Jorge Humberto Ruiz Patiño

Las desesperantes horas de ocio


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los sujetos que las adoptaron.

      Como consecuencia de lo anterior, al ser analizadas a partir de la imitación sin mediaciones del estilo de vida burgués europeo, las actividades de ocio —esto es, las diversiones— son descritas de forma separada a las dimensiones de espacio y tiempo, las cuales aparecen en las investigaciones como simples receptáculos de objetos y prácticas. No se analiza, por tanto, la forma como se constituyen unos lugares específicos para el ocio (parques, teatros, escenarios) ni la construcción de una idea de tiempo equivalente a dichas actividades. En este sentido, un análisis del proceso de adopción de diversiones en la élite bogotana debe tener en cuenta que aquel no se produjo de forma aislada, sino que fue posible porque de manera imbricada también se desarrollaron transformaciones en los espacios urbanos y en las concepciones de tiempo.

      La desatención de la dimensión de tiempo conduce, entonces, a la aplicación desprevenida de la categoría ocio, y esto genera otro problema. Si esta categoría responde a una relación de tipo temporal derivada del tiempo de trabajo industrial, tal como se usa en las investigaciones comentadas en el balance historiográfico, no es comprensible qué clase de tiempo estaría vinculado al desarrollo de tales actividades por parte de la élite bogotana, puesto que el trabajo industrial aún no se había desarrollado en el siglo XIX. Pero, por otro lado, si se tiene en cuenta que esas actividades no serían de ocio ni ociosas, se crea un vacío respecto al sentido que ellas habrían tenido para dicho sector de la población.

      La respuesta a estos cuestionamientos sobre el proceso histórico y el sentido espacio-temporal de las diversiones de la élite bogotana se podría encontrar en las investigaciones sobre los espacios de diversión y las festividades colombianas. Sin embargo, las conclusiones de las primeras se basan en el mismo argumento de los trabajos sobre ocio, a saber, la imitación del gusto burgués europeo, al igual que desconocen el proceso histórico de constitución de dichos espacios. Por otro lado, la historiografía sobre la fiesta en Colombia aporta elementos valiosos para una compresión que amplíe el marco temporal —puesto que la historiografía sobre ocio se concentra en el periodo comprendido entre 1880 y 1930—, pero, lastimosamente, por las características de su objeto de estudio, en esas investigaciones la reflexión sobre las diversiones queda desprovista de cualquier vínculo con los nuevos divertimentos de finales del siglo XIX. Sobre estas dificultades se han trazado los argumentos que siguen.

       NOTAS

      1 Este asunto será tratado más profundamente en la segunda parte de esta introducción.

      2 Las corridas de gallos y las riñas de gallos eran diversiones de diferente carácter. Las primeras se realizaban especialmente durante las fiestas de San Juan y San Pedro y consistían en quitarle la cabeza a un gallo, ya fuera cortándola con machete —por un hombre o una mujer vendados— una vez el animal estuviera enterrado hasta el pescuezo, o arrancándola, luego de ser colgado aquel de las patas, por hombres que montados en caballos pasaban raudos tratando de agarrar la cabeza con sus manos. Las riñas de gallos, más conocidas que la diversión anterior, se realizaban por lo general los domingos y no necesariamente en festividades. El objeto del juego consistía en hace pelear dos gallos entre sí hasta la muerte de uno de ellos, evento alrededor del cual giraba un gran número de apuestas entre los asistentes.

      3 Dos análisis interesantes sobre la difuminación de los límites entre lo privado y lo público en torno a la aparición de los cafés en Europa se pueden encontrar en los textos de Roger Chartier (2004) y David Harvey (2003, 204-218).

