La convocatoria la firmaron los miembros de la Federación de Estudiantes: Daniel Cosío Villegas, presidente; Raúl J. Pous Ortiz, jefe del departamento de propaganda; Rafael Fernández del Castillo, secretario del exterior; Carlos Pellicer Cámara, jefe del departamento técnico y Francisco del Río y Cañedo, jefe del departamento social. Véase Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional de Estudiantes en México en 1921», Revista de la Universidad, 14, diciembre de 1931, México, UNAM, pp. 184-192.
29. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional de Estudiantes celebrado en México en 1921», Revista de la Universidad, 14, diciembre, México, UNAM, 1931, pp. 184-185. Según este autor, se estableció que los debates serían públicos, las reuniones plenarias y al menos teóricamente, los idiomas oficiales del congreso serían inglés, alemán, francés y español, aunque en la práctica se concretaron exclusivamente a este último, tanto por la ausencia de asistentes que dominaran las demás lenguas como por las fallas organizativas del evento, cuya convocatoria se dio a conocer solo dos meses antes de la fecha inaugural del evento.
30. Enrique Krauze: Daniel Cosío Villegas…, pp. 42-43.
31. «El primer Congreso Internacional de Universitarios», Revista de la Universidad, 14, diciembre, México, UNAM, 1921, p. 70.
32. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional…», pp. 70 y 188.
33. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional….», pp. 186-187. El autor cita el caso de Alemania y Suiza, representadas por algunos profesores del Colegio Alemán radicados en México, cuyo escaso dominio del español les impidió captar la atención de sus pares.
34. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional…», p. 191.
35. Enrique Krauze y Daniel Cosío Villegas: Una biografía intelectual, op. cit., p. 45.
36. José Vasconcelos: La creación de la Secretaría de Educación Pública, op. cit., 2011, pp. 88-89.
37. Diario de Debates, Legislatura XXIX, Año II, n.º 3, México, 2 de septiembre de 1921.
38. Diario de Debates, Legislatura XXIX, n.º 12, 23 de septiembre de 1921.
39. Carla Zurián: «Noticias oficiales y crónicas incómodas: La Prensa durante las fiestas del centenario (1910-1921)», en línea: <http://historiadoresdelaprensa.com.mx/hdp/files/256/pdf> (consulta: 26 de junio de 2019). Las palabras textuales de la autora son las siguientes: «Es ya un hecho el impuesto del Centenario que se mete en todos los bolsillos. Comercio, industria y tutti quanti, nadie ha dicho pío. Carencia absoluta de carácter, lo mismo en lo individual que en lo colectivo».
40. Alberto J. Pani: Apuntes autobiográficos I, México, Senado de la República, 2003, pp. 292 y 293.
41. José Vasconcelos: «Discurso con motivo de la toma de posesión del cargo de rector (1920)», en José Vasconcelos y la Universidad, México, Universidad Nacional Autónoma de México (primera edición, 1983). Introducción y selección de Álvaro Matute, pp. 57-62. Textos de Humanidades, 36.
42. José Vasconcelos: «Discurso…», p. 59.
¿ESCUELA DE SALAMANCA, O ESCUELAS DE LA MONARQUÍA?
LETRAS Y LETRADOS, SIGLO XVI
ENRIQUE GONZÁLEZ GONZÁLEZ
UNAM
Durante el presente siglo, la bibliografía acerca de la llamada Escuela de Salamanca ha crecido y aumenta sin cesar. Las recientes celebraciones, justificadas o no, por el octavo centenario de la Universidad dieron nuevo impulso a publicaciones sobre el tema. Diversos autores admiten como hecho incontestable la existencia de dicha Escuela, con mayúsculas, sin detenerse en precisiones, y bajo el rubro colocan a todo autor peninsular o americano del siglo XVI y parte del XVII, como cajón de sastre. Otros, al querer definirla histórica y temáticamente, suelen embarcarse –o empantanarse– en terrenos, a lo menos, problemáticos. De hecho, hay dos escuelas antagónicas en torno al significado y alcance de la Escuela de Salamanca. En España destaca –al menos en número de páginas– la bibliografía que la restringe a la Facultad de Teología, por no decir al convento de San Esteban. El bando opuesto, preferido por extranjeros, admite la teología, pero supeditada a sus aplicaciones en derecho, moral, y, muy en particular, a la economía. Por tanto, ensancha notablemente el universo de autores considerados miembros de la Escuela, y la cronología.
