Carlos Lazcano Sahagún

Kino en California


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presentes en su obra evangelizadora.

      El trato cotidiano con afabilidad y la admiración gozosa de los detalles que son indicadores de la aceptación de la misión en los que Kino encuentra consuelo, deja ver la ternura de quien se siente un verdadero padre. Esta virtud es descrita por el padre Juan Antonio Baltazar como la agradable afabilidad que mostraba a aquellos bárbaros, del tierno sincero cariño con que les trataba y del amor que les descubría

      Tal relación le permitía ver verdad en ellos, por lo que se afanó como un hombre conciliador y de paz. La defensa de lo justo y verdadero serían el aval por lo que habrían de creer en su palabra. Si bien el marco de referencia sobre derechos humanos no se tenía como tal, pero si un fundamento más profundo, como lo es su concepto de dignidad humana basada en el reconocimiento de los otros como hijos de Dios. Su profetismo ante los abusos con los indios cometidos por los españoles es ejercido mediante la denuncia clara y contundente, aunque eso le acarree incomprensiones y rechazos. Abogar por los indígenas es una clara demostración de la prioridad del misionero, lo que se le retribuyó en confianza y consolidación en la misión.

      Momento muy significativo y de reivindicación de que “ha quemado las barcas” en pro de la misión lo será la profesión de sus últimos votos como jesuita, que incluye además de la vivencia los tres consejos evangélicos, la especial obediencia al Sumo Pontífice, acerca de las misiones según se contiene en las cartas apostólicas y las constituciones. Tal promesa hecha en el día de la Asunción, fortalece en un contexto de crisis ante la escasez de comida, enfermedades y ánimos apocados, una grande convicción de no vivir de la improvisada respuesta a las circunstancias basadas en la mundanidad o deseo pragmático del fruto inmediato. Y como le escribe el padre Chales de Noyele, prepósito general, con ocasión de los votos: la misión ahora es estimulada no solo por su ardiente celo, sino también por esta nueva obligación de comportarse con un verdadero espíritu apostólico es decir bajo la consigna de que él es un enviado. Se sabe colaborador de una obra más grande, en la que su trabajo es un eslabón que habría de fortalecer. De seguro seguía latiendo aquella primera promesa de misionar en Asia, a la que hay que dar cumplimiento a través del apoyo para que se desarrollen condiciones que faciliten la comunicación entre este continente y el otro, tal era el caso de encontrar un camino viable a la bahía Magdalena del lado del Pacífico, solo así entenderemos su terca esperanza, pues sabemos que tan a pecho se había tomado la promesa reivindicada ahora en su cuarto voto.

      Me viene a la mente aquella verdad: la cadena es tan fuerte como el eslabón más débil. Su empeño en ponerse del lado de los más pobres y débiles obedece muy bien a esta lógica con el fin de que no se ponga en duda la continuidad de la misión. La fortaleza no radicaría en las armas, los aprovisionamientos, la prosperidad material inmediata, sino en la confianza y en el testimonio de que los naturales en ella encuentran vida, vida en abundancia. Su mirada contrasta esta utopía evangélica con lo que va encontrando y describe con abundantes detalles de todo género, sea respecto a los naturales como a su entorno. En su optimismo no dejaba pasar de registrar la cantidad de almas que poblaban cada ranchería así como su carácter: Pero la perla y margarita más preciosa que hay en estas sierras es la mansedumbre, docilidad, paz y apacibilidad… de la gente de buenos gestos. Una mirada así se empeña en contar con ese valor a la hora de inventariar el capital requerido para la misión, así como los logros obtenidos en California, que serían de mucho bien para los de oriente. “Mies madura” le llega a llamar Kino a las conversiones logradas.

      El valor de la solidaridad, presente en los indígenas, sería el garante que amalgame el eslabón débil, pues ante la disyuntiva de abandonar la misión o salvar su propia vida, Kino ve la solución en los mismos pueblos, y llega a formular la propuesta de reforzar la comunicación entre las costas de Sinaloa, Mayo y Yaqui con las costas de California a fin de trabajar las tierras con personal de ambos lugares y así ejercer una labor subsidiaria para socorrer a los más pobres; valores que la enseñanza social de la Iglesia los considera como principios para un desarrollo justo y en paz. Ampliar la mirada hacia otros horizontes es una razón de peso para no quedarse en la versión del fracaso. La mente en el oriente no le permite abandonar esta empresa y encuentra fundamentos suficientes en el testimonio de otros exploradores. Obviamente no estamos ante un aferramiento o soberbia de Kino, sino ante una osadía de quien se deja conducir por el Espíritu y demostrar con el tiempo y con procesos constantes y cuidados el poder de autonomía que tendrían dichas misiones.

