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Universidades, colegios, poderes


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      CRISTO JOSÉ DE LEÓN PERERA

      Universidad de Salamanca

      INTRODUCCIÓN1

      La Orden de san Ignacio, aunque plantase cara a la institución universitaria, siempre tuvo conciencia de la necesidad de poseer vinculación con el gremio académico. Esto es una herramienta para poder continuar con su minucioso desarrollo formativo e intelectual.

      De la misma manera que logró su incorporación –de forma lenta pero meticulosa–, fue su escalada y desarrollo dentro del propio fuero universitario; desde su primer registro en la matrícula del curso 1570-1571, hasta que se le dotase en menos de una centuria (1668-1669) de dos cátedras de Teología, propiedad de la Orden en una universidad que hacia 1600, de las treinta y dos existentes en el territorio peninsular, era la más potente gracias a su fuerte financiación.2

      Pero para poder comprender todo este entramado y redes establecidas debemos ir por partes, y adentrarnos, posteriormente, en materia. Señálese que, durante algo más de dos décadas (entre 1551 y 1573), en la Salamanca universitaria se asiste a una verdadera transformación cultural, más aún si nos centramos en lo que respecta a su facultad teológica, lo cual es consecuencia directa de la multiplicación de los grupos de presión influyentes en sus cátedras.

      Con anterioridad a esta metamorfosis, hasta los años sesenta del siglo XVI, en el fuero universitario salmantino se localizan siete órdenes religiosas: dominicos, agustinos, benedictinos, carmelitas, mercedarios y trinitarios. El contexto inmediato de la presente investigación pertenece a la inserción de los cistercienses, mínimos de san Francisco de Paula, premostratenses, jerónimos, canónigos regulares de santa María de la Vega y, cómo no, la Compañía de Jesús. Nos encontramos haciendo referencia a diferentes carismas dentro de un mismo prisma religioso (el catolicismo romano), pero con múltiples variantes.

      Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, tanto la Universidad de Salamanca como su ejercicio académico repercutieron en un espacio que debe ser deslocalizado del inminente Patio de Escuelas. Para este período, la vida universitaria, sus relaciones e influencias no solo acontecían en el corazón de los generales de los actuales edificios históricos, sino que se distribuían en veintiséis domicilios seculares y diecinueve regulares.

      El colegio de la Compañía corresponde a uno de estos referidos centros de estudio «conventual» en los que la erudición minoritaria de clérigos-profesores era acompañada por una profunda movilidad. En esta investigación pretendemos desentrañar una relación que combina numerosos intereses entre la Universidad y los jesuitas, durante 1570 y 1668. Una relación en la cual el equilibrio «amor-odio» se descompensará de forma continuada.

      El gremio estudiantil recibió numerosos beneficios al vincular entre sus filas una orden internacional que llevaría su nombre, aún más si cabe fuera de las fronteras de la Corona tras insertar el método de Salamanca en la IV parte de sus Constituciones.3 A su vez los jesuitas recibían el ortodoxo respaldo de una institución afianzada, que utilizaría como modelo y guía en su organización interna.4

      Sin entrar, más de lo obligatoriamente necesario, en los acontecimientos producidos con anterioridad a 1570, aspiramos a analizar la etapa de consolidación de un colegio vinculado a la Universidad, así como cuáles fueron las herramientas utilizadas en este período hasta llegar a la dotación de las cátedras de propiedad en 1668. Se corresponde con una centuria de suma importancia para la historia de la Compañía de Jesús, puesto que en ella se producen no solo transformaciones en el campo de lo académico, sino que tiene lugar la fundación del Colegio Real del Espíritu Santo por la reina doña Margarita de Austria-Estiria, así como la beatificación –por Paulo V– y posterior canonización –por Gregorio XV– del iniciador, padre y maestro Ignacio de Loyola.

