Cfr. La Biblia, pp. 41–42.
21- Cfr. ibid., pp. 890–895.
22- Cfr. ibid., p. 193.
23- Cfr. Raymundo Suárez, Jesús Valbuena, Alberto Colunga et al., Suma teológica..., II, II q.111, ad 1.
24- Cfr. La Biblia, p. 222.
25- Cfr. ibid., p. 465.
26- Cfr. ibid., p. 225.
27- No es de este lugar entrar en sus condiciones.
28- Vid. Nuevo Derecho Canónico, 1983, Canon 630. Sin embargo, los superiores jesuitas tienen el privilegio de pedir cuenta de conciencia a sus súbditos. El privilegio se funda en el supuesto de que esos superiores tienen excelente formación y de que guardarán estrictamente el sigilo.
29- Pseudónimo usado por Kierkegaard en el libro Temor y temblor.
La ética frente a las relaciones de poder
JORDI COROMINAS
De entrada, la ética y el poder parecen absolutamente reñidos. La ética, que ya tiene nombre femenino, sería como una chica guapa, inocente, ingenua y llena de encantos que se encontraría en uno de los peores antros de México, rodeada de hombres rudos y en donde el más sinvergüenza de todos se le acercaría para decirle en un tono amenazante: “¡Qué hace una chica como tú en un mundo como éste!” A la pobre y cándida ética no le quedaría más remedio, si no tiene una crisis de nervios, que salir despavorida.
La mayoría de los filósofos, desde Sócrates, Platón y Aristóteles, hasta Freud, Marx y Heidegger, que han defendido planteamientos éticos y mantenido aspiraciones reformadoras y revolucionarias, han pasado por profundas crisis escépticas, una vez que decidieron poner sus pies en el cenagal del mundo. Kant comprobó que su admirada Revolución francesa terminó por guillotinar a los propios revolucionarios, Marx asistió al fracaso de la Comuna de París, Freud vio ahogarse sus sueños de una terapia colectiva de la humanidad en los horrores de la Primera Guerra Mundial y, más recientemente, los revolucionarios del mundo entero contemplaron el hundimiento de la Unión Soviética, la “gran patria del socialismo”. Muchas personas generosas e idealistas de todo el mundo se encontraron, todavía no hace mucho, en Nicaragua o en Haití, desolados y hundidos ante el fracaso de sus aspiraciones morales. Cuanto más grande fue el sueño y el ideal, más profunda la caída. Los fracasos de tantos proyectos nacidos de la Ilustración han mostrado muchas cosas: que fácilmente las víctimas pueden convertirse en verdugos; que muchos revolucionarios en Latinoamérica y en el mundo se convirtieron en “poderosos” empeñados en mantener sus privilegios; que quienes no desean que triunfe la justicia, la libertad y la igualdad disponen de un poder que parece capaz de sepultar los más grandes ideales y a los más grandes idealistas; que los ideales éticos chocan con la realidad de la fragilidad humana... Tarde o temprano podemos observar que el cumplimiento de nuestras obligaciones no parece aportarnos grandes beneficios. Muchas veces a los justos les va mal, mientras que los injustos prosperan. El libro de Job subraya lo bien que les va frecuentemente a los malvados. (1)
Ante una obligación que contradice nuestros intereses nos podemos preguntar siempre: ¿por qué hacer el bien si no trae ningún provecho? Luego está la perspectiva de la muerte: si nuestra vida es breve como la hierba de los campos, ¿por qué no aprovecharla mientras dure? ¿De qué sirve vivir esclavizado por nuestras obligaciones si al final la vida acabará en la tumba? Tal vez sea más sensato decir: “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. El poder, el éxito y la fama nos pueden hacer creer que de algún modo somos “inmortales”. Fácilmente nos convertimos en el centro de nuestra propia vida y nos protegemos contra todas las amenazas que nos vienen de fuera. Claro que, finalmente, las protecciones son vanas, pues la muerte siempre acaba triunfante. Pero podemos pasarnos toda nuestra vida como esclavos de nuestro miedo a la muerte, y no sólo eso: el miedo a la muerte nos puede llevar a hacer esclavos a los demás, sometiéndolos a nuestras aspiraciones de seguridad.
