lo sabe bien) y muchas especies, incluso de animales inferiores como las abejas o las hormigas, son especies sociales. No nos engañemos: las sociedades humanas son verdaderamente poderosas porque en vez de repetir, generación tras generación, lo que les pide el instinto, son capaces de ponerse de acuerdo para hacer cosas nuevas y ambos procesos, tanto el de comunicarse unos con otros como el de planear nuevas respuestas a los retos del entorno, sólo son posibles mediante el lenguaje. Comprender de qué forma surgió el lenguaje vale tanto como comprender de qué forma surgió ese animal extraño que llamamos ser humano
Bien lo sabían en el siglo XIX: la cuestión del origen del lenguaje es cualquier cosa menos una cuestión inocente. Por eso, si el darwinismo fue perseguido en su tiempo, mayor aún fue la persecución sufrida por su propuesta lingüística. Tanto que en los estatutos de la Société de Linguistique de Paris (1866) se prohíbe explícitamente a sus socios debatir sobre el origen del lenguaje. Tanto que un acuerdo de caballeros excluyó igualmente dicho tema de las deliberaciones de la Linguistic Society of America, fundada poco después. Y así ha permanecido este tema, como un tema tabú, hasta que hace muy poco tiempo, más o menos en el último lustro del siglo XX, ha vuelto a ponerse de actualidad y ha irrumpido con gran cantidad de libros y de artículos en los repertorios bibliográficos. La diferencia con su primera irrupción científica decimonónica es que ahora la cuestión no tiene connotaciones tan nítidamente ideológicas. Hoy en día sabemos mucho más que entonces, pero, por eso mismo, somos más cautos, porque también sabemos lo mucho que todavía no sabemos. Sucede en este asunto del origen del lenguaje como en la cuestión del origen de la vida. Los filósofos materialistas del siglo XIX decían retadoramente que los seres vivos son simple materia, pero eran incapaces de demostrarlo. A mediados del siglo XX Stanley Miller consiguió obtener en el laboratorio cuatro aminoácidos esenciales para la vida a base de hacer saltar la chispa eléctrica en un matraz que contenía una mezcla de agua, hidrógeno, metano y amoníaco, con lo cual reprodujo unas condiciones parecidas a las de hace tres mil quinientos millones de años. Sin embargo, ese mismo año de 1953, James Watson y Francis Crick descubrieron la estructura del ADN, con lo cual explicaban la base de la herencia, al tiempo que introducían un interrogante que sigue sin ser resuelto, a saber, la razón de que ciertas tripletas de ADN sean leídas como un determinado aminoácido. En otras palabras, que el problema se ha desplazado: ahora sabemos que la química de la vida es remisible a la química de la materia inerte, pero no comprendemos cómo pudo surgir el código de la vida. En el caso del lenguaje nos hallamos en una situación parecida: se ha avanzado mucho, pero las sombras predominan manifiestamente sobre las luces.
2.1 Fundamentos biológicos del lenguaje
2.1.1 El lenguaje: ¿producto biológico o cultural?
Es curioso que la cuestión del origen del lenguaje divida a los lingüistas en dos grupos irreductibles, exactamente igual que su postura ante el lenguaje o ante la manera de estudiarlo. Como es sabido, un lingüista o es formalista o es funcionalista. Los formalistas piensan que lo más interesante de las lenguas es que son formas sui generis de representar la realidad, es decir, que son formas de conocer el mundo. Los funcionalistas, por el contrario, creen que las lenguas sirven para comunicarse con otros seres humanos y que sus propiedades más características están al servicio de esta función. Desde luego, ningún lingüista es sólo formalista o sólo funcionalista, pero el predominio que cada grupo concede a uno de estos factores determina la distinción de lo esencial y de lo accidental, la cual suministra una explicación para el origen del lenguaje:
a) Si lo esencial de las lenguas es que se trata de una forma de representación del conocimiento, habrá que pensar que el lenguaje surgió al servicio de dicha necesidad y que sólo más tarde desarrolló accidentalmente una función comunicativa de índole social;
b) Si lo esencial de las lenguas es que se trata de un instrumento para comunicarse con otros seres humanos, habrá que pensar que el lenguaje surgió al servicio de esta función y que sólo más tarde desarrolló por accidente una forma susceptible de representar el conocimiento.
