negocio que movía la explotación forestal.
La experiencia adquirida le permitió levantar su propio aserradero, con el que amasó una considerable fortuna, sin duda apoyado en los contactos de sus redes familiares en Bermudas y Jamaica. Fundó Black River junto a Cabo Camarón, un asentamiento irritante para los españoles que, en rara ocasión, pudieron controlarlo. A partir de 1740, pactó con Jamaica volverse el centro administrativo en la costa. Los ingleses tejieron una relación interesada con los mosquitos, con quienes negociaron cercanamente. Fue nombrado, desde Jamaica, mariscal de campo, y descrito como un sujeto de carácter extraordinario que llevaba una vida frugal caracterizada por su hospitalidad. Rescató de manos zambas a una española sobreviviente del naufragio de un barco arrojado por un huracán, la acogió, la protegió y la hizo su mujer bajo bendiciones sacerdotales. El matrimonio trajo al mundo cuatro hijos, todos nacidos en Black River y oportunamente enviados a Inglaterra para su educación.
Negoció con los gobernadores españoles, quienes en ocasiones le agradecieron frenar las razias de indígenas de los zambos mosquitos. Black River fue reconocido como un lugar respetado por la Audiencia de Guatemala y los pueblos mosquitos. Los pactos acordados tenían seguridad de cumplimento. Pitt medió con mucha gente mientras vivió y su caso nos parece notorio para resaltar el modo de vida de estos hombres.
En los años 30, la arremetida española recuperó Tortuga y, más tarde, Providencia, situación que le obligó a desplazarse junto a un grupo de puritanos a territorios inmediatos del cabo Gracias a Dios y Bluefields, donde levantaron dos prósperos enclaves. Cuando los españoles volvieron a abandonar el territorio, muchos retornaron a Honduras, ya que estaban acostumbrados a la itinerancia; pero Pitt, quien aborrecía las viciosas costumbres de muchos de sus paisanos, decidió quedarse, por lo que su establecimiento prosperó. Los comerciantes de Curazao pronto lo abastecieron de africanos esclavizados y, con ello, se extendió aún más el zambaje (Dawson, 1983, pp. 677-706).
Las depredaciones de los zambos alertaron a los españoles que, adaptados al comercio inglés, secuestraban indígenas evangelizados para venderlos esclavizados a Jamaica. El intercambio de carey por armas fue normal, desde luego; como sostiene Dawson, muchos de estos ingleses asentados eran fugitivos y se hallaban protegidos por los mosquitos, pues con ellos no había restricción comercial de ningún tipo, siempre que se les retribuyese en armas y alcohol.
Las sabanas ricas en ganados, caña de azúcar, bananas y todo tipo de frutas tropicales que rodeaban Black River permitieron la prosperidad del asentamiento, que llegó a tener más de 300 esclavizados dedicados a cortar caoba y cosechar zarzaparrilla; esta última, apreciada como remedio contra las enfermedades venéreas. Los ríos cercanos estaban llenos de tortugas, ostras y manatíes que procuraban fácil alimentación. Los bosques proporcionaban maderas abundantes para mástiles y aparejos de los barcos y los palos tintóreos crecían en abundancia. Pero lo que más valoraba Pitt era su perfecta ubicación para comerciar con los españoles, criollos e indígenas del interior, con los que intercambiaba productos de ferretería y ropas inglesas por añil, cacao, mulas y algo de oro.
Según recogen los documentos, fue hombre hospitalario que ofreció siempre su mesa a cualquier persona blanca llegada, con la única condición de la decencia. Solía reunir entre 20 y 40 comensales y siempre fue considerado al gratificar a los indígenas para apartarlos de sus salvajes costumbres. También evitó que las poblaciones españolas inmediatas a sus dominios fuesen sometidas a las depredaciones y asesinatos de los zambos. Pitt acogió, en general, a cualquier europeo llegado, ya fuese por naufragio o secuestro en algún distante paraje. En realidad, el establecimiento fue una especie de espacio sagrado, un lugar que mantenía equilibrio en un complejo entorno donde convivían mosquitos, indígenas cristianizados, españoles e ingleses9.