Pero tal vez la ética no es una chica tan ingenua y bella como nos la presentan ni el poder es tan malo. Tal vez las cantinas son menos antros que la casa de la ética. Quizás la gran lucha no es contra el mundo, sino contra nuestras ilusiones, contra los ideales que acaban por convertirnos en resentidos. Puede que la ética y la verdadera santidad empiecen allí donde termina la moral, y siempre más allá del bien y del mal. Es lo que tenemos que ver.
1. DEFINICIÓN RADICAL DE PODER
¿Qué es el poder? ¿Una fuerza telúrica, una pulsión, un arquetipo? ¿La vida misma haciéndose y deshaciéndose en multitud de formas? ¿Un universo que, para los románticos es un vasto juego de luces y, para los físicos, una increíble y devastadora central nuclear que explosiona sin cesar? ¿La posibilidad de crear mundos y valores nuevos? Hasta hace muy poco creíamos que los seres humanos éramos los únicos animales que matábamos y ejercíamos nuestro poder sin ninguna necesidad de supervivencia. Hoy sabemos que tampoco esto nos distingue. Los chimpancés pigmeos pueden hacer la guerra y matar sin necesidad a otros grupos de su especie. ¿Hay alguna diferencia entre el poder animal y el poder humano? (2) Son cuestiones centrales en biología, sociología, antropología y psicología, y también para el poeta y el artista. ¿Qué puede decirnos de ellas el filósofo?
En muchas filosofías el poder es una propiedad individual. Se define en términos de intención o voluntad como la capacidad de lograr resultados deseados e intentados. En otras, el poder es ante todo conceptuado como una propiedad de la sociedad o de la comunidad social. Foucault rechaza la idea de un poder central (como la araña en medio de una tela de funcionarios y de agentes de propaganda). Su originalidad consiste en reemplazarla por la idea de que el ejercicio del poder se encuentra en todas partes y en ninguna; más presente allí donde no se ve: en la familia, en las universidades, en los hospitales, en las terapias, en los clubes, en las maneras como vivimos la sexualidad, etcétera. El poder atraviesa los cuerpos y se expresa en las rutinas diarias de miles de millones de personas. (3) El poder no es un discurso emitido desde lo alto de una tribuna, sino un conjunto de pautas, códigos, normas, conductas y regímenes difusos y producidos de manera autónoma en todas las instituciones cuya eficacia es mayor cuanto menos apelan a una voluntad soberana y más a la observación objetiva y a la ciencia. El mismo sujeto está creado por la microfísica del poder.
Sin embargo, la cuestión no está en pensar el poder prioritariamente desde la sociedad o desde el individuo, sino en pensarlo unitariamente. El ser humano es al mismo tiempo individual, social e histórico, y el poder, también. (4) Una teoría social que no tenga en cuenta esta unitariedad del poder probablemente se quede manca para describir alguna de sus dimensiones. Para ello puede ser interesante recurrir a Zubiri: el poder, antes de ser una propiedad de un suje-to o de las estructuras sociales, es una propiedad de toda acción humana. (5) Llamo acción a una estructura de actos sensitivos (percepciones), afectivos (emociones) y volitivos (deseos) que en toda su gran diversidad coinciden en algo que, por ser tan simple y obvio, es muy difícil de ver: su apertura a algo otro. Justamente porque en cada acto hay algo que se me presenta como otro distinto al acto mismo en que lo siento —el dolor de mi muela en mi acto sensitivo, la ecuación en mi acto reflexivo, la alegría en mi acto afectivo—, hay un poder primario de la alteridad en el acto más nimio que realicemos. Pero este poder no nos encadena como si fuera un mero estímulo, sino que