Biblioteca Virtual del Ministerio Defensa (España).
A finales del siglo XVIII, el ingeniero Antonio Portas viajó por la Mosquitia desde el cabo de Gracias a Dios hasta Bluefields y describe cómo al llegar a la laguna encontró una fragata de construcción holandesa, de 300 toneladas y una tripulación de 12 ingleses, que cargaba maderas, carey, goma y peletería con destino a Bristol. Explica también cómo Robert Hodgson, el comerciante más poderoso de este enclave, disponía de un bergantín que traficaba hacia el norte de América y dos balandras, una que iba y venía a Jamaica y otra a Cartagena de Indias7.
La ruta de la madera
Durante la segunda mitad del siglo XVII, Inglaterra se concentró en incrementar la beligerancia para incidir en las oportunidades comerciales ofrecidas por el monopolio, buscando asegurar dominios duraderos en las pequeñas Antillas. Dos compañías comerciales privadas activaron las transacciones: la Royal African Company y la West Indian Company, fundadas en 1672 y 1674 respectivamente, que fueron el inicio de las inversiones en refinerías y destilerías para obtener melaza, azúcar y ron en Jamaica, Nevis y Barbados, a la vez que impulsaron el comercio de tabaco, algodón, café, cacao, melaza, maderas tintóreas, añil y caoba. Asociadas con los portugueses en la Costa del Oro de África, adquirían esclavizados para llevar a Barbados y Nevis y distribuir en Norteamérica y el Caribe: 25.000 esclavizados fueron llevados a Barbados, 23.000 a Jamaica y 7.000 a Nevis. Durante el siglo XVII, la cifra de estos alcanzó aproximadamente 90.000; el resto, fue distribuido entre los colonos del norte y territorios de la América española (Thomas, 1998).
El viajero y escritor inglés William Dampier escribió sobre las particularidades del trabajo con los palos tintóreos; incluso, pormenoriza el funcionamiento de una compañía de tres socios escoceses: uno, llamado Price Morrice, que había vivido en la costa por varios años y poseía una piragua, embarcación ideal para moverse por el litoral y sus ríos; los otros dos, Mr. Duncan Campbell y Mr. George, educados como comerciantes y a quienes no les gustaba ni el lugar ni el empleo, por lo que esperaban la oportunidad para viajar en el primer barco posible. Cuando arribó el capitán Hall, proveniente de Boston, hubo acuerdo y fletaron un barco de 40 toneladas para Norteamérica (Dampier, 2003, pp. 209-11).
Desde 1680 en adelante, los asentamientos madereros de Yucatán y la Mosquitia se dedicaron de firme al comercio ilícito, iniciando la tala sistemática de maderas tintóreas para la industria lanera. La caoba se usó en la construcción naval y, a finales del siglo XVIII, se puso de moda en la industria del mueble. La mano de obra esclavizada fue indispensable para esta actividad (Williams, 2013, pp. 121-141).
Muchos curtidos bucaneros vieron la oportunidad de dejar el mar, sobre todo ahora que la armada de Barlovento perseguía con dureza la rapiña de corsarios y piratas, y se dedicaron a la piratería forestal, buscando maderas como el cedro y la caoba. En diciembre, al finalizar la temporada de lluvias, los ojeadores identificaban lugares en la selva, en las cercanías de algún arroyo, para transportar las maderas aguas abajo y que su ubicación no distase mucho de un campamento base. La tala de la madera se producía en la estación seca y se extendía hasta el mes de abril.
Los esclavizados eran comprados en las playas a comerciantes venidos de Curazao y Jamaica. Eran utilizados en el transporte y trabajaban en cuadrillas; la dureza de la labor les impulsaba con desespero a correr el riesgo de escapar hacia la parte española para conseguir su libertad, llevando consigo valiosa y estratégica información de los asentamientos costeros (Restall, 2014, pp. 381-419). Las cuadrillas eran complementadas con zambos contratados, considerados magníficos leñadores, y algunos indígenas que apoyaban la agricultura para el abasto de los campamentos. La madera era cortada en cuadrados y estampaban sus nombres para marcarla; luego, la flotaban en un río y esperaban la temporada de lluvias para deslizarla hacia la costa con la subida del cauce. En las desembocaduras esperaban buques; una vez cargadas sus bodegas, zarpaban a Inglaterra o a las colonias del norte.
