AAVV

Universidades, colegios, poderes


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no sufrieron impedimento alguno y la matinal universitaria tampoco. Como era costumbre, los estudiantes jesuitas «[…] fueron a Escuelas a lección mañana y tarde, aunque por la tarde no se leyó porque faltaron los seglares».48 En la mayoría de escuelas los oyentes que tenían valor eran aquellos que no pertenecían a la Compañía: una orden que no solamente pretendía ofrecer auxilio a sus hijos, sino también a aquellos que eran externos a sus reglas y constituciones.49 No estamos haciendo referencia a un suceso ocasional, sino que se repitió nuevamente a los dos años.50

      La Universidad entendía la dificultad de la situación a la que estamos haciendo referencia. Habían abierto la puerta aun pretendiendo cerrarla. Tal y como hemos señalado, intentaron remediar toda la situación, lo que ocasionó un trienio fuertemente convulso (1625-1628). Todo comenzaría con la determinación del claustro al disponer que los maestros de Teología no podían asistir a los actos celebrados en colegios y monasterios; los jesuitas, que habían realizado la matrícula para poder continuar con estas disputas académicas, se veían fuertemente perjudicados, aunque quedó solucionado en junio de 1627, por las mediaciones del conde duque de Olivares y del confesor real.

      En respuesta, el claustro volvió a mover ficha,

      A […] 16 [de octubre 1627]. Vino el secretario de Escuelas a notificar que, por quanto por los muchos lectores que concurren a pedir generales, auía inconveniente a tenerle fijo, pidiésemos general y asignatura de lecciones. Respondiose pidiendo traslado y que se oya.51

      En el afán de impedir que los seglares escuchasen a los hijos de Ignacio, entendieron como solución la modificación del aula que, al menos desde 1603, sirvió de altavoz en el corazón del hemiciclo universitario. Tras veintitrés años consecutivos, en los cuales tuvieron lugar las dos lecciones en Escuelas, sin oposición, la brecha quedó evidenciada.52 La Universidad había tenido que revocar la determinación de su claustro. El equilibrio logrado tras la matrícula de la Compañía nuevamente entraba en quiebra; era necesario volver a plantear las relaciones mutuas tras la demostración de gallardía con este cambio de general de Escuelas, y la Compañía no se quedaría atrás, tal y como fue demostrado en abril de 1627, cuando fray Cristóbal de Lazarraga, en su acto presidido por el abad de San Bernardo, logró que se cerrase el general tras considerar que el tema discutido, la esencia de la corrección fraterna, atacaba el carisma de la orden ignaciana.53 El presidente de Castilla, así como el inquisidor general,54 tuvieron que tomar medidas. La Universidad recibió una serie de cartas con un tono elevado que evidenciaban tanto el pulso ante el cual se encontraban como sus múltiples repercusiones.

      Aparentemente no existían razones para que actuase nuevamente la Universidad contra la Compañía de Jesús, pero tan solo se trata de apariencias. Si nos trasladamos a la capital del Reino encontramos cómo la emperatriz doña María de Austria, en sus últimas voluntades, mandó la creación del Colegio Imperial.55 El empeño de otorgar grados haría que Salamanca y Alcalá se aliasen frente a los jesuitas56 con las siguientes palabras:

      […] la Vniversidad de Salamanca y la de Alcalá acuden a los pies de Vuestra Magestad, suplicándole, humildemente, se sirua de fauorecerlas en la pretensión que los padres de la Compañía han mouido agora, de fundar en esta corte vna Vniuersidad o Estudios Generales, o como ellos la quisieren llamar, de que al Reyno y a todas las dichas vniuersidades y a esta República se le sigue tantos y tan notables perjuyzios, que la dicha fundación no puede ser en seruicio de Vuestra Magestad, como dueño y señor soberano de todo […].57

      Una de las formas que encontró la Compañía de mostrar su autoridad y poderío fue, en Salamanca, este cambio de generales; y el apoyo a Jansenio y a la Universidad de Lovaina, en la disputa que internacionalmente se mantenía contra la Societatis Iesu, fue la solución tomada por la facción castellana.

