mentalmente Stiopa,"no me entra en la cabeza."
No llegó a sufrir mucho Stiopa y marcó el número telefónico de Rimski el director de finanzas del Variedades. La situación de Stiopa era delicada. En primer lugar el extranjero podía ofenderse de que Stiopa verificara el contrato luego de habérselo mostrado y hablar con Rimski era difícil. En verdad, no se le podía decir "¿firmé ayer un contrato con un profesor de magia negra por treinta y cinco mil rublos?". No servía preguntar así.
—Sí —se escuchó la voz cortante y desagradable de Rimski. —Buenos días, Grigori Danílovich —pronunció Stiopa en voz baja—, es Lijodéyev. Tengo un asunto...junto a mí está, ése... artista Voland..., bueno, quisiera preguntarle sobre el día de ayer.
—Ah, el mago negro —respondió Rimski—. Los carteles estarán enseguida.
—Ah —dijo Stiopa con voz débil—, hasta luego...
—¿Usted vendrá pronto?
—Dentro de media hora —contestó Stiopa, colgó el teléfono y se apretó con las manos la cabeza ardiente. En lo que había parado aquel mal asunto. ¿Qué estaba sucediendo con su memoria?
Permanecer más tiempo en el vestíbulo no era apropiado y Stiopa se trazó de inmediato un plan: ocultar de todas las formas posibles su increíble olvido y lo primero era preguntarle con astucia al extranjero qué se proponía mostrar ese día en el Variedades.
Sdopa se puso de espalda al teléfono y en el espejo del vestíbulo, no limpiado hacía tiempo por la haragana Grunia, vio a un extraño sujeto, largo como una pértiga y con quevedos (ah, si allí hubiese estado Iván Nikoláievich, lo hubiese reconocido en el acto), que se reflejó un instante y enseguida desapareció. Alarmado, Stiopa observó con más cuidado el vestíbulo y, por segunda vez, sufrió otro sobresalto. Esta vez un enorme gato negro pasó por el espejo y también desapareció.
A Stiopa se le aceleró el corazón y estuvo a punto de desplomarse.
"¿Qué es esto? ¿Me estaré volviendo loco?", pensó, observó el vestíbulo y asustado gritó:
—Grunia, ¿de dónde salió ese gato? ¿Quién más está aquí? —No se preocupe Stepán Bogdánovich —respondió desde la cocina una voz que no era de Grunia, sino del huésped—. Ese gato es mío. No se ponga nervioso. A Grunia la envié a Voronezh.(31) Se quejaba de que usted le quitaba sus vacaciones.
Tan inesperadas y absurdas eran aquellas palabras que Stiopa pensó que no había escuchado bien. Completamente turbado corrió al dormitorio y se detuvo en la puerta. Se le erizó el cabello y en su frente aparecieron pequeñas gotas de sudor.
En el dormitorio, el huésped ya se encontraba acompañado. En un segundo sillón se hallaba sentado el mismo tipo que apareció en el vestíbulo. Ahora se le podía ver claramente el bigote como plumitas, a los quevedos les faltaba un cristal y el otro brillaba. Sin embargo, en el dormitorio había cosas peores. Sobre el edredón de la joyera se hallaba echado, de forma distendida, alguien más, precisamente el inmenso gato negro que sostenía una copa de vodka en una pata y un tenedor en la otra con el que pinchaba una seta marinada. La luz, ya de por sí tenue en el dormitorio, se hizo más débil en los ojos de Stiopa.
"Así es como uno se vuelve loco", pensó y se agarró del marco de la puerta.
—Stepán Bogdánovich, veo que está un poco sorprendido y tembloroso —le dijo Voland a Stiopa, a quien le rechinaban los dientes—. No hay nada de qué sorprenderse. Este es mi séquito. El gato se bebió el vodka y la mano de Stiopa se deslizó por el marco.
—Mi séquito exige un lugar —prosiguió Voland—, así que alguno de nosotros sobra aquí y me parece que es precisamente usted. —Ellos, ellos —dijo con voz cabruna el hombre a cuadros, refiriéndose a Stiopa en plural—. En los últimos tiempos hacen terribles cochinadas. Se emborrachan, utilizando su posición obtienen mujeres, no hacen nada y nada pueden hacer porque no piensan en absoluto sobre lo que se les ha encomendado. Y adulan a los jefes. —Maneja un coche gratuitamente a cuenta del Estado —chismeó el gato mientras tragaba una seta.
