AAVV

Universidades, colegios, poderes


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parece que significara una competencia notable para Salamanca por sus recurrentes problemas financieros, y porque rara vez superaba el millar de alumnos.60 No obstante, a fines del siglo XV, la ciudad, sede de la Real Chancillería, hospedó a dos colegios paralelos que promoverían la formación de seglares y frailes selectos. Por una parte, el colegio de Santa Cruz, creado por el cardenal Mendoza en 1483 para formar en leyes, teología y medicina a un grupo de becarios laicos o del clero secular, a la manera del San Bartolomé de Salamanca. Se abrió también el colegio dominico de San Gregorio, fundado en 1487 por Alonso de Burgos, antiguo miembro de la orden y obispo de Palencia, para becar a un grupo escogido de jóvenes frailes de toda la provincia, que recibirían formación especial, sin distraerse en deberes conventuales como el coro.61 En él se dictaban lecciones regulares de artes y teología, y sus catedráticos fueron, entre otros, fray Bartolomé de Carranza, futuro arzobispo de Toledo, Francisco de Vitoria, Melchor Cano, Pedro de Sotomayor… Salvo el primero, los otros ocuparon después la primaria de Salamanca. Ambas instituciones contribuyeron a dar vida a la Universidad y dotaron de numerosos letrados a la jerarquía eclesiástica y a la Corona.

      En contraste con Valladolid, la Universidad de Alcalá, fundada en el primer cuarto del siglo XVI, con su colegio mayor de San Ildefonso y alrededor de veintidós menores seculares, y circundada por institutos de las órdenes franciscana, dominica, agustina, carmelita y jesuita, significó desde el inicio un verdadero reto para Salamanca. Espléndidamente dotado por su fundador, el cardenal Cisneros, sus primeros lectores en artes y en teología procedían en gran medida de París y pertenecían al clero secular. Además, Alcalá abrió cátedras para impartir ambas facultades según las tres vías, lo que cimbró el tomismo reinante entre los teólogos salmantinos, en su mayoría regulares.

      Salamanca intentó ponerse al día, con todo y el virulento rechazo de los dominicos, detentadores de la cátedra de prima desde el último cuarto del siglo XV. Alarmado por la fuga de estudiantes a Alcalá, el claustro aprobó, en 1508, abrir tres cátedras nominales, de teología, lógica y filosofía natural, para las que se contratarían maestros externos. Así se abrió la puerta, como en Alcalá, a lectores venidos de París. Resulta ilustrativo el alegato de Martín de Azpilcueta, en 1589, de que el estudio se había enriquecido al incorporar a tres catedráticos formados en Francia. Primero habla de sí mismo. Tras cursar Artes y Teología en Alcalá, pasó a aprender y enseñar leyes y cánones en Francia. Al volver, impartió ese derecho pontificio en Salamanca por catorce años (1524-1538) y otros catorce en Coímbra. Cita también al perdoctus y perpius Vitoria, que trasladó (invexit) de París solidam utilissimamque theologiam (1526-1546). Por último, evoca al futuro arzobispo de Toledo, Juan Martínez Silíceo, quien, habiendo estudiado y enseñado utramque philosophiam en París, difundió ese saber en Salamanca (1518-1535).62

      Las novedades introducidas en Valladolid, Alcalá y Salamanca eran parte de un vastísimo proceso de cambios, propios de la época moderna, con efectos de orden político, social y religioso. Baste apuntar la consolidación del poder monárquico en varias naciones, que acarreó un creciente centralismo y grandes demandas de personal con formación en letras.63 Al mismo tiempo se produjo la partición de Europa entre los territorios adeptos a una o más de las reformas religiosas y las naciones donde arraigó un catolicismo poco tolerante y muy jerarquizado en torno al romano pontífice y los obispos, con la exigencia de un clero mejor formado, apto para administrar los bienes eclesiásticos, gobernar y doctrinar a los fieles. Por fin, el arribo de europeos al Nuevo Mundo, y su conquista y colonización, conllevó la desaparición de pueblos enteros y una reestructuración drástica del régimen de vida de los sobrevivientes, sometidos al dominio de las nacientes potencias europeas. En Castilla, los descomunales territorios americanos ensancharon el imperio de la monarquía católica y demandaron ingente número de letrados para su gobierno secular y eclesiástico. A la vez, por tratarse de pueblos sin la menor noticia previa del cristianismo, surgían arduas dudas teológicas debatidas en universidades y colegios de seculares y regulares en ambos lados del océano.64