La piratería forestal se hacía descaradamente frente a españoles e indígenas: expoliaron la madera con la consciencia de que los bosques no pertenecían a nadie y que eran más abundantes de lo que los nativos necesitaban para vivir (Cervera, 2019, pp. 77-98). Estos hombres urdieron, sin someterse a legalidad alguna, un complejo sistema comercial que involucraba reclamos de tierra, negreros, propietarios de esclavos, capitanes, marineros, esclavizados y agentes en Inglaterra para vender y distribuir. La prosperidad del Atlántico inglés, durante el siglo XVIII, esclarece la expansión del comercio de maderas como la caoba, el cedro o el roble, muy demandadas en Europa por la necesidad de sus industrias, la construcción y los nuevos patrones consumistas formulados por la Revolución Industrial.
Desde mediados del siglo XVIII, la caoba despojada de los bosques del Caribe marcó el estándar de calidad en la industria maderera mundial. En primer lugar, los ingleses la extrajeron de Jamaica y demás colonias antillanas; una vez devastados estos bosques, los madereros miraron hacia las costas de América Central, en especial la bahía de Honduras, la península de Yucatán y la costa Mosquitia, periferias lejanas del Imperio español con inmensas selvas.
En 1780, el labrador y residente en Providencia Francisco Archibol, en declaración ante marinos españoles que reconocían las islas para comprobar la ejecución del desalojo británico acordado en la paz de París de 1785, reclamaba amargamente contener las libertades que se tomaban las embarcaciones de Jamaica con la tala indiscriminada de caoba, cedro y otras maderas que producía la isla8.
La extracción, el corte y el transporte fueron hechos, en su mayoría, por esclavizados afrocaribeños que cortaban la madera en troncos, tablones y planchas. En dos puntos clave se apoyaba este áspero comercio: en el primero, los cortadores debían disponer de numerosos esclavizados para talar y conducir las maderas; en el segundo, debían tener un agente ágil y de confianza que dirigiese las cargas y supervisara el viaje, que solía durar 30 días, y que después debía planificar el retorno de los buques para que el largo y trabajoso proceso fuera ejecutado en los tiempos debidos. Los barcos solían recalar en Jamaica o en alguna otra colonia de las Indias Occidentales; transportaban pasajeros e, incluso, en alguna ocasión, regimientos militares desplazados de una a otra isla.
William Pitt, la costa de los Mosquitos y Black Rivers
Desde los años 30 del siglo XVII, una red de agentes ingleses levantó pequeños ranchos entre el río Walix y la laguna de Términos, dando paso a una nueva era de piratería forestal y al contrabando en el Caribe occidental. La caoba, el cedro y los palos tintóreos vendidos a Inglaterra y sus colonias articularon rápidamente una cooperación comercial multilateral, universalmente beneficiosa. En las costas del Reino de Guatemala —es decir, entre golfo Dulce y Bluefields— también erigieron asentamientos similares.
Durante el siglo XVIII, estos lugares abrieron canales de información que consolidaron a Jamaica como la base principal del Caribe de habla inglesa. Los británicos asumían que todas las sociedades tenían una autoridad máxima, que recaía en un solo individuo, e insistían en hacer alianza con la persona que pensaban era líder o con la que ellos designaban para estar al mando, responsabilizando al grupo cuando se negaban a asumir dicha alianza (González, 2008).
En la primera mitad del siglo XVIII, William Pitt gestionó el enclave forestal más destacado de la Mosquitia; ejemplo perfecto de agente comercial en las franjas imperiales, un personaje que auspició una sociedad de intereses económicos trenzados, que propició el crecimiento de la zona, logrando un equilibrio que superó barreras políticas y administrativas al tiempo que garantizó su sostenibilidad.
La fortuna y las conexiones de los Pitt tuvieron su origen en el gobierno de su tatarabuelo Thomas Diamond Pitt, en Madrás, entre 1700 y 1709, quien, siendo gobernador de Jamaica, en 1716, obtuvo representación en el parlamento inglés. Su tío abuelo, Thomas Pitt, fue capitán general de las islas de Barlovento en 1728 (Zacek, 2010) y su abuelo fue gobernador de las Bermudas en los años 20 del siglo XVIII. Toda la familia se dedicó al comercio marítimo, por lo que no era de extrañar que siendo Pitt aún adolescente le confiaran un barco que, por juventud e inexperiencia,