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Universidades, colegios, poderes


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Bérgamo y Colonia. Paralelamente, su tratado sobre la confesión, en romance, superó treinta ediciones en esas mismas fechas; la última conocida, de 1626, en Pamplona.

      Queda Domingo Báñez (1528-1604). Historiadores de todos los bandos coinciden en decir que marca el ocaso de la Escuela. Sucedió a Medina de 1581 a 1600, cuando se jubiló. A partir de 1584, sus comentarios a la Summa se imprimieron unas veinte veces en el siglo XVI, y ocho en el siguiente, la última conocida en Colonia, en 1618.

      Frente a las doscientas treinta ediciones atribuibles a Suárez en más de tres siglos, sorprende la escasísima presencia editorial de Vitoria dentro y fuera de España. Lo más notable, porque sin excepción se le atribuye el origen de la Escuela, son un par de ediciones en su patria, con dos siglos de intervalo, y unas ocho en el extranjero. Las citas tampoco abundan. Su discípulo Cano lo recuerda, pero creía que sus enseñanzas no llegaron a la imprenta. Soto, quien lo conocería en París, y coincidió tantos años con él en Salamanca, lo pasa en silencio. Ni Sotomayor ni Mancio publicaron, pero parte de la obra del segundo se editó en 1998 y, al menos en ella, Vitoria está ausente.

      De Bartolomé de Medina, Barrientos se limita a decir que «utilizó textos» de Vitoria, sin otra precisión.48

      Queda, por fin, el último de los «mayores», Báñez. Del total de 1109 citas a 87 autores, Vitoria le merece 11 (1 %), frente a las 98 de Soto. Sintomáticamente, en el prólogo a su primer impreso, Scholastica commentaria in primam partem D. Thomae, publica una epístola Ad lectorem, datada en 1584, donde recuerda a sus maestros, todos de la orden: Soto, Bartolomé de Medina, Sotomayor y Cano, objeto de encendido elogio y de quien hace un resumen de su vida. Por fin, al lector sustituto de Cano, Diego de Chávez, quien –señala Báñez– se desempeñó con aplauso general en la escuela y el claustro: «communis scholae claustrique Salmanticensis aplauso».49 En la medida que Báñez ingresó en San Esteban en 1547, recién muerto Vitoria, era imposible que lo recordara o que se declarara su discípulo. Pero el ínfimo número de citas a su obra ¿obedece a que Báñez ignoraba que –según la historiografía– Vitoria era el fundador de esa Escuela que él se aprestaba a concluir con sus comentarios a la Summa?

      Resulta incuestionable que la influencia de un autor sobre otros no se reduce al número explícito de citas, pero tampoco es un dato irrelevante. Y si Vitoria era mencionado de modo tan parco, ¿a quién citaban los miembros de la Escuela? De entrada –según cómputo de Barrientos–, Vitoria cita a 52 autores en 396 lugares. Después de Santo Tomás destacan: Aristóteles, 75 veces; Cayetano, 36; y Silvestre Mazzolino, 27. Los dos últimos, dominicos italianos contemporáneos suyos. No cita a Soto, ni a ningún español.50

      Barrientos omite el cómputo de autores citados por Cano y Bartolomé de Medina. Señala, en cambio, que Soto cita 1.031 veces a 69 autores. A más de omitir a Vitoria, apenas si menciona 19 veces a españoles (1 %). Al lado de un centenar de citas a Santo Tomás, cuenta 38 a Cayetano y 29 a Mazzolino.51 En cuanto a la edición reciente de parte de la obra de Mancio, Barrientos sumó 39 autores y 263 citas: a Santo Tomás (27), a Cayetano (20) y a Mazzolino (13). De españoles, 1 vez a Bartolomé de Medina, 3 al complutense Juan de Medina y, sin citar a Vitoria, remite a Soto 24 veces.52 El caso de Báñez es más complejo. En su vasta obra publicada aparecen 87 autores, con 1.109 citas. Destacan Santo Tomás (143), Soto (99), Cayetano (88) y Mazzolino (33). Junto a ellos, Vitoria alcanza 11 citas, y Cano 6. Por otra parte, cita 28 veces al catedrático complutense de Teología, el clérigo secular Juan de Medina (1490-1544), para impugnarlo. Nombra 17 veces al canonista Martín de Azpilcueta, y 26 a su discípulo, Diego de Covarrubias: ¡más veces a los canonistas que a sus antecesores en la cátedra, salvo Soto! Los autores clásicos apenas si aparecen. Baste señalar que Vitoria, en una obra mucho más breve, citó 75 veces a Aristóteles; Báñez, apenas 17. El universo de los clásicos –la pasión de los humanistas– se aleja cada vez más del interés de aquellos teólogos ocupados en glosar al Aquinate.53

