del origen del lenguaje sin duda sabían mucho de Lingüística, pero casi nada de Genética. Y hay otro factor: dicha mutación tuvo que afectar simultáneamente a varios homínidos a la vez para que pudieran comunicarse, y hacerlo además en el mismo sentido, esto es, dentro de lo que sería la misma lengua. En estas circunstancias, el mito de Babel sigue suministrando una explicación más verosímil de la variación fenotípica del genotipo lingüístico humano.
2.3.3 El equilibrio interrumpido: una solución de compromiso
No debe pensarse, empero, que el saltacionismo es del todo erróneo. Excluida la explicación basada en una mutación gigantesca, la idea de que la evolución no es tan suave y gradual como quería Darwin tiene bastante fundamento. Lo demuestra el registro fósil. Es verdad que muchos procesos evolutivos son plenamente graduales, tal y como predecía la teoría de Darwin (de hecho Darwin llegó a ella comparando los fósiles de ciertos animales de Sudamérica con sus descendientes actuales: por ejemplo, se llega suavemente al caballo moderno (Equus) a partir del Pliohippus de hace cinco millones de años, a éste desde el Meryohippus de hace veinte, a éste desde el Mesohippus de hace treinta y cinco y a éste, en fin, desde el Hyracotherium de hace cincuenta, sin más que constatar un aumento gradual del tamaño y una reducción del número de dedos:
Figura 5
Pero esto no es siempre así y otras veces el registro fósil no nos permite trazar la sucesión. Siempre se había dicho que las lagunas eran imputables a deficiencias en la conservación de dicho registro. No obstante, Eldredge y Gould (1972) constataron varios casos en los que el registro fósil, muy bien conservado, prueba lo contrario del gradualismo, esto es, que en un tiempo breve (en términos geológicos) se pasó de una especie a otra, mientras que durante los larguísimos periodos de existencia de cada especie prácticamente no hubo cambios. Un ejemplo esclarecedor lo suministra la llamada explosión cámbrica de hace 530 millones de años, en la que desaparecieron miles de organismos de simetría radial (como las actuales estrellas de mar) y aparecieron los antecesores de casi todos los animales actuales, ya con simetría bilateral. El esquema temporal de esta teoría que se conoce con el nombre de «equilibrio interrumpido» (punctuated equilibrium) es el siguiente:
Figura 6
Hay que decir que esta hipótesis ha sido aplicada con éxito a la evolución de las lenguas por Dixon (1997) y por otros autores: así, el paso del latín a las lenguas románicas fue gradual en lo relativo al componente fonético, pero más bien brusco en su sintaxis textual, la cual dio un salto desde el modelo ciceroniano del latín clásico hasta una sintaxis protorromance, calcada del griego, en la versión latina de la Vulgata (siglo IV dC). Pero una cosa son las lenguas (la sintaxis textual de los evangelios latinos no deja de ser el resultado de una decisión consciente de San Jerónimo) y otra, el origen del lenguaje. Los cambios bruscos de que hablan Eldredge y Gould suponen una reorganización profunda del plan orgánico, como hemos dicho. Sin embargo si, como se suele aceptar comúnmente, el lenguaje aparece con el Homo sapiens, no se entiende cómo es posible que una innovación tan notable apenas afectase a las demás características del organismo, pues los sapiens no difieren demasiado de los erectus ni éstos de los habilis ni éstos de los australopithecus ghari, etc. El misterio sigue abierto.
2.3.4 Lenguaje y visión
En todo caso parece difícil imaginar que el lenguaje, cualquiera que fuera su primera ocurrencia, no entronque con capacidades funcionales de los animales que nos han precedido. Por supuesto que las aves vuelan porque los reptiles de las que proceden ya poseían unas extremidades membranosas con las que podían batir el aire, y a su vez los primitivos reptiles proceden de los peces porque había especies de peces que se acostumbraron a vivir en aguas poco profundas y de vez en cuando salían fuera de ellas. Cuando se plantea la cuestión de los antecedentes del lenguaje –que es diferente de la de su origen– nos encontramos una vez más con dos explicaciones alternativas: los cognitivistas, convencidos de que las lenguas sirven ante todo para re-presentar el mundo, señalan el mecanismo de la visión como el precedente más obvio; los funcionalistas, al insistir en que una lengua es sobre todo un medio de socialización, se han fijado más bien en las pantomimas gestuales que suelen practicarse en los grupos de primates. Ni qué decir tiene que ambas características son típicas de los grandes monos: se trata, junto con el ser humano, de los animales que mejor ven (en relieve y en color) y también de los animales que más tiempo invierten en imitar los gestos de sus congéneres.
