Jorge Humberto Ruiz Patiño

Las desesperantes horas de ocio


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y con poca higiene. (Quiroga 2018, 165)

      En cuanto a las clases populares, Quiroga afirma que los nuevos significados acerca del consumo de alcohol también se impregnaron en ellas, aunque de manera diferente. En el contexto de la campaña antialcohólica que comenzaba a desarrollarse a finales del siglo XIX, los sectores dirigentes del artesanado y de la clase obrera hicieron suyo el discurso que circulaba entre las élites acerca de la temperancia como una de las vías hacia el progreso, lo que se expresaba en la idea de controlar los espacios de ocio y tiempo libre de los trabajadores con el fin de modificar su conducta (Quiroga 2018, 149-150). Este deseo de control, dice el autor, tuvo su correlato en los discursos de la publicidad que resaltaban el potencial liberador de la bebida en relación con la diversión y el ocio, razón por la cual las tabernas y los billares “se convirtieron en sitios que promovían ese ideal de entretenimiento, y comenzaron a disputar con las chicherías el rol de lugares de socialización” (Quiroga 2018, 152).

      Desde una perspectiva que concibe el espacio público como una construcción social históricamente situada en la que se configuran usos, representaciones y relaciones entre sujetos, Pablo Páramo y Mónica Cuervo (2006) definen los lugares de diversión de la clase alta bogotana, tales como el hipódromo de La Gran Sabana, los clubes sociales y los teatros de fines del siglo XIX, como espacios privados que se distanciaban de lo popular y cuya relación con el espacio público se caracterizaba por la posición intermedia que este último ocupaba entre dichos lugares y el lugar de trabajo o el hogar, esto es, por ser un sitio de paso entre el espacio de los divertimentos y el espacio de la rutinas laborales o domésticas:

      La relación entre el entretenimiento y lo público no se ve claramente en el espacio público, sino en prácticas como celebraciones y fiestas. Lo que sí es evidente es que desde los espacios cerrados se observa la importancia de ir a lo público, en las diversas clases sociales. (Páramo y Cuervo 2006, 187)

      Llama la atención que en el análisis de Páramo y Cuervo sobre el espacio público no se mencionen los parques de Bogotá, aunque sí se dedica un espacio a las plazas públicas coloniales y a sus usos como lugares de mercado y de fusilamientos, desfiles y celebraciones religiosas. Gina Zanella (2003), en cambio, define los parques bogotanos como “espacios de sociabilidad abiertos y democráticos, en los que no existían diferencias de clase, sexo, edad o raza” (Zanella 2003, 72). Esta autora clasifica dichos espacios en parques naturales y de diversiones. Los primeros están representados por el Parque del Centenario de 1883 y el de la Independencia de 1910, lugares a los cuales la gente asistía para pasear y escuchar pequeños conciertos musicales. Ejemplos de los segundos son el Luna Park y el lago Gaitán, ambos de la segunda década del siglo XX y en los cuales se podían encontrar atracciones mecánicas, espacios deportivos y ver espectáculos públicos.

      Otra perspectiva sobre los parques en Bogotá ha sido proporcionada por Claudia Cendales (2009 y 2011) y María Guerrero (2012). La primera enmarca estos lugares —con excepción del Parque del Centenario— en la transformación que sufrieron las plazas coloniales desde la segunda mitad del siglo XIX y analiza los discursos de las técnicas paisajísticas europeas —en boga por aquella época— en relación con la fisonomía que se esperaba adquirieran los parques bogotanos desde el modelo de parque europeo (Cendales 2011). Para Cendales (2009) la función principal de los parques era representar la nación y civilizar a la población mediante la instauración de monumentos patrios que evocaran los valores republicanos del país (Cendales 2009, 98). Los parques tenían también una función higiénica y social, esta última como el control del tiempo libre de los obreros, uno de los propósitos para la construcción del Parque Nacional Olaya Herrera, en 1934 (Cendales 2009, 99).

