puede venir de la verdad”. (8)
1.5. En el mundo actual el saber ya no parece un derecho ni un bien público. El saber es administrado, deformado, vendido, negociado, ocultado; el saber es mercancía, es poder, es un arma, es privilegio, es un don que otorga honores...
1.6. Se presenta el caso de la censura que impide un saber. ¿Quién censura y por qué? Parece que en el fondo se trata de luchas de poder.
Tengo la impresión de que los bien pensantes se oponen radicalmente a la censura y, de manera espontánea, nos unimos a ellos. Pero se presentan situaciones que, aun cuando no cambian nuestra manera de pensar, nos hacen reflexionar; por ejemplo, según ciertas estadísticas del siglo XX, por los años ochenta —lamento haber perdido la cita—, en Estados Unidos, un niño promedio de diez años ya había visto en la televisión ochenta mil asesinatos, aparte de otros muchos actos violentos que no culminaban en muerte, y se le presentaba el acto de matar como necesario y placentero. Da la impresión de que se quiere inculcar a los muchachos estadounidenses la consigna de que están destinados a matar. ¿Habría que usar la censura? ¿O tomar otros medios?
1.7. El monje Jorge (9) comete varios asesinatos para impedir que se conozca el Libro II de la Poética de Aristóteles. El franciscano Guillermo le espeta que está endemoniado por ocultar un saber.
1.8. El ocultar, el incomunicarse, es típico del endemoniado, dice también Kierkegaard. (10)
Excurso
No deja de presentarse el caso de quienes no quieren saber, ante lo cual se suscita la pregunta acerca de si tenemos derecho a no saber. Por ejemplo: quien no quiere saber que tiene una enfermedad incurable y sin tratamiento, o bien, la esposa que no quiere saber si su marido la engaña. Lo dicen con gracia algunas canciones populares, por ejemplo: “Miénteme con un beso”, de Luis Miguel; “Miénteme más, que me hace tu maldad feliz”, de Los Panchos, y “Miénteme aunque sea, y dime que algo queda entre nosotros dos”, de Alejandro Sanz.
2. AUTOR FUNDAMENTAL, SAN AGUSTÍN: MENTIR, NO; PERO LO AGOBIA LA PROBLEMÁTICA HUMANA
2.1. Textos de San Agustín. De mendacio, 395, donde el autor confiesa que el tema es bastante oscuro; (11) un trabajo de investigación en el que nos comunica sus reflexiones y dudas. Y Contra mendacium, escrito un cuarto de siglo después. Aquí San Agustín se muestra más seguro, pero no del todo. (12)
Pasado algún tiempo quiso destruir el primer escrito, mas no lo hizo, sino que lo retocó porque contenía reflexiones que no incorporaba el segundo trabajo. Ahí mismo el autor confiesa que la problemática humana solía conmocionarlo.
2.2. Textos de Santo Tomás. Summa Theologiae II–II, q. 110, que presenta en forma organizada la doctrina de San Agustín. (13)
2.3. Según ellos mentir siempre es pecado. Parece que dicen “la mentira es mentira”. ¿Por qué? Nunca puede ser bueno y lícito lo que es malo intrínsecamente y en su género. La mentira es mala por naturaleza. Palabras y gestos sirven para expresar la verdad. Dios es la Verdad misma. Nos toca decir la verdad como manera de unirnos a Dios y de alabarlo. Jesús, la palabra de Dios hecha carne, es la verdad. Los cristianos seguimos a Jesús; decimos la verdad, no la mentira.
2.4. Tipos de mentira según el intento:
Nociva: un mal a otro (la más grave).
Oficiosa: un bien útil para mí o para otro, o para evitar un mal (menos grave).
Jocosa: un bien agradable, divertirme (leve).
2.5. Solución que presentan San Agustín y Santo Tomás:
No es lo mismo mentir que ocultar la verdad.
Puede estar justificado el ocultar la verdad.
El que miente oculta la verdad, pero el que oculta la verdad no por eso miente.
2.6. Las maneras justificadas de ocultar la verdad sin mentir han sido variadas a lo largo de la historia. Una, el mal menor. Mucho tiempo se usó la llamada restricción mental, que consiste en ocultar la verdad con la condición de que la expresión tenga un sentido verdadero. Por ejemplo: estoy sentado en un parque y pasa delante de mí un joven que huye despavorido. Instantes después llegan corriendo unos matones y me preguntan si por ahí pasó un joven. Yo respondo “No pasó por aquí”, mientras que de manera distraída veo el hueco de la manga de mi camisa. Sólo que en casos apurados, únicamente los muy ingeniosos encuentran pronto una frase con sentido verdadero. Por ello, hoy día se considera justificado el ocultar la verdad diciendo cualquier cosa si quien me pregunta no tiene derecho a sacarme a mí la verdad. O sea, no estoy obligado a decir mi verdad a quien me pregunta sin tener derecho a obtenerla de mí.
3. CASOS VARIOS QUE ILUSTRAN LOS PRINCIPIOS
3.1. Un hombre asesinó a otro. El fiscal sólo tiene indicios, no pruebas. El criminal, jurando sobre la Biblia, en el juicio dice “Soy inocente”. Oculta la verdad pero no miente, porque el jurado, si bien tiene derecho a saber la verdad, no tiene derecho a sacársela al acusado. (14)
3.2. En un antro un joven ve a una joven, le gusta mucho, la invita a tomar una copa y a bailar, y ya está dispuesto a declararse. Cuando por sus principios internos le pregunta a la joven si es virgen ella responde que sí, cuando en realidad ya tuvo varios affaires. No miente, pues el joven no tiene derecho a obtener de la joven esa verdad.
3.3. Un caso inspirado en San Agustín. Un anciano está muy delicado de salud y el médico ha recomendado a la familia que el señor no tenga impresiones fuertes. Su hijo predilecto trabaja en el extranjero y acostumbra llegar desde principios de diciembre para pasar Navidad con la familia. Pero esta vez, avanzado diciembre, el hijo aún no ha llegado y el anciano pregunta por él. La familia sabe que el hijo fue asesinado, pero no quiere darle al anciano la terrible noticia y le responde que aquél está bien. El anciano le pregunta a San Agustín, pues piensa que éste sí le dirá la verdad. El santo de Hipona piensa: “Sé que el hijo ya murió; si respondo que vive, miento; si respondo que no sé, miento; y si respondo que ya murió, al rato me acusa la familia de haber matado al anciano. Parece entonces que la mejor respuesta es decir al anciano que su hijo vive; sólo que si aceptara este principio, el mundo estaría lleno de mentiras (15) y, sin embargo, me agobia la problemática humana”.
3.4. El papá moribundo desea hablar con sus cuatro hijos. Un día los cita y les dice que desea hacer su testamento, pero que antes quiere hablar personalmente con cada uno. Comienza por el mayor, a quien le dice que, al ser riquísimo en bienes raíces, en joyas y en dinero, desea heredar por igual a los cuatro hijos; que les pide que, con el efectivo los cuatro, continúen en sociedad con una empresa que dejará muy buenos dividendos, y que en la sociedad los cuatro hijos compartan por igual derechos y deberes, pese a lo cual el mayor, no por ser mayor, tendrá más privilegios. El hijo