Jordi Corominas

Ética, hermenéutica y política


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Cfr. La Biblia, pp. 41–42.

      21- Cfr. ibid., pp. 890–895.

      22- Cfr. ibid., p. 193.

      23- Cfr. Raymundo Suárez, Jesús Valbuena, Alberto Colunga et al., Suma teológica..., II, II q.111, ad 1.

      24- Cfr. La Biblia, p. 222.

       25- Cfr. ibid., p. 465.

      26- Cfr. ibid., p. 225.

      27- No es de este lugar entrar en sus condiciones.

       28- Vid. Nuevo Derecho Canónico, 1983, Canon 630. Sin embargo, los superiores jesuitas tienen el privilegio de pedir cuenta de conciencia a sus súbditos. El privilegio se funda en el supuesto de que esos superiores tienen excelente formación y de que guardarán estrictamente el sigilo.

      29- Pseudónimo usado por Kierkegaard en el libro Temor y temblor.

      JORDI COROMINAS

      De entrada, la ética y el poder parecen absolutamente reñidos. La ética, que ya tiene nombre femenino, sería como una chica guapa, inocente, ingenua y llena de encantos que se encontraría en uno de los peores antros de México, rodeada de hombres rudos y en donde el más sinvergüenza de todos se le acercaría para decirle en un tono amenazante: “¡Qué hace una chica como tú en un mundo como éste!” A la pobre y cándida ética no le quedaría más remedio, si no tiene una crisis de nervios, que salir despavorida.

      Ante una obligación que contradice nuestros intereses nos podemos preguntar siempre: ¿por qué hacer el bien si no trae ningún provecho? Luego está la perspectiva de la muerte: si nuestra vida es breve como la hierba de los campos, ¿por qué no aprovecharla mientras dure? ¿De qué sirve vivir esclavizado por nuestras obligaciones si al final la vida acabará en la tumba? Tal vez sea más sensato decir: “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. El poder, el éxito y la fama nos pueden hacer creer que de algún modo somos “inmortales”. Fácilmente nos convertimos en el centro de nuestra propia vida y nos protegemos contra todas las amenazas que nos vienen de fuera. Claro que, finalmente, las protecciones son vanas, pues la muerte siempre acaba triunfante. Pero podemos pasarnos toda nuestra vida como esclavos de nuestro miedo a la muerte, y no sólo eso: el miedo a la muerte nos puede llevar a hacer esclavos a los demás, sometiéndolos a nuestras aspiraciones de seguridad.

      Pero tal vez la ética no es una chica tan ingenua y bella como nos la presentan ni el poder es tan malo. Tal vez las cantinas son menos antros que la casa de la ética. Quizás la gran lucha no es contra el mundo, sino contra nuestras ilusiones, contra los ideales que acaban por convertirnos en resentidos. Puede que la ética y la verdadera santidad empiecen allí donde termina la moral, y siempre más allá del bien y del mal. Es lo que tenemos que ver.

      1. DEFINICIÓN RADICAL DE PODER