      De otra parte, para María Guerrero (2012) los parques y jardines bogotanos se construyeron en medio de una preocupación por la higiene y la recreación sana al aire libre, por lo que dichos espacios tuvieron dos funciones: proveer un mecanismo de purificación del aire y servir de espacios para el paseo de los bogotanos. Al mismo tiempo, dice la autora, la construcción de parques estuvo mediada por la intención de “introducir de forma ordenada la naturaleza dentro de una ciudad en cambio” (Guerrero 2012, 114). Con relación a este propósito, la autora identifica una tendencia racional, caracterizada por su énfasis en el diseño y la simetría del paisaje, y otra de carácter romántico, cuya concepción se basaba en la construcción de parques que simularan el ordenamiento natural de la vegetación en oposición al espacio denso e insalubre de la ciudad (Guerrero 2012, 125-129).

      Un último texto sobre los parques en Bogotá, escrito por Óscar Salazar (2007), se concentra exclusivamente en el análisis del significado de la planeación y diseño de los jardines del Parque Nacional Olaya Herrera en 1938. El autor encuentra que los parques construidos en la ciudad desde finales del siglo XIX fueron concebidos para cumplir cinco funciones específicas: conmemorativa, decorativa, higiénica, recreativa y urbanística (Salazar 2007, 190). Sobre la función recreativa dice que ella hacía parte de un proyecto civilizador que buscaba moldear las costumbres de la población al mismo tiempo que enmarcarlas en esquemas de jerarquización social (Salazar 2007, 194). El autor concluye identificando la brecha existente entre el diseño y la planeación de los parques y los usos que la población hizo de ellos, usos que estuvieron marcados por prácticas culturales populares que tensionaron los propósitos civilizadores de las élites políticas.

      Sobre las chicherías —últimos espacios a tratar en este balance— las investigaciones que versan sobre ellas coinciden en dos aspectos. El primero consiste en su definición como lugares de sociabilidad popular que servían de crisol para la construcción de la identidad social y cultural de las clases bajas en la ciudad, pues allí se cumplían funciones de habitación de trabajadores, de albergue de paso a visitantes y de diversión a buena parte de la población, aspectos que favorecían la creación tanto de solidaridades como de conflictos entre los asistentes (López-Bejarano 2019; Páramo y Cuervo 2006; Vargas 1990).

      El otro aspecto está relacionado con la regulación de la cual fueron objeto por parte de las autoridades coloniales y republicanas. Durante los últimos años del siglo XVII y comienzos del XVIII, dichas regulaciones estuvieron orientadas al control del desorden social identificado con ellas (Vargas 1990), mientras que a finales del XVIII lo que proporcionó el material que sirvió de base para justificar su persecución fue la lucha contra la ociosidad y la intención de fomentar hábitos de trabajo útil entre la población (López-Bejarano 2002; Ojeda 2007). Las anteriores significaciones se mantuvieron durante el siglo XIX y comienzos del XX, pero a ellas se sumaron el alcoholismo, la degeneración de la raza, la criminalidad y la prostitución como ideas asociadas al consumo de chicha y, por tanto, a las chicherías, por lo que su regulación y persecución se expresó como una lucha moral en contra de dichos “males sociales” (Calvo 2002; Hering 2018; Quiroga 2018).

      Acerca de estas investigaciones sobre los espacios de diversión se considera importante la manera en que buena parte del análisis se funda en los cambios socioculturales experimentados desde mediados del siglo XIX por la clase alta bogotana. Sin embargo, se observa una brecha entre el análisis de los cafés o teatros —por ejemplo— y la reflexión sobre los parques bogotanos, lo cual conduce a la pregunta sobre si más allá del gusto burgués es posible encontrar otra clase de conexión entre plazas coloniales, parques y espacios de la llamada sociabilidad burguesa, pues el surgimiento de estos últimos se enmarca —en estos trabajos— en la imitación del gusto burgués europeo, sin dar cuenta de procesos conectados localmente con el desarrollo de dichos lugares y sus diversiones. Por otro lado, los análisis se concentran en un periodo que da cuenta del cambio de siglo, pero no observan relaciones de mayor plazo que puedan indicar elementos analíticos adicionales a la imitación de las prácticas europeas.

      Para finalizar este balance se dirán unas palabras sobre su relación con los propósitos de la presente investigación. La pregunta por las implicaciones del proceso de adopción de diversiones en la élite de Bogotá a finales del siglo XIX se inserta en una discusión directa con la historiografía sobre el ocio en Colombia. En estos trabajos dicho proceso es interpretado como el resultado de la imitación del estilo de vida burgués característico de ciudades como Londres y París, pero si bien esta interpretación puede ser acertada, desconoce cuáles fueron las características del proceso de recepción de las diversiones y