Jordi Corominas

Ética, hermenéutica y política


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se requiere atender al concepto hegeliano de “negatividad”. La negatividad es el alma del proceso dialéctico, y la dialéctica considera que la negatividad es inherente al contenido de las experiencias humanas. Puede que la siguiente cita ayude a aclarar más este punto:

      Pero ¿cómo conciliar la historia acontecida durante el siglo XX con la filosofía de la historia de Hegel? La cuestión es compleja, ya que los acontecimientos bélicos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial ponen límites a la capacidad de pensar dialécticamente el problema del mal. Resulta asombroso ver cómo los nazis llevaban a los judíos a los campos de concentración, así como sorprende el uso de las bombas atómicas en Japón. Probablemente no sean los únicos ejemplos posibles, pero las catástrofes allí acontecidas desbordan la capacidad de comprensión, al punto de que algunos intelectuales del periodo de posguerra optaron por guardar silencio. No obstante, de las distinciones conceptuales previamente proporcionadas por Leibniz y luego continuadas por Kant se puede indicar que el tipo de mal allí acontecido fue el mal moral.

      Siguiendo a Nietzsche, la interpretación cristiana del mundo le otorgaba un sentido a la existencia humana, de manera tal que el devenir y la contingencia encontraban algún tipo de justificación. Lo mismo aplicaba para el problema del mal, pues, ¿qué es la teodicea sino un intento de justificación del mal y del sufrimiento como medios dispuestos por el Creador, pero que bajo la ilusión de la óptica moral del mundo prometía una redención? Empero, si Dios ha muerto, entonces no hay redención posible en un trasmundo en el que el virtuoso, en sentido kantiano, alcance la felicidad. Esta situación nos conduce a una situación problemática de la existencia humana, ya que el mal puede aparecer como un simple sinsentido.

      Después de la Segunda Guerra Mundial algunos filósofos pensaron que era un deber de la filosofía el abordaje del problema del mal mediante la problematización de la filosofía de la historia de la modernidad y de la Ilustración. Max Horkheimer y Theodor Adorno, quienes conformaron la Teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, escribieron la Dialéctica del Iluminismo. En este texto ambos indican que:

      Es decir, si el proyecto filosófico de la modernidad consistió en liberar al hombre de sus miedos y encaminarlo en un proceso civilizatorio, ¿cómo ha sido posible que en lugar de actualizar tales potencias liberadoras la humanidad haya devenido en una nueva etapa de barbarie?

      La respuesta ya estaba prefigurada en el seno del idealismo alemán. Tanto en Fichte como en Schelling se encuentran elementos para reflexionar en torno a las condiciones de posibilidad de la barbarie acontecida en los campos de concentración y en las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. En efecto, por un lado está la aplicación de la ciencia y la tecnología sin el más mínimo acto de juicio moral, y, por el otro lado, está la capacidad de poner la infraestructura tecnológica que fue diseñada racionalmente para exterminar al enemigo.

      Tales condiciones, aunadas a un sinsentido existencial, conducen, por decirlo de alguna manera, a la “condición de arrojado” que plantea M. Heidegger en Ser y tiempo. Algunos consideran que la figura de Heidegger no es la más apropiada para abordar este tema debido a su filiación con el nacional–socialismo. Empero, podemos separar la obra escrita de la vida fáctica del autor y valorar así lo que este filósofo nos dice en esta obra suya.

      En el marco de la analítica existencial Heidegger describe con el método fenomenológico–hermenéutico lo que a su juicio constituye las estructuras de la vida cotidiana en el siglo XX. A pesar de la aparente distancia que nos separa del libro en cuestión, aunado al temple anímico que se refugia en la sociedad de masas para acceder a un sentimiento de seguridad ante la vida, Heidegger problematiza tales estructuras y nos conduce a un punto probablemente decisivo, a saber, el reconocimiento de que la existencia humana no tiene una esencia que la defina, sino que su existencia es un proyecto abierto, y que no hay un fundamento metafísico que le proporcione un sentimiento de seguridad ante los males de la vida. Así, Heidegger señala sobre la existencia humana lo siguiente:

      Esta cita nos muestra con relativa claridad el carácter de existencia abierta del Dasein (existencia humana). Si el ser humano no tiene esencia, sino existencia, entonces el problema del mal es inherente a las posibilidades del hombre en cuanto poder–ser. Quizá en la era contemporánea nos encontramos ante el final de la teodicea, pero reconociendo, junto con Leibniz, Kant y Fichte, que la mayor fuente del mal no proviene de la naturaleza, sino del mal moral.

      Por todo lo anterior, el problema del mal no sólo constituye un desafío para el pensar filosófico, sino que además nos coloca en la posición de cuestionarnos cómo lograr una mayor capacidad para juzgar en términos éticos; pues si el mal moral depende de la voluntad, entonces ya Fichte establecía la necesidad de lograr un progreso moral como necesario complemento del desarrollo científico–tecnológico. Sin un desarrollo paralelo, en efecto, se corre el riesgo de repetir las barbaries ya acontecidas con otros actores y otras víctimas. Pero el problema sigue siendo inherente a la condición humana y aún es un reto el educar éticamente a nuestra especie.

      BIBLIOGRAFÍA