      Barrientos cuenta las citas de algunos otros teólogos. Así, al agustino Pedro de Aragón (m. 1592), que revela –junto a alguna peculiaridad– análoga tendencia a la advertida en los catedráticos de prima. Aragón cita 137 veces a Tomás, 47 a Cayetano y 42 a Mazzolino. Y de los españoles, 1 vez a Vitoria, 1 a Cano y 5 a Bartolomé de Medina, frente a 72 de Soto. Además, 68 veces aprueba al complutense Juan de Medina (tan atacado por Báñez), y 9 a Tomás de Mercado.54 De este último, tratadista de asuntos económicos (m. 1575) cuya vida transcurrió en su mayor parte en Nueva España, Barrientos halló 195 menciones a Santo Tomás, 38 a Cayetano, 37 a Mazzolino y 48 a Soto, prácticamente el único español mencionado. Y, como puede verse, Aquino y Soto son sus autoridades.55

      En suma, todos los autores analizados –activos durante la segunda mitad del siglo XVI, salvo Vitoria– muestran una rotunda tendencia a valerse, por sobre cualquier otro teólogo, de Santo Tomás, cuya Summa defienden, enaltecen, citan y glosan. A modo de complemento, recurren a la autoridad de los dominicos italianos Tomás de Vio, Cayetano y Silvestre Mazzolino de Prierio. El primero (1469-1534), a más de intérprete minucioso de la filosofía de Aristóteles, realizó sistemáticos comentarios a Santo Tomás, incluidos en las ediciones de Opera Omnia del Aquinate, promovidas por Pío V y por León XIII. Pero, además, fue general de su orden de 1508 a 1517, lo que le permitió promover la enseñanza de la teología a partir de Santo Tomás y no del Maestro de las Sentencias. Esa tendencia, fomentada primero por los predicadores, sería reforzada por el concilio de Trento. Estaba ya vigente en el colegio de Santiago de París durante los años de Vitoria (1508-1522) y Soto (1516-1519) en la ciudad. Así, el método pasó de París a Salamanca, como apuntó Azpilcueta. El polemista Silvestre Mazzolino (1456/7-1528) escribió una Summa summarum quae Sylvestrina dicitur (Roma, 1516), abultado diccionario alfabético de tópicos teológicos, reimpreso múltiples veces.

      En relación con los autores españoles, las figuras más conspicuas de la Escuela omiten a Vitoria o le otorgan muy escasa relevancia. Y si a ello se suma la magra fortuna tipográfica de sus prelecciones, dentro y fuera de España, resultan difíciles de sostener asertos como: «en estos años [mediados del siglo XVI] las doctrinas y métodos de enseñanza de Francisco de Vitoria habían triunfado totalmente».56 En cambio, la valoración de la obra de Soto excede, de modo contundente, a la de cualquier otro teólogo salmantino del siglo, tanto que a veces supera a autores tan respetados y citados como Cayetano y Mazzolino. Si hay un maestro español en esa universidad, difundido por las prensas dentro y fuera del reino y claramente reconocido en el siglo XVI, es Soto. A reserva de ulteriores estudios, puede apuntarse que aquellos tomistas tenían la vista puesta, antes que en los teólogos locales, en los autorizados maestros de la orden, fuese cual fuese su nación.

      ¿ESCUELA DE SALAMANCA O ESCUELAS DE LA MONARQUÍA?

      Salamanca fue la universidad más destacada de la península, en particular a fines del siglo XV y en todo el siguiente. La abundancia de rentas, sus numerosas cátedras y el gran flujo estudiantil, que frisó siete mil matrículas anuales, le dieron brillo indisputable.57 Y con todo, su época de oro ahondó también la escisión entre un estudiantado selecto, de élite, atrincherado en los llamados colegios mayores, y la masa estudiantil. Si bien el fenómeno colegial se documenta en la ciudad desde 1381, se trataba de hospederías. En cambio, en 1401 se inauguró el de San Bartolomé, espléndidamente dotado, para alojar y promover a becarios con grado de bachiller, dispuestos a licenciarse y doctorarse. Al inicio del siglo XVI se abrieron otros tres «mayores». En ellos, solo para seglares y miembros del clero secular, los becarios eran predominantemente juristas y canonistas, si bien los teólogos rondaban el tercio, sin que faltaran médicos.58 Sus becarios coadyuvaron a consolidar el prestigio de los emblemáticos estudios jurídicos de la Universidad, a la vez que abrieron espacio a clérigos seculares en una Facultad de Teología dominada por las órdenes, ante todo la dominica. Al propio tiempo, su carácter elitista hacía mella en el tradicional orden de Salamanca. Generaba, de una parte, estudiantes de primera, los colegiales «mayores», situados en la vía regia para alcanzar los altos cargos de gobierno;59 de la otra, en abierto contraste, una gran masa de escolares, llamados manteístas, quienes, luego de borlarse, debían buscar apoyos familiares o eclesiásticos