Que la visión constituye un antecedente neurológico del lenguaje es un hecho probado. Los cinco sentidos tradicionales se alinean en una escala de complejidad creciente, de manera que los animales inferiores sólo poseen olfato y tacto, los intermedios añaden el gusto, y los superiores desarrollan un oído y, finalmente, una vista muy sofisticados. Por ejemplo, las orugas o los caracoles que atraviesan un camino no nos ven ni nos oyen y por eso no salen huyendo, pues no advierten nuestra presencia: es necesario que los toquemos para que se enrollen sobre sí mismos o para que se escondan en el caparazón. Estos animales se relacionan entre sí y con el entorno mediante el olfato y el gusto: el apareamiento se facilita con señales químicas (feromonas) y la nutrición probando los alimentos circundantes. Los seres humanos manifestamos la huella de estos estratos antiguos de la evolución en nuestras relaciones íntimas, en las que el olfato, el gusto y, sobre todo, el tacto, es más importante que lo que se dice o que lo que se ve.
Los animales superiores, en cambio, se basan en el oído y en la vista: ¿qué sería de una gacela si no saliese huyendo disparada ante el menor ruido sospechoso, cómo se alimentaría un águila que no fuese capaz de descubrir un conejo entre la hierba a kilómetros de distancia? Pero los sentidos no son otra cosa que procedimientos para percibir el mundo: el predador descubre que se acerca a una presa, digamos un cebú, porque huele a cebú, porque oye el típico mugido del cebú o porque ve la imagen de un cebú. El lenguaje cumple una función parecida: si otro predador le pudiese explicar que detrás de aquellos árboles hay un cebú, el primero obraría en consecuencia. No es sorprendente, por tanto, que ya en el siglo XIV el filósofo mallorquín Ramón Llull escribiese un tratado (De affatu sive de sexto sensu) en el que se propone tratar el lenguaje como el sexto sentido. Hoy en día ello resulta evidente. Comparando el lenguaje con el más desarrollado de los sentidos, que es la visión, podríamos decir que, mientras que el ojo reproduce en la retina y luego en el cerebro una imagen de una escena del mundo, el lenguaje reproduce una representación alternativa mediante una oración:
Figura 7
¿Pudo influir el sustrato neurológico de la visión en la aparición del sustrato neurológico del lenguaje? Hasta cierto punto sí, aunque no hay que olvidar que en el ser humano moderno ambos procesos cognitivos son relativamente independientes, como ya notó Aristóteles cuando advirtió que los ciegos de nacimiento no tienen ningún problema para aprender a hablar. Sin embargo, hay datos que apoyan una correlación estrecha entre ambas facultades. Por ejemplo, las áreas cerebrales del lenguaje y de la visión son diferentes, las del lenguaje se asientan en el lóbulo frontal (área de Broca) y en el temporal (área de Wernicke), mientras que el córtex visual se sitúa en el lóbulo occipital. No obstante, últimamente se ha descubierto que el nervio óptico procedente de la retina no termina en el córtex visual, sino que continúa hacia adelante y se divide en dos ramas, una dorsal que pasa junto al área de Broca y otra ventral que es contigua al área de Wernicke:
Figura 8
Esto no sería especialmente interesante si no fuese porque las funciones desempeñadas en la visión por la rama dorsal son las mismas que las del área de Broca en el lenguaje y porque las funciones desempeñadas por la rama ventral en la visión se parecen a las del área de Wernicke en el lenguaje: la rama dorsal del nervio óptico y el área de Broca se ocupan de la codificación (de las relaciones espaciales y