obligó a los súbditos ingleses a desalojar las costas centroamericanas y sus islas adyacentes, salvo el río Walix (Toussaint, 2004). En definitiva, los intereses imperiales británicos no lograron su objetivo, al despreciar y no entender bien la cultura híbrida de estos territorios fronterizos hispánicos, ya que tanto las milicias pardas como los descendientes de españoles, los afrocaribeños y amerindios nunca aceptaron en su totalidad las arrogantes formas políticas británicas.
Un ejemplo claro de estas dificultades y divisiones, más allá de las lealtades imperiales de estos hombres de mar, lo demuestra en su investigación Paul Lovejy, con el caso del doctor Charles Irving: en los años 70 del siglo XVIII, este cirujano de la armada británica proyectó establecer, junto a otros dos socios, plantaciones de cacao y azúcar entre Black River y Bluefields, con el fin de atraer colonos y formalizar una colonia para perjudicar el dominio español. Sin embargo, las discrepancias y las acaloradas discusiones entre inversionistas competidores permitieron que la armada española abortase el nuevo intento agrario de colonización.
Los colonos mantuvieron duras controversias y disputas entre ellos —y, sobre todo, contra el superintendente Robert Hodgson— en torno a los derechos de acceso a la tierra, a los permisos pesqueros e, incluso, de minería, concedidos como franquicias a cambio de pago al rey Mosquito. Asuntos legales agobiaron al superintendente, acusado por sus rivales y competidores de incumplir acuerdos vigentes con los pueblos mosquitos desde 1741. El desacuerdo político se desató porque el superintendente quiso, con una disposición, imponer la prohibición de la esclavitud indígena, actividad que involucraba a todos los habitantes de estas costas salvo a los españoles; hasta los zambos quedaron molestos.
En este contexto, y una vez más superando las lealtades imperiales, un colono inglés llamado Terry, espía al servicio de los españoles, propuso en un viaje a España organizar una expedición comercial y diplomática para hacer una colonia a la entrada del río San Juan. En realidad, todo fue fruto de la competencia y rivalidad que mantuvo con Irving y sus socios, pero nada funcionó.
Consideraciones finales
En este complejo escenario que hemos dibujado, los pueblos mosquitos, ingleses y españoles desarrollaron un juego implícito de relaciones tensas y conflictivas, no exento de prolongados periodos de sosiego en los que establecieron, entre unos y otros, acuerdos comerciales, diplomáticos, colonizadores y sexual-afectivos. La posición de fuerza de los zambos sobre los españoles y otros grupos indígenas se debió al poderío militar que proporcionaban las armas obtenidas en el trato con los ingleses. Así, por más de un siglo, se dedicaron a esclavizar hombres y mujeres nativos; los primeros, para vender a los ingleses y, las segundas, adoptadas como esclavizadas para todo tipo de servicios. Los mosquitos eran polígamos, circunstancia que los volvió un grupo predominante con un fuerte incremento demográfico en el siglo XVIII.
Entre 1687 y 1750, no hubo presencia española en la costa; a pesar de ello, la monarquía hispánica se negaba a no considerar aquellos territorios de su jurisdicción. Así, la economía de este reino de zambos se complementó con los intercambios con Jamaica y otras islas del Caribe, aunque su actividad económica elemental era la de la recolección de productos de la naturaleza que complementaban con la prestación de servicios a los ingleses en la tala, la caza, la pesca y lo militar.
Es importante considerar, entonces, que para interpretar los aconteceres en este Caribe occidental es necesario contemplar las formas en que estos pueblos costeros nativos de Yucatán y la Mosquitia entablaron relaciones complejas con los europeos y cómo estas afectaron las políticas imperiales. Habitantes de un territorio propio, pero disputado por ingleses y españoles y, sobre todo, entre distintas redes de agentes comerciales, unidos por intereses comunes, que provocaron el crecimiento regional y la superación del espacio y tiempo. Sin duda alguna, se trató de territorios transicionales vinculados a la ciudad portuaria de Kingston, donde se permitían intercambios extraimperiales entre agentes de distintas nacionalidades que desarrollaron las conexiones de distintas regiones, más allá de cualquier frontera, entre la competencia y la oposición.
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