AAVV

Conocimiento y lenguaje


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encaminarse a desdibujar esas mismas fronteras en el ámbito laboral. El lector para el que redactamos estas páginas no es, pues, en exclusiva, lingüista ni psicólogo, y nuestras referencias bibliográficas se nutren indistintamente de ambas tradiciones.

      Desde las primeras épocas de reflexión filosófica, el ser humano se ha preocupado de las relaciones entre pensamiento y lenguaje, y entre lenguaje y realidad. Ya Platón en el Crátilo identificaba el pensamiento como el diálogo del alma consigo misma, y planteaba las dos posturas básicas sobre la relación entre las palabras y sus significados: o bien existe un correlato directo, natural, entre la palabra y la cosa, como defiende Crátilo, o bien, como argumenta Hermógenes, la vinculación de una palabra con su significado es fruto de algún tipo de convención. En la Edad Media, las gramáticas especulativas de la filosofía escolástica (ca. 1200-1350), que buscaban integrar la tradición aristotélica con el catolicismo, distinguían tres niveles de realidad: la de las cosas (modus essendi), la de los conceptos (modus intelligendi) y la de las palabras (modus significandi), los dos últimos con una dimensión activa y pasiva que los relacionaba entre sí. Estos gramáticos, llamados modistas, tratan de explicar el modo en que las palabras reflejan la realidad de las cosas una vez éstas son concebidas por el intelecto; sus estudios gramaticales tratan de buscar regularidades de pensamiento subyacentes al uso lingüístico.

      En los años iniciales del siglo XX, preocupaciones similares llevan a la escuela etnolingüística norteamericana a establecer un determinismo de la lengua sobre el pensamiento que, en su versión radical, dará paso a la (mal) conocida Hipótesis Sapir-Whorf (decimos «mal conocida» porque no fue propuesta por los autores que la nombran, sino por autores posteriores). Esta aproximación a las relaciones entre pensamiento y lenguaje, con todo, se plantea desde un ámbito distinto al que aquí nos ocupa, pues atiende más a las consecuencias sociales y culturales de hablar cierta lengua que a la individualidad psicolingüística.

      3.1.1 Lingüística estructural y psicología en los inicios del s. XX

      Un lugar común en la historiografía lingüística señala que el estructuralismo que inauguran De Saussure (1916) en Europa y Bloomfield (1926) en Estados Unidos, remite a un modelo psicológico conductista. Sin embargo, el panorama de investigaciones y publicaciones de ambas disciplinas es más complejo de lo que esta afirmación puede dar a entender.

      En efecto, en la etapa de aparición y consolidación de la lingüística estructuralista, la historiografía psicológica (Tortosa, 1998) da cuenta de varias propuestas que resultan de interés en la problemática pensamiento-lenguaje:

      - la Psicología de la Gestalt, representada por investigadores de la escuela de Graz (o «escuela austríaca») y la escuela de Berlín-Frankfurt: Max Wertheimer (1880-1943), Wolfgang Köhler (1887-1967), Kurt Lewin (1890-1947)

      - el constructivismo de Jean Piaget (1896-1980)

      - la reflexología de Ivan Petrovich Pavlov (1849-1936)

      - la escuela socio-histórica de Lev Semionovitch Vygotski (1896-1934)

      - el conductismo de John Broadus Watson (1878-1958)

      Estas teorías psicológicas sirven de marco de referencia a diversos planteamientos de la relación entre pensamiento y lenguaje.

      3.1.2 Posturas clásicas sobre pensamiento y lenguaje: J. Piaget y L. S. Vygotski

      Mientras las investigaciones lingüísticas de los años 30 desarrollaban las premisas estructuralistas dando origen a la fonología y la morfología estructural (pensemos, por ejemplo, en las investigaciones del Círculo de Praga o en las publicaciones de estos años en la revista norteamericana Language), en el ámbito psicológico las primeras décadas del siglo XX vienen marcadas por la obra de dos psicólogos procedentes de tradiciones enfrentadas: el ginebrino Piaget y el ruso Vygotski, cuyas posturas sobre pensamiento y lenguaje resumimos muy concisamente a continuación.