De ahí se sigue que en el primer caso el origen del lenguaje es algo que ocurrió en el cerebro de los homínidos, es decir, algo biológico, y en el segundo caso, algo que tuvo lugar en el seno de una sociedad, esto es, algo cultural. En resumen:
La postura formalista y cognitivista se remonta nada menos que a Condillac (1746) quien propuso derivar el lenguaje de la expresión de las emociones, en particular de las interjecciones. Modernamente ha sido retomada por autores que han estudiado la aparición de las peculiaridades anatómicas, fisiológicas y neurológicas que hacen posible el lenguaje.
2.1.2 Fundamentos anatómicos y fisiológicos
Evidentemente los grandes monos, de los que procedemos, no son capaces de articular sonidos. No sólo no lo hacen espontáneamente, tampoco cuando se les induce a ello: un equipo de psicólogos estuvo dos años intentando enseñar inglés a una chimpancé llamada Sara y al cabo de los mismos no logró que pronunciase más que dos o tres palabras monosilábicas. Esto no fue debido a falta de inteligencia, pues cuando el matrimonio Gardner enseñó la lengua de signos de los sordos americanos, el Ameslan, a otra chimpancé, Washoe, consiguieron que hiciera grandes progresos y que al cabo de otros dos años fuese capaz de usar más de un centenar de signos y de unirlos en expresiones breves con una sintaxis rudimentaria.
El problema está más bien en la anatomía de la boca de los primates, tanto por lo que se refiere a los músculos como en lo relativo a los dientes. Los músculos se van complicando progresivamente en los monos, desde los dos paquetes musculares fundamentales, el horizontal (platysma) y el vertical (sphincter colli) del lemur, hasta la diversificación de este último en una serie de músculos que permiten complejos visajes en los póngidos (chimpancé, gorila y orangután). El ser humano representa tan sólo una etapa más: su boca posee dos músculos exclusivos de la especie, el risorius santorini y la parte marginal del orbicularis oris, los cuales le permiten retener el aire y abrir bruscamente la cavidad bucal dando lugar a las oclusivas /p, b, m/ o bien modular adecuadamente el conducto de resonancia para producir las vocales. También es típicamente humana la forma de la mejilla, asegurada por el músculo buccinator, la cual cubre completamente los molares y permite realizar las fricativas /f, θ, w.../. La lengua, en fin, puede afinar delicadamente su borde, al objeto de realizar las consonantes líquidas /r, l/ o abombarse en el tronco y acercarse al paladar, lo que está en el origen de las velares /k, g/.
También existen importantes diferencias en la forma de la mandíbula y de los dientes. En los primates hay grandes caninos que sobresalen de la hilera dental, al tiempo que los incisivos superiores e inferiores forman un ángulo agudo: el resultado es que ni los labios ni los dientes logran obstaculizar la salida del aire. En la especie humana, en cambio, los caninos están poco desarrollados y los incisivos inferiores quedan encajados tras los superiores, de manera que la dentadura es como una empalizada en la que roza o se detiene el aire de todas las realizaciones dentales y alveolares /t, d, s, sh…/.
La peculiaridad anatómica más notable del ser humano es, con todo, la posición de la laringe. Cuando nace, este órgano está situado muy arriba, prácticamente en el mismo sitio que en los primates, con la epiglotis en contacto con el paladar blando. El resultado es que no se pueden articular sonidos orales, pues el aire tiende a escapar por la nariz. Sin embargo, durante los dos primeros años, la laringe de los niños, pero no la de las crías de chimpancé o de gorila, desciende notablemente y así las vibraciones producidas por la epiglotis pueden transmitirse al canal bucal. En efecto, en los primeros meses de vida los niños no pronuncian sonidos, tan sólo ensayan la garganta con aspergios guturales (es el célebre ajo que dicen oír las madres). Esta ventaja anatómica conlleva también sus riesgos: al emplearse un mismo canal para deglutir alimentos y para respirar, los humanos podemos morir atragantados, cosa que resulta imposible en nuestros parientes los primates.
A estas peculiaridades anatómicas hay que añadir una notable resistencia fisiológica durante la espiración, relacionada con la fortaleza y elasticidad del diafragma. Mientras que con la boca cerrada, el tiempo y el esfuerzo inspiratorio son parecidos a sus correlatos espiratorios, cuando