      JESUITAS, SALAMANCA Y SU COLEGIO UNIVERSITARIO

      Como ya hemos señalado en otras ocasiones, los inicios de la andadura jesuítica en Salamanca tienen lugar el 9 de febrero de 15485 (nunca en una fecha anterior),6 bajo la prelatura de don Pedro de Castro.7 Estamos haciendo mención a un momento en el que se cumplieron los anhelos ignacianos8 de abrir un domicilio a la sombra de la Academia de la Corona.9 Salamanca, como parte del conjunto del Imperio hispano, posee similares tendencias al resto del territorio, dividiéndose, su población, en diversas esferas sociopolíticas.

      Las peculiaridades de la urbe universitaria se dejaron notar en todo aquello relacionado con la evolución del colegio ignaciano. Inevitablemente fueron múltiples las características que actuaron, ejerciendo un papel preponderante. Como es de esperar, las corrientes políticas que se encontraron en auge con la monarquía católica ocuparon su lugar de importancia, hasta el punto de que entre la facción ideológica de los conocidos como «intimistas»10 se localiza al benefactor –que en ninguno de los casos debe ser tenido por fundador– de este primitivo domicilio.11 De esta manera se cerraban los intentos comenzados en períodos anteriores.12

      A pesar de las importantes lagunas historiográficas por las cuales atraviesa la institución a la que hacemos referencia, sabemos que durante toda la trayectoria colegial (y notablemente durante sus primeras décadas) la demografía de estos religiosos estuvo marcada por la admisión entre sus filas de renombrados miembros del claustro universitario salmantino.13 Esto es consecuencia de la fuerte explosión originada dentro de la propia academia como resultado del estilo de vida llevado por los miembros de la Compañía de la ciudad del Tormes, y la figuración del ideal político-religioso existente en el período.

      Es necesario que nos situemos en una facultad de Teología,14 con cátedras de Prima, Vísperas, Biblia, Santo Tomás, Escoto, Nominales y con el añadido, entre 1565 y 1581, de la de partidos. Pero aquí no queda la cosa. A partir de 1606 se multiplicaron notablemente estas proyecciones escolásticas.

      Es decir, se trata de una ciudad en constante ebullición cultural; asunto del que también fueron partícipes los hijos de san Ignacio. La esencia era conocida por estos religiosos, para quienes, aunque al llegar al aula no les era presentada la inscripción del general de escuelas mayores, puesto que iban a las escuelas menores, la idea no difería: «Qua, rerum divinarum cognitione hominum mentes imbutae, terrena despiciant, coelum votis petant, beatamque jam nunc incipiant vivere vitam».

      A pesar de la importancia académica que obtuvieron los jesuitas en Salamanca, previa a 1570, la situación de la institución distaba mucho de poseer el estatus propio de su repercusión intelectual. Esto fue verdadera consecuencia de desiguales pugnas gremiales a pesar de la repercusión lograda por la Compañía de Jesús al abrigo de la Universidad de Salamanca.

      Desde el año fundacional hasta 1668 (ya en el domicilio de la actualmente desaparecida parroquia de san Isidro) la demografía posee una tendencia de ascenso, dando como resultado un verdadero déficit en el campo económico.15 El constante aumento del prestigio social de la Orden daba como resultado numerosos adeptos, pero una vida en verdadera y constante dificultad, lo cual no les impidió sobresalir entre el resto de los colegios vinculados al fuero universitario.

      Igualmente, debe señalarse que Salamanca fue reconocida entre el conjunto internacional de la Orden por ser en ella donde se encontraba su centro formativo más importante (en todo aquello relacionado con la ciencia teológica) de los distribuidos por el conjunto del territorio de la Corona.

      Una vez que han sido presentadas las características fundamentales de esta institución colegial, profundizaremos en los intentos de consolidación para poder presentarse ante el gremio académico como uno de los domicilios intelectuales de la ciudad universitaria.

      REFLEJOS DE UNA TRAYECTORIA: MATRÍCULA UNIVERSITARIA

      Volvamos nuevamente al año fundacional. Desde el mes de julio, el flamenco Maximiliano Chapelle, uno de los miembros escolares de la Compañía en Salamanca, señala que había escuchado a fray Melchor de Santa Marta, conocido comúnmente como Melchor

      Cano, «[…] in scholis, dum publique doceret».16 Por tanto, desde los inicios de la Orden en la «Reina del Tormes» se comenzó