Raúl Román Romero

Desde otros Caribes


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reino independiente (Offen, 2008, pp. 1-36), y, después, de manera oficial, con Inglaterra a través de Jamaica.

      En 1630, tras la aprobación del almirantazgo en Londres, se organizó una compañía puritana con interés en establecer plantaciones, tomando como base Providencia y Bermuda, pero con intención de explotar la costa de América Central (Sorsby, 1982, pp. 69-76; Solorzano, 1992, pp. 41-60). Las islas recibían asiduas visitas de piratas holandeses de Curazao, que navegaban la región desde antes de la llegada inglesa. Entre ellos destacó el holandés Abraham Blauveldt, quien como intermediario facilitó los contactos y las relaciones entre los recién llegados y los pueblos nativos del litoral continental (García, 2002, pp. 441-462).

      Cuando Providencia fue recuperada por los españoles en 1641, los colonos decidieron trasladarse a la costa de Mosquitos, lejos de los puertos españoles; algunos eran prófugos de la justicia y otros estaban unidos sentimentalmente a mujeres nativas. Los mosquitos negociaron con los ingleses todo tipo de acuerdos, como formar parte de las expediciones para cortar maderas o embarcarse en las correrías piratas por ser excelentes marineros y expertos pescadores de tortugas y manatíes. Proveyeron, desde entonces, el abasto de los asentamientos y los barcos madereros (Offen, 2002, pp. 319-372).

      Desde 1679, la diplomacia española acogió el derecho adquirido de estos hombres enraizados que sostenían prósperos enclaves madereros. En 1730, destacaban tres colonias organizadas con autoridades propias: Black Rivers, Cabo de Gracias y Bluefields. Los tratados de París (1763) y de Versalles (1783) reconocieron los enclaves del golfo de Honduras, nunca derogados por la monarquía hispánica, a pesar de las arremetidas bélicas desde el virreinato de Nueva España y la capitanía General de Guatemala (Reichel, 2013; Conover, 2016, pp. 91-133). Incluso, se extendieron los derechos en la convención de 1786.

      Entendemos el Caribe occidental como un territorio marítimo articulado por encadenamientos transimperiales y transfronterizos más allá de cualquier regulación. Conexiones que acoplaron circuitos interregionales y vincularon regiones distantes, a menudo eludiendo los centros metropolitanos, pero afectando sus aconteceres políticos, económicos y sociales. No debemos entender este territorio sin contemplarlo como un nodo de interacción transimperial.

      La piratería forestal desempeñó un papel crucial en la integración de las regiones interiores a los procesos atlánticos y fue una actividad que forjó vínculos de larga duración entre sujetos de múltiples procedencias y mezclas culturales que cristalizaron en redes comerciales independientes. Más allá de su ubicación estratégica, el Caribe occidental fue un escenario que propició la interacción y diversidad de los agentes comerciales. Territorio de escasa población y periferia colonial que padeció largas disputas, un espacio fluido donde los imperios se disputaban la soberanía en negociación con grupos nativos (Prado, 2019, pp. 1-25; Bassi, 2017; Rupert, 2019).

      De las islas al continente: la llegada de los primeros hombres

      En enero de 1620, un minero de la Nueva España llamado Diego Mercado despachó un navío de aviso desde Veracruz, enviando una propuesta para tomar militarmente las islas Bermudas como fórmula de protección del comercio del Perú y la Nueva España. Su propuesta se basaba en la información encargada al piloto flamenco Simón Zacarías, conocedor de las islas, para demostrar el daño que dicho archipiélago ocasionaba a la Carrera de Indias.

      La gente que vive en las islas es muy viciosa y vive de embriagarse y lo hacen muy a menudo y cuando alcanzan vino de España que lo apetecen muchísimo. Más de la mitad de la gente de la isla, están en ella como forzados y desterrados por delitos en Inglaterra y desean por momentos la libertad (Archivo General de Indias, 7 de enero 1620, Indiferente General 1526, n.o 17).

      De sus arrecifes y playas sacaban ámbar y perlas de valor escaso. Ahora bien, el centro de su interés fue el negocio con traficantes, con los que realizaban operaciones comerciales comprando géneros del pillaje piráticos a cambio de bastimentos y mercancías baratas (por su carácter ilícito). Como puerto de resguardo, fue lugar estratégico para asaltar barcos incautos que navegaban entre las Antillas y las costas de Yucatán, y desde Bermudas hasta el eje portuario Cartagena-Portobello.

      Entre soldados y artilleros había 700 hombres y, añadiendo niños, mujeres y ancianos, todos sumaban 2.000 personas, en su mayoría ingleses, pero también había un nutrido grupo de comerciantes judíos y calvinistas flamencos: “Los más son forajidos […], todos desean por cualquier medio la libertad” (Relación de las islas de las Bermudas, p. 4). Su fundación fue espontánea, no planificada por la monarquía, sino por mercaderes aventureros que, incluso, designaban sus propios gobernadores encargados de cobrar derechos a las mercancías enviadas a los armadores de Inglaterra y otros lugares. Especialmente, compraban cueros y tabaco, por entonces muy demandados en el mercado británico.

      Los habitantes de las Bermudas desempeñaron el rol crucial de favorecedores del comercio oceánico transimperial. Desplegaron estrategias para crear sólidas redes de familiares extendidas en el mundo Atlántico, ubicadas en diferentes puertos, donde asentaban su residencia y canalizaban transacciones entre parientes y paisanos, acomodando mecanismos sostenidos sobre la seguridad y reciprocidad mutua. Fueron clanes de marineros complejamente entrelazados que engrasaron la maquinaria del comercio transoceánico (Jarvis, 2010).

      Figura 1. Plano de la Bermuda y sus arrecifes, levantado por los buques Yngleses de la estación, rectificado por el comandante de la Fragata de Guerra Francesa la Hermione en su pérdida sobre el bajo A; copiado por el comandante Pavia de la de S. M. C. Esperanza. 1840

      Fuente: Biblioteca Virtual Ministerio de Defensa (España). Plano de la Bermuda y sus arrecifes [MN- 14-B-5].

      De las Bermudas a Yucatán y la Mosquitia. Maderas y contrabando

      Durante el siglo XVI, los Habsburgo intentaron evitar que en el comercio americano participaran sus rivales; sin embargo, superadas las dificultades técnicas de navegación, los franceses primero y, luego, holandeses e ingleses, navegaron con asiduidad por el mar Caribe a finales del siglo. Desde el norte de La Española, e incluso Cuba, desarrollaron un expedito comercio de cooperación ilícita. Del mismo modo, numerosos grupos de contrabandistas se extendieron por las costas de la tierra firme, en concreto desde Margarita, Trinidad y, sobre todo, la península de Araya. La sal y el tabaco fueron los primeros reclamos comerciales por los que ingleses y holandeses mostraron interés (Naranjo, 2017).

      Los impedimentos españoles a todo comercio por fuera del monopolio llevaron a los europeos a pensar en sus colonias y procurar su desarrollo agrario, sobre todo entre 1625 y 1650, tiempo en que el contrabando fue virulentamente perseguido. Los ingleses impulsaron con fuerza el cultivo de tabaco en Virginia, Saint Christopher, Barbados y otras pequeñas Antillas. Igualmente, los franceses tomaron Martinica, Guadalupe y Santa Cruz, y los holandeses se instalaron en Curazao, Aruba, Bonaire y San Eustaquio (Klooster, 2014, pp. 141-180).

      En 1629, la Providence Company colonizó en el Caribe occidental el archipiélago de Providencia, San Andrés y Santa Catalina,