      De ahí, en gran medida, la radical renovación del mapa universitario y de numerosas instituciones docentes, no solo en la península ibérica sino en toda Europa y en el Nuevo Mundo a lo largo del siglo XVI. Durante el Medievo, Salamanca y Valladolid bastaron para proveer de letrados a Castilla, más los que se graduaban en el sur de Francia, París e Italia, y los maestros que emigraban de esos lugares. En cambio, de 1490 a 1600 nacieron otras dieciocho universidades, en su mayoría vinculadas a un colegio, al modo de Alcalá, pero a mucha menor escala, y con el fin expreso de formar clérigos seculares. Sin embargo, también surgieron varias para el clero regular, como Santo Tomás, en Sevilla o Ávila.65

      En la Corona aragonesa, menos poblada, varias ciudades ganaron cartas de fundación en el Medievo, pero solo funcionaron Lérida y Huesca, más Perpiñán, al norte de los Pirineos. Desde 1500 surgieron nuevas, como Valencia, o abrieron las erigidas tiempo atrás. Al cierre del siglo, funcionaban doce, casi todas sujetas a la autoridad municipal.

      En el reino portugués (ocupado por Felipe II en 1580 y gobernado por los Austrias hasta 1634), Lisboa-Coímbra se consolidó desde fines del siglo XIII, si bien el rey patrocinó una reorganización profunda en 1537. En adelante la vieja corporación se asentó definitivamente en Coímbra. Solo se agregó la jesuítica de Évora (1558/1559).

      En el Nuevo Mundo, durante el siglo XVI, se consolidaron las fundaciones regias de México y Lima, y en Santo Domingo abortó la de Santiago de la Paz. Durante el siglo XVII, proliferaron universidades a cargo de las órdenes: ocho jesuíticas, siete dominicas y dos agustinas; con frecuencia, bastante precarias. Además, surgió una nueva universidad real, en Guatemala, y tres más en el siglo XVIII, cuando nacieron otras tres, ligadas a seminarios tridentinos. Por fin, una última jesuítica en Santo Domingo, y una dominica en La Habana. En Filipinas, dominicos y jesuitas abrieron sus respectivas universidades.66

      En suma, en ciento diez años, los territorios de la actual península ibérica pasaron de las seis universidades medievales a un total de treinta y cuatro, cifra que aumentó ligeramente más tarde. De modo paralelo, en América y Filipinas abrieron más de treinta universidades. Esto significa que todas daban instrucción literaria, de diversa calidad, a millares de estudiantes, en una o varias facultades. Todas, además, graduaron, y buen número de esos graduados tomaron parte en la gestión imperial; a más, algunos produjeron tratados escritos, impresos o no.

      A las universidades en sentido estricto se agregaron los estudios conventuales, los colegios de élite de las órdenes religiosas en Valladolid, Alcalá, Sevilla…, los primeros seminarios tridentinos y, por fin, el gigantesco sistema de enseñanza jesuítica, cuya expansión por toda la Europa católica y la América hispano-lusa fue fulminante y creó verdaderas redes bajo la autoridad centralizada de los respectivos provinciales.

      Por supuesto, ninguno de esos centros literarios, tuviesen o no carácter universitario, se autogeneró ni permaneció a salvo de toda influencia externa. Antes bien –como ocurría en Italia, y en concreto en Padua67– entre ellos hubo constante intercambio, no exento de conflictos; primero, por la migración estudiantil, dentro y fuera de la península; segundo, porque los maestros ni se formaron todos en un solo lugar, ni enseñaron solo en él, y no siempre se asentaron; y finalmente por la enorme circulación de los autores, en especial desde que se consolidó la imprenta.

      Baste repasar, para Salamanca, que Vitoria pasó catorce de sus 63 años en París, donde estudió y enseñó; tres más como lector en san Gregorio de Valladolid; y los veinte finales en Salamanca.68 Cano, formado en esa ciudad, oyó a Vitoria durante un sexenio. A sus 22 años lo envió la orden a San Gregorio, donde enseñó durante once (1531-1542). Transcurrido un bienio en Italia, pasó a enseñar al colegio de la orden en Alcalá (1543-1546). Por fin, en 1546 volvió a Salamanca y ganó la cátedra de prima, a la que renunció antes de un quinquenio, en 1551; y los nueve años posteriores se alejó de la docencia.69 Domingo de Soto estudió Artes en Alcalá tres años, y se bachilleró. Partió a París un trienio (1516-1519), donde se hizo maestro en artes y, si bien era secular, oyó a Vitoria en el convento dominico. A su vuelta a Alcalá, leyó artes un quinquenio. Se hizo dominico a los 29 años, y pasó a san Esteban. Durante 12