       FIESTA REPUBLICANA Y DIVERSIÓN

      En 1849 se conmemoró, por primera vez mediante disposición normativa, el aniversario de la Independencia en la ciudad de Bogotá.1 Aunque en años anteriores se hicieran otros intentos de celebración, la fiesta del 20 de julio de ese año tuvo un significado especial.2 Según Marcos González, dicha fiesta constituyó “la primera celebración del partido liberal triunfante” durante los años posteriores a la guerra de los Supremos, entre 1839 y 1841 (González 2012, 234), a partir de la cual comenzaron a delinearse las fronteras entre los partidos Liberal y Conservador (Palacios y Safford 2002). Con esta conmemoración, continúa el autor, el liberalismo buscó vincular su ideario político a la memoria de la lucha de independencia, al mismo tiempo que interpelaba a los sectores populares como parte de su proceso de legitimación política y social (González 2012, 240). La relación entre el festejo de Independencia y el ideario liberal está expresada en el siguiente pasaje de un documento publicado en 1849, en el que se describen los distintos eventos de la celebración en ese año:

      He aquí por qué el 39 aniversario de nuestro Gran dia3 ha sido uno de los que con más pompa i solemnidad ha celebrado la capital de la República. Consolidada la paz, elemento indispensable de vida para los pueblos i condición esencial para su prosperidad; asegurado el orden público, imperando la lei y nada más que la lei, rejido el país por una Administración popular, obra de una inmensa mayoría; por una Administración a cuyos actos preside la buena fe, la pureza de sentimientos, i el deseo de hacer el bien; el pueblo que nada más apetece, que nada más necesita, porque le bastan estas condiciones de bienestar; se entrega al goce de los bienes presentes, i se anticipa la risueña ilusión del porvenir […]. Bien merece tan grande objeto que se le consagren exclusivamente algunas páginas, que circulando en toda la República i aun fuera de ellas hagan ver la pompa y el decoro con que el Gobierno ha propendido a solemnizar el glorioso aniversario de nuestra existencia política, unido con el pueblo siempre liberal, siempre ardoroso i entusiasta por la causa de su Independencia i libertad, i por el triunfo de la democracia. (20 de julio Fiestas Nacionales 1849, 3)

      La elección del liberal José Hilario López como presidente el 7 de marzo de 1849 fue posible gracias a una alianza entre el sector joven letrado del Partido Liberal y la Sociedad de Artesanos, organización gremial que inicialmente aglutinó al artesanado bogotano, fundada en 1847 como respuesta a la política librecambista del gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849). Aunque los jóvenes liberales abrazaban el librecambio, la alianza entre estos dos sectores se gestó desde su ideario político —no económico— (König 1994), pues los principios de la Revolución francesa recuperados por la élite liberal a partir de la Revolución de 1848 —especialmente aquellos de fraternidad y libertad— permitieron interpelar efectivamente al artesanado (Palacios y Safford 2002).

      De este modo, la conmemoración de la Independencia como fiesta ritualizada permitió sintetizar, al menos temporalmente, la negación del pasado colonial con el ideario político liberal y las expectativas políticas del artesanado como fundamento del poder político. No en vano los actos celebratorios de dicho 20 de julio estuvieron acompañados con la manumisión de cuarenta y cuatro esclavos, la bandera nacional en alto —tanto en edificios del gobierno civil como en iglesias— y una procesión en la que la imagen de Santa Librada, protectora del artesanado colombiano, estuvo acompañada por el presidente de la República y una comitiva de la Sociedad de Artesanos (González 1998, 67).

      En relación con lo anterior, un elemento que Marcos González no identifica plenamente es el ámbito de legitimidad que el liberalismo entró a disputar a la Iglesia católica. El autor resalta el vacío que llenó la fiesta del 20 de julio respecto a la representación del orden jerárquico social que se expresaba durante las fiestas civiles en honor a las autoridades coloniales, pues a partir de la fiesta patria y del control del espacio-tiempo festivo —como él lo llama—, “los homenajes y tributos rendidos durante la Colonia a los representantes del poder monárquico [girarán] ahora en torno a los gloriosos héroes de la emancipación” (González, Jaimes y Rodríguez 1994, 214).

      Pero lo que este autor no observa es que el liberalismo, como parte de su anticlericalismo, al excluir de la fiesta patria al poder religioso contrapuso a las fiestas religiosas el ritual republicano.4 No se trató únicamente de ocupar un vacío de representación dejado por una constelación de poder ya obsoleta, sino de una lucha por la representación del orden social presente poscolonial. Las jerarquías sociales, entonces, además de ser recreadas por las fiestas religiosas en cabeza de la