      Para Piaget, la base de la conducta es la adaptación, que se manifiesta en dos procesos: la asimilación y la acomodación (Pulaski, 1971: 7). Juan Antonio Vera (1998a: 181) resume en una pregunta los intereses del autor ginebrino:

      ¿Cómo un organismo, esto es, un ser que ha alcanzado determinado grado de organización vital, se adecua a su medio ambiente, y cuáles son los mecanismos que hacen posible el ajuste entre organismo y medio?

      La respuesta a esta pregunta recoge inicialmente la formación biologista de Piaget (doctorado en Ciencias Naturales): la adecuación del ser vivo a su medio ambiente se realiza mediante esquemas adaptativos, por medio de los cuales el organismo compensa o autorregula las perturbaciones exteriores (Bronckart, 1977: 45); en el ser humano, los mecanismos autorreguladores más eficaces son los mecanismos cognitivos, que dan origen a las estructuras de la inteligencia (estructuras, por tanto, que no serían innatas, sino construidas). Por eso el tema del desarrollo verbal aparece en Piaget íntimamente unido al estudio del desarrollo cognitivo y el planteamiento inicialmente biologista se trastoca en un planteamiento psicológico.

      La búsqueda de equilibrio entre el organismo y el medio es, pues, lo que motiva el encadenamiento indefinido de unas reacciones circulares en las que el sujeto se ve doblemente implicado:

      - por un lado, al asimilar la realidad exterior, integrando elementos nuevos en esquemas adaptativos ya disponibles, se ve afectada la totalidad del organismo.

      - por otro lado, al acomodar internamente las estructuras del organismo a esa nueva realidad, se producen cambios que de nuevo lo hacen vulnerable a otras perturbaciones externas.

      Tal y como apunta Vera (1998a), lo que subyace a esta perspectiva piagetiana es una visión funcionalista de los procesos adaptativos del individuo (lo que en términos cibernéticos describiríamos como homeostasis), que a su vez nos remite a dobletes conceptuales del tipo sujeto-objeto, medio interno-medio externo, conocedor-conocido. Efectivamente, estos procesos de aclimatación son los que permiten conciliar la realidad externa e interna mediante un diálogo constante entre sujeto y objeto («entre vida y materia», señala Vera, subrayando la influencia bergsoniana en Piaget), diálogo que sustenta otros dos conceptos piagetianos fundamentales, interaccionismo y constructivismo:

      - la interacción tiene lugar entre el organismo y el medio, entendidos ambos como dos realidades interdependientes que se alejan tanto de las visiones empiristas y conductistas (que otorgan excesiva importancia al influjo del entorno sobre el sujeto) como de las posiciones mentalistas (para las cuales lo esencial es la representación interna que el sujeto tiene de la realidad). Las reacciones circulares entre el sujeto y el medio describen una suerte de retroalimentación mutua entre la realidad y el individuo a partir de la cual se cimentan ambas entidades.

      - la construcción es la consecuencia inmediata de la interacción; en tanto en cuanto el sujeto y el medio se definen exclusivamente a partir de sus interrelaciones, podemos decir que se construyen simultáneamente a la acción (que es, como hemos dicho, una reacción adaptativa permanente). Esta doble construcción (del sí mismo y de la realidad exterior) es realizada por el niño en las primeras fases de su desarrollo cognitivo, mediante la elaboración de un número creciente de esquemas adaptativos que se mueven entre los dos polos que definen la subjetividad, y que volveremos a tratar en términos lingüísticos a propósito de Benveniste (§3.5): el sujeto asimilador y el objeto.

      Según apunta el título de una de sus monografías (La construcción de lo real en el niño, de 1937), Piaget da una especial importancia a estos procesos construccionistas que son resultado de la interacción con el medio, y que describen un cierto desplazamiento amplificador desde el yo hacia los objetos y sus relaciones (en las que podrá participar, objetivizándose, el propio sujeto):

      Al principio de la actividad asimiladora, cualquier objeto ofrecido por el medio exterior a la acción del sujeto no es más que algo para chupar, mirar o asir: tal asimilación está pues, en esta fase, centrada únicamente en el sujeto asimilador. Por el contrario, el mismo objeto se transforma después en algo que puede desplazarse, moverse y utilizarse con fines cada vez más complejos. Lo esencial llega a ser, pues, el conjunto de relaciones elaboradas