A mediados de siglo, Black River fue punta de lanza de la penetración inglesa a la región; allí llegaba hierro en barras, ron, utensilios de hierro, sal, loza, jabón, madera para la construcción de casas, aceites, paños y telas. Los barcos se abastecían de carey, zarzaparrilla, caoba, oro, plata, mulas, algodón, cueros diversos, cacao y carne de res10. En 1749, las autoridades de Jamaica decidieron establecer en Black River la sede de una superintendencia, tiempo en el que se consolidó el rol de intermediarios de los zambos entre los ingleses y los demás habitantes del área (Von Oertzen, 1985, pp. 25-28).
Después de la muerte de Pitt, quien logró concentrar en sus manos la mayor parte del comercio fue Robert Hodgson, hijo del primer superintendente de la costa de Mosquitos, casado con Isabel Pitt, hija de William Pitt, quien lideró el enclave. Los ingleses carecieron de gobierno formal y se disgregaron en varias explotaciones forestales, particularmente en Sandy Bay, Black River y las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, lugares desde donde mantuvieron la exportación maderera a Jamaica. El coronel Hodgson, que llegó a ser el tercero en la cadena de mando de Jamaica, formaba parte de la segunda de las tres generaciones de Hodgson que residieron en la costa de Mosquitos (Bluefields, Laguna de Perlas, San Andrés y Corn Island), que fue el lugar donde siguió residiendo incluso una vez expulsados los ingleses tras el tratado de París de 1785 (Williams, 2013, pp. 237-268). Para no perder sus plazas comerciales, llegó a jurar fidelidad a Carlos III en Cartagena de Indias, ante el virrey de la Nueva Granada Caballero y Góngora11.
Gentes, barcos y tierra de nadie en un largo siglo XVIII
Durante el siglo XVIII, la rivalidad entre ambos imperios hizo que los acontecimientos bélicos se desarrollaran a lo largo del litoral del Caribe y sus islas adyacentes. Desde mediados de siglo, los británicos afianzaron su posición en el territorio con la figura de un superintendente, supervisado desde Jamaica y encargado de cuidar las relaciones con las autoridades mosquitas que habían obtenido títulos de manos del monarca inglés: rey, gobernador, almirante y generales. Los zambos e indios mosquitos habían obtenido, en el proyecto imperial inglés, como afirma Paul Lovejoy, el apelativo de soldadesca; armados por los ingleses, atacaron sistemáticamente durante toda la centuria a todas las comunidades indígenas desde el golfo de Honduras hasta Bocas del Toro en Panamá, esclavizando y matando a sangre y fuego.
Entre 1776 y 1780, la costa norte centroamericana estaba poblada por 150 blancos; otros 300 vivían en Sandy Bay. Entre todos, tendrían a su disposición unos 4.500 esclavizados; entre ellos, 100 indígenas y cerca de 10.000 zambos (Gámez, 1939). En Inglaterra, se calculaba el valor anual de este comercio en 130.000 libras anuales, con recaudo fiscal de 5.000 libras anuales, sin contar la exportación clandestina, que permitió mucho contrabando para evitar el fisco facilitado por la dispersión de los asentamientos (Gámez, 1939).
Tabla 1. Productos comerciados
Fuente: Gámez J. D. (1939). Historia de la costa de los Mosquitos. p. 111.
En su conjunto, la costa se volvió un territorio limítrofe sin aparente orden en su variada actividad extractivista. Un territorio de dispares contactos comerciales con las comunidades indígenas de tierra adentro y los pueblos españoles de las tierras altas. Se conformó, así, una frontera turbulenta debido a las razias zambas para esclavizar indígenas y exportarlos a Jamaica y América del Norte, y a las disputas entre colonos por el potencial agrario de la producción de cacao, azúcar y recursos ribereños.
Hacia 1770, las continuas guerras del Caribe y los fallidos intentos de tomar el río San Juan habían dejado en las costas un número no muy elevado de colonos británicos, la mayoría ubicados en Black River y Bluefields, aunque en continua conexión con los comerciantes del golfo de Honduras y la laguna de Términos, que venían por conchas de tortuga para complementar su comercio de maderas. Los colonos usaban el mecanismo de endeudar a los mosquitos con armas y alcohol y, de esta forma, aseguraban siempre sus mercancías; también adquirían cuantiosas cargas de cacao de Matina. En ese tiempo, el rey mosquito Jorge llegó incluso a hacer donaciones de tierra para dar estímulo a las inversiones inglesas.
En 1779, tras el grave descalabro militar inglés en la toma de río San Juan para acceder al Pacífico y romper el Imperio español por el Istmo, se