festividades de la Semana Santa, de forma similar a los miembros de la élite bogotana, que durante las fiestas de Independencia desfilaban, montados en sus veloces aparatos, desde la Plaza de Bolívar hasta la zona de San Diego, en donde tenían lugar las carreras.
Las corridas de toros en Bogotá, que desde la Colonia se ejecutaban a caballo y con participación del público en el ruedo (Cordovez Moure 1893; Ibáñez 1913, 1915; Rodríguez 2002), a partir de la década de 1890 tomaron la forma española de torear a pie, adoptada desde el siglo XVIII en el país ibérico, donde dicha práctica ya mostraba signos de un avanzado estado de mercantilización a finales del siglo XIX, al igual que otros espectáculos en Londres y París (Shubert y Sanchis 2001). En otras ciudades de América Latina, como Buenos Aires y Río de Janeiro, las corridas de toros fueron prohibidas, perseguidas y tempranamente eliminadas del repertorio de entretenimientos decimonónicos (Cecchi 2016; Troncoso 1981; Melo y Karls 2014). Mientras en la región central de Chile las corridas de toros se mantuvieron de forma muy débil hasta desaparecer (Purcell 2000), en México la adopción del estilo español de torear se produjo de manera contemporánea a Colombia (Beezley 2004), al contrario de lo que sucedió en La Habana, que constituye un caso particular ya que la forma de torear a pie se introdujo tempranamente a mediados del siglo XIX, gracias a su prolongada dependencia de España (Riaño 2002).
La ópera, las carreras de caballos, de velocípedos y las corridas de toros de estilo español fueron las entretenciones que la élite bogotana, conformada por grandes comerciantes, ricos propietarios, hacendados, rentistas, profesionales, intelectuales, empleados oficiales de alto rango y empresarios (Mejía 1999),19 adoptaron en las últimas décadas del siglo XIX, mientras que los demás sectores de la población, entre los que se contaban artesanos, tenderos, pequeños comerciantes y otros individuos que realizaban oficios de peonaje y servicios domésticos (Mejía 1999),20 continuaron regocijándose con las diversiones heredadas de la Colonia.21
Las corridas de toros que hasta el momento se venían realizando en la Plaza de Bolívar se desplazaron hacia un circo de madera construido en cercanías de la Plaza de Los Mártires, donde los aficionados a la tauromaquia se reunían en época de temporada. En los terrenos de la hacienda La Magdalena se ubicó el primer hipódromo que tuvo la ciudad y que acogió a los espectadores aficionados a la velocidad con las carreras de caballos y de velocípedos, mientras que aquellas personas que gustaban de las artes escénicas podían congregarse en los teatros Municipal y Colón para obtener un rato de placer estético con las funciones de ópera que comenzaron a regularizarse a finales del siglo XIX. Mientras esto sucedía, por otro lado, la élite bogotana acompañó estas entretenciones con algunas formas de esparcimiento en los espacios y jardines de parques, como el Santander, el del Centenario o el de Los Mártires, donde se podían hacer paseos, observar aparatos exóticos, escuchar conciertos o divertirse con carruseles o lanchas para regatas. Las implicaciones de este proceso de adopción serán tema de los siguientes capítulos.
NOTAS
1 “Art. 1. En los días 20, 21 y 22 de julio de cada cuatro años, empezando por el de 1849, se hará en la capital de la República una fiesta provincial consagrada a honrar las acciones virtuosas, i en especialidad a conceder premios y recompensas a los habitantes de la provincia que manifiesten su laboriosidad y honradez, por las obras que presenten como producto de cualquier jénero de industria a que estén dedicados para ganar su propia subsistencia i la de sus familias”. Véase la “Ordenanza 11 de 1842, 4 de octubre”, 20 de julio Fiestas Nacionales 1849, 1849, 4.
2 En 1812 se celebró el segundo aniversario de la Independencia con corridas de toros y una representación teatral (Ibáñez 1917, 124); en 1819 el Congreso de Angostura decretó tres días de fiestas (25, 26 y 27 de diciembre) para conmemorar la gesta independentista (González, Jaimes y Carvajal 1994, 205); y en 1821 Francisco de Paula Santander, como vicepresidente de la República, ordenó la conmemoración del aniversario de la batalla de Boyacá durante los días 7, 8 y 9 de agosto con cabalgatas, comida cívica, representaciones teatrales, baile de disfraces en el teatro de la ciudad y corridas de toros (Ibáñez 1923, 219-222). Victoria Peralta comenta que Tomas Cipriano de Mosquera, presidente en 1845, decidió celebrar el trigesimoquinto aniversario de la Independencia nacional con “un festejo en el que hubo corridas de toros, encierros, cabalgatas y se gastó dinero en profusión” (1995, 49). Por su parte, José María Cordovez Moure indica en sus Reminiscencias que fue a partir de 1846, año en que se destapó la estatua de Simón Bolívar en el centro de la Plaza Mayor, cuando “se adoptó la costumbre” de conmemorar la Independencia nacional con la realización de fiestas que incluían diferentes clases de espectáculos, entre ellos las corridas de toros (1893/1942a, 86). El año de 1849 se toma como referencia porque coinciden la elección del primer Gobierno liberal del siglo XIX en Colombia y la ejecución de la Ordenanza 11 de 1842, que, como ya se comentó, establecía la celebración de una fiesta nacional en la capital de la República “consagrada a honrar las acciones virtuosas” a partir de dicho año (1849) los días 20, 21 y 22 de julio. Se desconoce la razón por la cual una disposición de 1842 ordenaba realizar la celebración de la Independencia siete años después, en 1849, y en el trigesimonoveno aniversario de dicho acontecimiento. Marcos González comenta que la Ordenanza 11 de 1842 fue la concreción de una propuesta que surgió a raíz de la muerte del dirigente militar Juan José Neira durante la guerra llamada de los Supremos (1839-1841), y que consistía en exaltar los adelantos en la industria del país mediante la creación de una “sociedad filantrópica” (González 2012, 277).
3 A partir de aquí en todas las citas se conservan las formas ortográficas del periodo estudiado.
4 “Es claro que la fiesta no pretende desligar la religión de la celebración, por el contrario, en ella, tienen espacio privilegiado, miembros de la iglesia (no autoridades eclesiásticas) que comulgan con las ideas del Partido Liberal y legitiman con su presencia el rito de la fiesta republicana” (González 1998, 72). Por su parte, Marco Palacios y Frank Safford dicen lo siguiente sobre la relación del liberalismo con la Iglesia católica: “Los liberales más radicales creían que la Iglesia católica, con su estructura jerárquica, era incompatible con la democracia; los liberales más moderados no estaban de acuerdo con esta posición tan radical, pero sí creían que era preciso reducir el poder y los privilegios eclesiásticos, por motivos tanto políticos como económicos” (Palacios y Safford 2002, 391).
5 Tomo esta expresión de Marco Palacios y Frank Safford (2002).
6 Para conocer sobre las distintas formas en que la historiografía ha concebido la relación entre el liberalismo radical y la Regeneración pueden consultarse las obras de Charles Bergquist (1978), Edwin Cruz (2011), Frédéric Martínez (2001), Leopoldo Múnera (2011), Luis Ospina (1987), Marco Palacios (1983 y 2002) y Marco Palacios y Frank Safford (2002).
7 Marco Palacios y Frank Safford (2002) plantean que una de las características del periodo inicial de la era liberal (1849-1855) fue la delimitación del conflicto partidista por la hegemonía política, lo cual incita a pensar en la exacerbación de las tensiones entre las facciones políticas.
8 “Ordenanza 11 de 1842, 4 de octubre”, 20 de julio Fiestas Nacionales 1849, 1849, 4.
9 Ibíd., 6.
10 “Art. 10. Se acordarán premios a los que, en beneficio de la sociedad, hayan proporcionado i proporcionen a las autoridades las noticias suficientes para perseguir, aprehender y castigar a los que profesan la infame industria de despojarse recíprocamente de lo que tienen, librando su fortuna al ciego capricho de la suerte”. Véase la “Ordenanza 11 de 1842, 4 de octubre”, 20 de julio Fiestas Nacionales 1849, 1849, 6.
11 En la ciudad de Medellín una fiesta religiosa importante en la que se realizaban corridas de toros fue la celebrada en honor a la virgen de La Candelaria. Para indagar sobre la relación entre estas fiestas y las corridas de toros se pueden consultar los textos de Orián Jiménez (2007) y Cenedith Herrera (2013b).
12 Por clase alta se entiende al grupo social que ocupa una posición privilegiada en la escala socioeconómica con relación a los demás grupos sociales. Es un grupo que abarca a la élite, aun cuando, a diferencia de esta, sus miembros no