      El padre Alonso del Caño, rector del Colegio Real, no vaciló ante esta situación. Fue consciente del simbolismo que comportaban los acontecimientos contra los que se enfrentaba. La inseguridad quedaba demostrada en los gestos y, por ende, actuar con decisión era fundamental. Por tanto, cuando a comienzos del curso 1627-1628 solicitaron las lecciones, lo hicieron de materia, pero no de general, puesto que, tal y como dijeron en su alegato: «[…] ya que le teníamos nosotros señalado».58

      La tradición de tan solo algo más de dos décadas se anteponía a la obediencia y respeto de la autoridad. Una situación que se agravaba por momentos, aún más si cabe, como consecuencia de las lecciones que se tenían de forma exclusiva en el domicilio de la Orden59 hasta que se les restituyese el general de escuelas menores.

      La Universidad respondió con «[…] un decreto contra los Estatutos que mandaba no se prescribiese en la posesión de los generales aunque ubiese [sic] leído en ellos quince días para podérnoslo siempre quitar».60 A pesar de todos estos intentos, la Compañía demostró por segunda vez, pero no la última en este trienio, su poderío. El 11 de diciembre de 1627 llegó una sentencia de Madrid, en la que se mandaba que no se cambiase nada con respecto a las lecciones universitarias de los jesuitas, ni de aula ni tampoco de materia.61

      Lograban imponerse ante el poder del claustro. El 3 de enero de 1628 volvieron a tener lugar las lecciones jesuíticas en Escuelas; por la mañana leyó el padre Hurtado y por la tarde el padre Pimentel. A dichas clases asistió un gran número de oyentes,62 lo cual fue una demostración de las «redes clientelares» establecidas.

      Posiblemente, cuando la Universidad fue consciente de que nuevamente perdía el intento de subyugar a la orden religiosa intentó una nueva posibilidad, que tampoco tuvo mejor resultado. Mientras se esperaba una respuesta desde Madrid en relación con la decisión del general de la Compañía, se propusieron insertar un nuevo estatuto que obligase a defender las doctrinas de Santo Tomás.63

      Recordemos que los jesuitas podían ser tachados de cualquier asunto, pero acerca de la duda sobre el conocimiento de Tomás de Aquino, máxima en Salamanca, no. Desde los inicios se encargaron de ostentar, incluso ante el maestro fray Pedro de Sotomayor, catedrático de Vísperas, el perfecto conocimiento del fraile dominico.64

      El claustro pleno aprobó la propuesta del doctor Pedro de Vega y, rápidamente, actuó la Compañía entrecruzándose los memoriales puesto que, más allá del respeto a Santo Tomás, se pretendía actuar contra la innovación teológica propuesta por los iñiguistas. Esta vez el consejo regio y el pontífice dieron la espalda al Estudio General.

      A partir de este momento la situación no pasó por mayores dificultades, pero las heridas abiertas tampoco cicatrizaron y supurarían con el mínimo roce. Los jesuitas continuaron disfrutando de su general en Escuelas, así como de las lecciones impartidas tras la normal solicitud del evangelista Lucas,65 primando siempre para la Orden la asistencia y aprendizaje de estudiantes seglares.

      Miércoles [11 de febrero de 1648]. No fueron a Escuelas los hermanos estudiantes por los gastos. Por consulta se determinó leyesen los maestros en casa, y tubieron sus quatro liçiones. Los maestros que leen en Escuelas, leyeron diferente liçión, por no haçer mala obra a los estudiantes seglares, y tubieron liçión asta sábado, víspera de domingo gordo.66

      La Compañía continuaba entendiendo las lecciones colegiales como un repaso o ampliación de lo presentado en el general de Teología de la Universidad. Se trata de una situación que ya se daba en diciembre de 1647, tras los incidentes acaecidos por los enfrentamientos entre las naciones de estudiantes,67 o la víspera de la celebración de Corpus en San Isidro que, por estar corriendo novillos a la hora que debían salir a Escuelas, se tuvieron las lecciones en el general del colegio.68

      El Colegio Real logró demostrar a todo el gremio universitario que podía defender sus intereses frente a cualquier dificultad. En el siglo XVII supo asentarse notablemente y con autoridad institucional, la cual no pudo ser puesta en entredicho. Logró permanecer y perseverar hasta llegar a la creación de las cátedras de Prima y Vísperas de la Compañía de Jesús en la Universidad de Salamanca en 1668 y posteriormente la de Francisco Suárez en 1721.

      CULMINACIÓN DE UNA TRAYECTORIA: