que devino de los cambios administrativos que la Corona española impuso en América. Para ello, puntualizaremos tres aspectos de interés que convierten a un emisario real español en un viajero ilustrado de corte borbónico, como es el caso de Rafael Llobet y Litiery.
El viaje
No todo desplazamiento terrestre constituye un viaje ni toda figura que represente una autoridad de corte administrativo es un ilustrado, aunque en su desplazamiento haya generado un diario y su consecuente informe. Para que un emisario real sea considerado un viajero ilustrado la acción de desplazarse hasta los confines desconocidos debe darse continuamente y debe producir información relevante durante su observación y recorrido. Por tanto, su periplo debe darse en los términos de un hombre ilustrado (Vidal Ortega, 2019); es decir, con un espíritu liberal y crítico y con una clara convicción en el uso de la ciencia y la tecnología disponibles en su momento, con el objetivo de ordenar, clasificar y comprender al otro con miras a resolver conflictos. En este sentido, se entiende que la información que resulta de este viaje proviene de la observación directa durante el periplo ilustrado y, por tanto, se percibe como más confiable en relación a cualquier otra emitida sobre el mismo espacio.
El viajero
Gracias al reformismo borbónico, que buscaba contrarrestar los efectos de la extendida corrupción en la administración de Indias, la figura del viajero, producto de esta nueva época, se constituyó en los ojos del poder. De este modo, sus diarios e informes se tomaron como testimonios de verdad, ya que habían sido concebidos en los términos que la ley vigente contemplaba como justos; por tanto, quien firmaba los documentos o quien producía el levantamiento de datos resultaba determinante para establecer el grado de verdad que estos podían ofrecer, aunque su narración haya sido mediatizada por la subjetividad de la observación (Greenblatt, 2008). Por tanto, es posible decir que la agenda del viajero borbónico se centró en cuatro aspectos: la dimensión geográfica del territorio, lo justo, evidenciar el estado de la población y la tributación de los recursos naturales.
La observación
El viajero borbónico es, esencialmente, un militar, pero también un diplomático. Por tanto, aunque existe la noción de autoría en sus diarios e informes, estos siempre van a estar referidos o insertos en los que fueron generados antes y en los que se generarán después de su intervención. Con esta acción se deja claro algo que ya venía de mucho atrás, pero que no había adquirido una visibilidad administrativa y sistemática: el conocimiento diplomático es acumulativo y contrastable, más aún cuando se trata de administrar un territorio en conflicto. Es por ello que todo viajero de corte borbónico siempre es patrocinado y destacado desde una administración, y le corresponde un homólogo opuesto que verifique sus observaciones. Esta acción es muy interesante porque, mediante este dialogismo, se inaugura un horizonte de comprensión liminar que permite acceder a las motivaciones internas y a las fricciones sutiles que delatan siempre dobles intenciones sobre el territorio, casi siempre de índole económico, al momento de definir los paisajes y la gente que los habita.
La mirada literaria: los viajeros imaginados
Para la península de Yucatán y la Bahía de Honduras la transición del discurso administrativo-diplomático a la literatura se dio gracias a la figura del pirata, quien capturó con su seductor arquetipo las novelas de viajes desde fechas muy tempranas. Sin embargo, es gracias a una de las plumas más prolíferas del siglo XIX y XX, Emilio Salgari, que nos llegan historias fascinantes y divertidas que parten de una serie de escenarios imaginados ubicados en las costas del Caribe continental que se reconfiguran constantemente.
Es importante decir que Emilio Salgari nunca viajó a la península yucateca, lo cual lo ha excluido de la genealogía de viajeros a estas tierras, que se valora a partir del viaje práctico, pero sí les dedicó dos novelas, entre 1899 y 1901, que vale la pena retomar con el objetivo de analizar la región como un territorio de frontera. Las novelas son La reina de los caribes (Salgari, 2004) y La capitana del Yucatán (Salgari, 1990). La primera, publicada en 1901, está situada en el siglo XVII, época dorada de la piratería, y tiene como protagonista a un hombre: Emilio de Roccanera, señor de Ventimiglia, mejor conocido como el Corsario Negro, quien también protagonizó otra obra de Salgari, titulada Emilio, precuela de la que nos compete y publicada tres años antes en 1898. La segunda novela fue publicada en 1899 y tiene como protagonista a una mujer: la marquesa Dolores del Castillo, quien comanda la gloriosa nave llamada El Yucatán. Esta historia está ambientada durante la guerra hispano-estadounidense (1898), en la que el Caribe, en especial Cuba, tuvo un papel medular durante el conflicto.
En ambos textos, Yucatán y el Caribe continental tienen papeles protagónicos. En el primero, representa un espacio geoestratégico de resguardo para proscritos en transición a otras aguas; en el segundo, constituye un arquetipo del contrabando con fines políticos puesto en manos de un pirata inusual: una mujer, ya que Dolores y la tripulación de El Yucatán luchan por defender a España, su madre patria, en contra de los Estados Unidos y de los criollos cubanos que desean la independencia mediante el contrabando de armas desde Sisal con rumbo a las costas de Cuba.
Figura 3. Portadas. Izquierda: La reina de los caribes (1901); derecha: La capitana de Yucatán (1899)
La vida y obra de Emilio Salgari está plagada de contradicciones. Por un lado, produjo aproximadamente 84 novelas y una innumerable cantidad de cuentos que se ubican en lugares lejanos y exóticos y que indagan en artilugios científicos y tecnológicos que cautivan lectores jóvenes aún hasta nuestros días. Por otro lado, fue un autor perseguido por la locura, que se suicidó en la extrema pobreza, a pesar de su incansable trabajo para las editoriales Saturnino Calleja y Gahe (Luzi, 2009). En México, su trabajo fue recopilado por la Editorial Pirámide dentro de la “Colección Salgari”, pero también otras editoriales han retomado sus historias, así como las que se le han atribuido falsamente, debido a su alta demanda lectora.
Aunque La capitana del Yucatán fue publicada dos años después de La reina de los caribes, en este texto respetaremos el orden cronológico en el que están ambientadas temporalmente las novelas, puesto que en La reina de los caribes se aborda la mirada exótica sobre el paisaje de la frontera desolada en el siglo XVII y en La capitana del Yucatán se aborda la fascinación por los artefactos tecnológicos y el desarrollo científico mediante el ejercicio de transmutación y camuflaje del navío El Yucatán, durante la guerra hispano-estadounidense a finales del siglo XIX.
Entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, las novelas de aventuras, como las de Salgari, no eran ajenas a los abordajes geográficos con tintes exóticos. En ellas, el espacio narrado contiene elementos que se disponen arbitrariamente, a modo de aparador, en un paisaje que se debate entre la perspectiva empírica y la idealista. En él, las narraciones son creadas a partir de un tropo literario arquetípico que se alimenta de diversas fuentes geográficas como mapas, diarios o informes oficiales. En La reina de los caribes el protagonista es un pirata ilustrado, el Corsario Negro, quien en el capítulo X —titulado “Las costas de Yucatán”— llega gravemente herido al mar Caribe y entra a las costas yucatecas, navegando desde la bahía de Nicaragua. En esta narración el paisaje tropical es evocado con una profunda emoción, puesta en boca de un corsario que se ve sobrecogido por la belleza del paisaje desolado y de los coloridos atardeceres que en sus palabras define así:
Era un espléndido atardecer, uno de esos atardeceres que no se ven más que en las orillas del Mediterráneo o en el golfo de México.
El sol caía entre una inmensa nube de color de fuego que se reflejaba en la tranquila superficie del mar.
La brisa que soplaba de tierra llevaba hasta el puente de la nave el penetrante perfume de los cedros, ya en flor, la cristalina diafanidad de la atmósfera permitía distinguir con nitidez maravillosa las ya lejanas costas de Honduras.
No se veía ni una vela en el horizonte, ni un punto negro que indicara la presencia de chalupa (Salgari, 2004).
En esta novela, el paisaje tropical