Entonces, tuvo lugar la cuarta y última aparición en el departamento, cuando Stiopa se resbaló hacia el suelo y sus manos sin fuerza se arañaron con el marco de la puerta.
Directamente, desde el espejo del vestíbulo, surgió un hombre pequeñito, pero muy ancho de hombros, con un bombín en la cabeza, un colmillo saliendo de la boca, de fisonomía deforme e increíblemente canallesca. Además, su cabello era rojo como el fuego. —Yo —dijo el nuevo sujeto— no comprendo cómo él llegó a ser director —el pelirrojo hablaba con voz cada vez más gangosa—, es tan director como yo prelado.
—Tú no te pareces a un prelado, Azazelo —observó el gato mientras se servía salchichas en un plato.
—Eso digo yo —gangueó el pelirrojo y añadió volviéndose respetuosamente hacia Voland—; ¿me permite Messir(32) arrojarlo de Moscú, bien lejos, a todos los diablos?
—Zape —chilló el gato y sus pelos se pusieron de punta.
El dormitorio giró en torno a Stiopa, que se golpeó la cabeza con el marco de la puerta y, mientras perdía el conocimiento pensó: "Me muero".
Pero no murió. Al abrir ligeramente los ojos se vio a sí mismo sentado en un banco alrededor del cual había ruidos. Cuando abrió los ojos como es necesario, comprendió que era el sonido del mar y, sobre todo, las olas llegaban casi hasta sus propias piernas. En definitiva, estaba sentado al final de un muelle, sobre él brillaba el cielo y a sus espaldas se veía una blanca ciudad en las colinas.
No sabiendo cómo actuar en tal situación, se levantó con piernas temblorosas y, por el muelle, se dirigió a la rivera.
En el muelle estaba parado un hombre que filmaba y escupía en el mar. Miró a Stiopa con ojos fieros y dejó de escupir.
Stiopa hizo la siguiente cosa: se arrodilló frente al desconocido fumador y le preguntó:
—Le suplico, dígame, ¿qué ciudad es esta?
—Vaya hombre —dijo el desalmado fumador.
—No soy un borracho —dijo Stiopa con voz ronca—, algo me sucedió... Estoy enfermo... ¿Dónde estoy? ¿Qué ciudad es esta? —Yalta.
Stiopa suspiró suavemente, se derrumbó hacia un costado y la cabeza golpeó contra las calientes piedras del muelle. Perdió el conocimiento.
Capítulo 8
Duelo entre el profesor y el poeta
Al mismo tiempo que Stiopa, cerca de las once y media de la mañana, perdía el conocimiento en Yalta, a Iván Nikoláievich Desamparado le volvió, luego de un profundo y prolongado sueño. Un rato estuvo pensando cómo había llegado a una habitación desconocida de paredes blancas, sorprendente mesa de noche de brillante metal y cortina blanca, detrás de la cual se sentía el sol.
Moviendo la cabeza, se convenció de que no le dolía y recordó que se hallaba en una clínica. Este pensamiento le trajo el recuerdo de la pérdida de Berlioz, pero hoy, no le produjo una fuerte conmoción. Al despertar, se hallaba más tranquilo y comenzó a reflexionar con claridad. Inmóvil, acostado en la limpia, suave y cómoda cama de muelles, vio un timbre junto a él. Por la costumbre de tocar las cosas sin necesidad, Iván lo oprimió. Esperaba algún sonido o aparición después de tocarlo, pero sucedió otra cosa totalmente diferente.
En los pies de la cama de Iván se encendió un cilindro color mate en el cual estaba escrito Beber". Después de un corto tiempo, el cilindro comenzó a girar hasta que apareció el letrero "Mujer de la limpieza". Como es natural, se sobreentiende que el ingenioso cilindro asombró a Iván. El letrero "Mujer de la limpieza" fue sustituido por el de "Llame al Doctor".
—Um —murmuró Iván sin saber qué hacer con el cilindro, pero, casualmente, tuvo