      Es de agradecer en esta obra la presentación de Kino y su trabajo como la génesis de una nueva cultura, no tratándosele como a un personaje solitario y que a motu proprio se decidió realizar esta empresa, sino como a un hombre que sabía trabajar en equipo y que tenía en gran aprecio la amistad, así como los naturales le reconocían. También en gran estima le tuvieron algunos compañeros suyos a quienes persuadió de colaborar en la misión entre los californios y la base de ello fue el ofrecimiento de su amistad. Su honestidad, transparencia, empeño y otras virtudes también le ganaron el respeto y el reconocimiento de su autoridad en el lugar de la misión.

      Podremos descubrir en la lectura de estos textos, la documentación cartográfica y los testimonios a favor y en contra, el modelo peculiar de las misiones emprendidas por los jesuitas y el aporte del carisma de Eusebio Francisco Kino y compañeros que vieron en la cooperación entre los pueblos de Sonora: misiones yaquis y pimalteñas, la solución a la viabilidad del proyecto en California.

      Recientemente la Congregación para las Causas de los Santos en su decreto de venerabilidad de nuestro personaje destaca después de sus notas biográficas cómo vivió las virtudes evangélicas en grado heróico: evangelizó California, donde adquirió un profundo conocimiento de la población indígena, que se benefició de la enseñanza y de las técnicas de cría de ganado y algunos cultivos, y gracias a esta contribución del Siervo de Dios logró defenderse de abusos de los soldados españoles. Enfatizo del texto de promulgación el término de profundo conocimiento en su sentido teologal que se logra con base en el amor que se experimenta y entrega a las personas conocidas, que es donde radica el respeto a la dignidad humana. Su opción por lograr el empoderamiento y la autonomía de sujetos en los pueblos indígenas fue el camino elegido por Kino para su propia santificación, intentó vivir en todo como ellos, poniendo a su servicio lo que tenía: sus energías y habilidades intelectuales para defender la dignidad de los nativos y promover su bien. Y así no dejaba de intervenir convincentemente y muchas veces para defender a los nativos, sus derechos y su dignidad, hacia quienes su servicio se caracterizó por la denuncia y la contestación del abuso de los españoles…

      De la misión en la Pimería Alta, destaca como virtud las excelentes relaciones con los pueblos indígenas, aspecto que le acarreó incluso enemistades con los españoles que tenían otros intereses, pues su defensa de los nativos se basaba en el reconocimiento de ellos como nuestros hermanos en Cristo. Los peregrinos, especialmente los indígenas que lo visitan siguen reconociendo en él al Siervo de Dios como “gran padre”, su más tierno y amoroso padre.

      A la raíz de esta heroicidad están las virtudes de la fe, que se alimenta de la oración, especialmente en la adoración nocturna, la recitación del breviario y la lectura de vida de santos. Su esperanza se destaca por la confianza en la providencia divina a quien le reconoce su intervención como los favores celestiales y su caridad, misma que se manifestó en una intensa actividad misionera en un territorio caracterizado por la complejidad de las situaciones políticas. Unido a ello está el espíritu de pobreza con la que se identificó con el Maestro, no teniendo donde reclinar su cabeza más que la silla de caballo como almohada, un par de pieles y mantas ásperas como cobijo, por lo que el “olor a oveja” le era demasiado familiar; los suyos lo reconocían como tal, alguien cercano, amable y en quien se podía confiar. Así le era fácil desprenderse de humanas ambiciones y tener mayor entrega a los pobres, sus prójimos en pleno sentido evangélico. La promulgación lo define como: columna de la nueva Iglesia, consejero y defensor de los pobres, ejemplo, modelo y ánimo para todos los que conoció. Y efectivamente así es para nosotros.

      Sirva esta gran obra de Carlos Lazcano Sahagún como una mojonera actual y a la mano de las nuevas generaciones, que nos ponga en diálogo para comprender al misionero en su época, como lo ha dicho su coautor,