Antes de entrar en la cuestión, parece útil repasar un caso análogo, el de la llamada Escuela de Padua. A continuación, se hace un recuento sucinto de la historiografía en torno a la Escuela salmantina y las tesis de sus valedores. En tercer lugar se examina el concepto de escuela a lo largo del tiempo, para ver si procede vincularlo con las tareas intelectuales de la Salamanca del siglo XVI. Acto seguido, se indagará en la difusión impresa y la recepción de los autores tenidos por pilares de la Escuela. Por último, se hablará del gran número de universidades, colegios de órdenes regulares y otros centros docentes, en ambos lados del océano, vigentes o fundados en el siglo XVI, que se influyeron mutuamente y fueron semilleros de letrados. Se plantea, pues, como auténtico despropósito, explicar la actividad profesional y la obra escrita de tantos hombres de letras solo en función de la alma mater del Tormes. Antes de hablar de la Escuela de Salamanca, se plantea la necesidad de analizar en conjunto las escuelas de la monarquía y situarlas en su marco social.1
LA ESCUELA DE PADUA
En 1983, el historiador de la ciencia y las universidades renacentistas italianas Charles B. Schmitt alegó que la Escuela de Padua, a la que se atribuye un papel decisivo en el origen de la ciencia moderna, nunca existió como tal, así como que el aserto carecía de «any specific entity» y que recurrir a él obedecía a información deficiente y estrechez de miras.2 Asimismo, expuso que se trataba de un término acuñado apenas en 1940 por el historiador John Randall (1899-1980).3
Según Randall, era poco novedoso el interés de muchos autores de los siglos XVI y XVII por cultivar una ciencia que, a más de comprender la naturaleza, pretendía operar sobre ella, pues durante tres siglos se había cultivado en las universidades del norte de Italia y, de modo especial, en «the School of Padua». Tales academias desplegaron, desde el siglo XIV, «an experimentally grounded and mathematically formulated science of nature». Para el autor, antes que una tendencia difusa e intermitente –lo afirma dos o tres veces–, revistió sólida continuidad, una «cummulative and organized elaboration of the theory and method of science»; una «organized scientific tradition».4 La persistencia de la Escuela la garantizó una sucesión de maestros que captaron la importancia de la facultad de artes para desarrollar las ciencias naturales, las matemáticas y la medicina, dejando aparte la teología.
Gracias a que Venecia conquistó Padua en 1404 –prosigue Randall–, la Serenísima comunicó a esa universidad su tradicional espíritu de libertad y su anticlericalismo [sic]. En adelante, Padua atrajo «the best minds» de toda Italia, en especial del sur, y se convirtió en «the leading scientific school of Europe». Esa alegada continuidad trisecular llevó al profesor norteamericano a afirmar que Galileo había sido, «in Method and Philosophy, if not in Physics […], a typical Paduan Aristotelian».5
Historiadores como Paul O. Kristeller, Neal W. Gilbert y N. Jardine, entre otros, objetaron la tesis, retomada por discípulos de Randall como W. F. Edwards.6 Con los tres primeros, Schmitt admite que, desde el siglo XIX, autores como Renan dieron prestigio a Padua. Con todo, ulteriores trabajos probaron que aquel estudio, lejos de haber sido el único y más destacado, floreció junto a media docena de universidades, por solo hablar del norte de Italia. En todas se cultivaban los mismos métodos, saberes y autores, sobre todo en Bolonia, cuyo averroísmo –el gran timbre de identidad atribuido a Padua– precedió en tiempo y vigor al paduano. Esto sin hablar del gran centro tipográfico de Venecia, cuyos colosales impresos de Aristóteles y sus intérpretes árabes y